Angela Merkel decidió abrir una nueva etapa en su partido, dando un paso atrás en la Presidencia de la CDU porque, a su juicio, «es evidente que ha llegado el momento de que otras personas lo intenten» después de 18 años de liderazgo sin fisuras y sin rivales. Pero esa oportunidad era un arma de doble filo para la canciller: podía salirle redonda la jugada, con un sucesor acorde a su línea que le permitiese seguir manejando la política de la formación en el Gobierno, o un crítico con su gestión que pudiera dar al traste con todo lo conseguido e, incluso, desmontar la actual coalición en el Ejecutivo de Berlín.

Con un margen más ajustado de lo esperado, Annegret Kramp-Karrembauer cumplió la pasada semana las expectativas de Merkel: una centrista que continuase con la línea moderada del bloque democristiano y, sobre todo, no suponga traba alguna a su forma de dirigir la nación.

Se esperaba la victoria de la secretaria general, conocida como AKK por sus iniciales o como miniMerkel por su semejanza ideológica con su predecesora, pero quedó evidente que hay cada vez una tendencia más conservadora en la formación. El triunfo fue por un escaso 51,8 por ciento frente al 48,2 por ciento recabado por su rival, el representante del ala más a la derecha Friedrich Merz, rival político de la canciller y un crítico que podía ponerle las cosas difíciles en lo que resta de legislatura.

Con AKK, la mandataria tendrá vía libre para acabar la legislatura, que concluye en 2021. Su elección es una apuesta por la renovación dentro de la continuidad gracias a su moderado centrismo, aunque su primera actuación fue intentar contener a la corriente más derechista, eligiendo para el estratégico cargo de secretario general al líder de las juventudes de la CDU, Paul Ziemiak.