Los tesoros surrealistas de Dalí

Javier Villahizán (spc)
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El Teatro-Museo del genio ampurdanés presenta un conjunto de 12 extrañas obras en las que se mezclan paisajes enigmáticos conespectros e imágenes dobles a través de inquietantes juegos visuales

Los tesoros surrealistas de Dalí

Tras cuatro meses cerrado a causa del coronavirus, el conocido como triángulo daliniano, formado por el Teatro Museo Dalí, el Castillo de Púbol y la Casa de Portlligat, vuelve de nuevo a abrir sus puertas para mostrar al público todo el universo creativo de Salvador Dalí. Y lo hace de la mejor manera posible, con la exposición temporal El surrealismo soy yo (hasta el 13 de septiembre), en donde muestra por primera vez juntas 12 obras de la época más dadaísta del genio ampurdanés.

Se trata de algunas de las piezas más extrañas jamás vistas en un viaje cronológico que lleva al visitante al período pictórico comprendido entre 1926 y 1943. Es decir, desde los primeros tanteos de Dalí en el mundo del surrealista hasta su consagración como una de las figura más importante en este movimiento artístico. 

La muestra, que se puede ver en la Sala de las Logias y está comisariada por Montse Aguer y Carme Ruiz, tiene como hilo conductor el paisaje, a excepción de Poesía en América, de 1943, que a pesar de mantener características del surrealismo destacan ciertos elementos del pop y de la sociedad americana.

Los tesoros surrealistas de DalíLos tesoros surrealistas de DalíEn las 11 piezas restantes se vislumbra la separación entre la tierra y el cielo, además de repetirse imágenes de la llanura ampurdanesa, los acantilados de la Costa Brava y otros pequeños detalles que remiten a sus escenarios de juventud. 

De lo que no hay duda es que en la docena de obras de El surrealismo soy yo, el autor incorpora de forma prolija paisajes enigmáticos, espectros, figuras irreales, dobles imágenes, elementos aparentemente inconexos y una sensación de cierto desasosiego.

«El pintor muestra un imaginario que se sustenta en grandes constantes vitales, como el instinto sexual, la conciencia de la muerte o la melancolía provocada por el espacio-tiempo. Al mismo tiempo, suponen una reivindicación de la imaginación, del subconsciente, que permiten hacer una lectura diferente del surrealismo de Dalí, una lectura a través de su paisaje con el que se mimetiza», explica Aguer.

Los tesoros surrealistas de DalíLos tesoros surrealistas de DalíA través de estos espacios reales, pero también oníricos, melancólicos y hasta paranoicos, Dalí se autoanaliza intentando provocar la curiosidad del espectador. 

El autor le grita al público para captar su atención, pero también para que el observador se adentre en su propio subconsciente

Estos 12 cuadros son el mejor reflejo del manifiesto surrealista de André Breton, una declaración de intenciones que pretende abrir de par en par las ventanas mentales de autor y público. 

Sorpresas pictóricas

El surrealismo soy yo arranca con el Estudio para La miel es más dulce que la sangre, una obra presurrealista, de 1926, que anticipa ya los futuros intereses de Dalí.

Otra de las sorpresas de la exposición  es Elementos enigmáticos en un paisaje, de 1934, donde aparece autorretratado Dalí como un niño vestido de marinero. 

Figura y drapeado en un paisaje, otro trabajo de 1934, está vinculado con la amistad que Dalí y Gala tuvieron con el poeta surrealista René Crevel. 

En la extraña y futurista Carreta fantasma, una pieza de 1933, el genio crea una amplia llanura árida y al mismo tiempo luminosa con un carromato fantasmagórico en el centro que se dirige hacia una población. La forma de la tartana tiende a mezclarse con la ciudad, convirtiéndose, así, en su propio destino. Se trata de una ilusión de perspectiva en la que la habilidad del pintor intenta confundir al espectador. Donde se espera ver las ruedas, hay dos estacas clavadas; además, los personajes que aparecen sentados en el carro se identifican con la arquitectura de la ciudad del fondo. En este, como en otros juegos visuales propuestos por el pintor, tiene un papel fundamental el método que Dalí bautizó como paranoicocrítico: se ve una tartana y una ciudad o ambos elementos a la vez.

Hay también dos paisajes oníricos, uno de los cuales Singularitats, es de los menos conocidos y estudiados, reproduce además un paisaje nocturno con una constelación, una temática poco habitual en el autor ampurdanés. Y concluye con una de las obras más relevante del museo daliniano, El espectro del sex-appeal, de 1934, en donde vuelve a aparecer Dalí vestido de marinero contemplando a un enorme monstruo, blando y duro a un tiempo, que para el artista simboliza la sexualidad, todo ello enmarcado en un hiperrealista cabo de Creus.