Voluntarios al teléfono y en la primera línea

Hilario L. Muñoz
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Antonio de La Fuente y Luisa Olmo son dos de las personas que han salido a la calle para apoyar en Cruz Roja en todo lo que necesita, primero de forma virtual y luego presencial

Recuerdo una señora mayor que se lio a llorar porque nunca había pedido y lo hacía porque no le llegaba el ERTE». «Recuerdo a personas mayores sin hijos en Ciudad Real a los que tenía que acompañarlos, siempre con miedos». Luisa Olmo y Antonio de La Fuente forman parte de la memoria viva de la pandemia como voluntarios de Cruz Roja. Ambos estuvieron en la parte más dura del confinamiento actuando como voluntarios, los primeros días al teléfono, pero salieron a las pocas semanas de nuevo a la calle, dispuestos a hacer aquello que la entidad necesitara, desde repartir recursos básicos a ir a por medicinas, hacer la compra o atender a quienes lo necesitaran.

«Esto no es para contarlo, sino para vivirlo», señala Olmo, quien recuerda el momento en que salió de casa el primer día, tras estar un mes como voluntaria telefónica, y encontró «una cola grandísima en la puerta». Se trataba de la fila de personas que demandaban algún tipo de ayuda a Cruz Roja y que, en muchos casos, acudían a la entidad por primera vez. Su labor comenzó en esa puerta, dando paso por orden, tratando de mantener distancias. Después, el trabajo como voluntaria siguió con «las furgonetas llenas de comida» con las que Cruz Roja repartía recursos básicos no solo en la capital sino en muchos municipios.

Mientras, De la Fuente es uno de los voluntarios que ha trabajado normalmente con el grupo de mayores de la entidad. Su labor es atender el grupo de memoria, los martes, y el de gimnasia, los jueves. Son dos actividades, recuerda, que no es solo la hora de práctica en la oficina, sino la rutina, el tiempo de prepararse en casa y la necesidad de salir. «Se suspendieron de un día para otro», por lo que decidió, junto a Cruz Roja, llevar al mundo virtual parte de esas rutinas. Como un mayor más, el voluntario recuerda que al principio tuvo «miedo» y, por eso, intentó trabajar solo desde casa. «Hice un seguimiento para ver cómo seguían los mayores, para hablar con quienes viven solos, y que han estado muy solos, porque había necesidad de seguir comunicándose». Después surgió la opción de preparar material para que estuvieran en casa y, a partir de ahí, se crearon rutinas de ejercicios que los mayores seguían en sus pantallas, cuadernillos que llevaba para ayudarles y el desarrollo de clases virtuales. El contacto se mantuvo hasta que en junio hubo un intento de recuperar la presencia física de esta actividad y que, en octubre, se recuperará al completo, con grupos reducidos, mascarilla y sin compartir materiales entre los usuarios. 

Más allá de las condiciones económicas, De La Fuente recuerda que en los mayores hay «bastante deterioro» fruto del confinamiento. No lo ve solo porque la gente se haya confinado y haya dejado de moverse, sino por «la rutina, que sirve para socializar». «He notado que la crisis sanitaria ha afectado más a los mayores», con retrasos en los diagnósticos debido a que no han ido al médico ante dolencias, bien por miedo o bien porque la telemedicina les ha dificultado el tratamiento con su médico. «Hay bastantes casos de retraso en el diagnóstico y en personas mayores eso supone mucho problema».

Con todo, como ocurre en el ámbito económico de la entidad, los voluntarios observan que, «en estos últimos seis meses», la gente a la que atienden es «más optimista». «Sigue habiendo miedo y hay quien ha tardado mucho en salir de casa, pero hay otra mentalidad», como una muestra más de que se está saliendo de la pandemia.