El COVID-19 ya no es solo de mayores

Ana Pobes
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Pedro Julio García se aferró a la vida tras estar más de dos meses en la UCI luchando contra el COVID. Un virus que le ha dejado secuelas como pérdida de memoria y visión y problemas de movilidad

Una lección de vida desde la supervivencia - Foto: Tomás Fernández de Moya

Una noche empecé a encontrarme muy mal. Me faltaba la respiración y me estaba ahogando. He estado muy cerca de la muerte». Son las palabras de Pedro Julio García, quien ha luchado contra el COVID durante más de tres meses. Con 40 años y natural de Ciudad Real, ya sabe lo que es «aferrarse a la vida» para ganar una batalla que a día de hoy sigue combatiendo tras aprender de nuevo a hablar y andar. El orificio que le tapa una gasa en la parte delantera del cuello es la secuela de una traqueotomía que le permitió volver a respirar, volver a vivir. Tras pasar dos meses y medio en la UCI y un mes en planta, relata su testimonio a La Tribuna con el objetivo de que su caso sirva para concienciar a otros jóvenes de la importancia que tiene llevar mascarilla y cumplir con las normas de seguridad. «Los jóvenes no están concienciados de lo violento que es el virus. Ellos ya tienen bastante con su botellón y no saben hasta qué punto el COVID-19 te puede llegar a afectar no solo a tu salud, sino también en el ámbito familiar y profesional», comenta.

Tras cebarse con los ancianos, los jóvenes son el nuevo perfil del contagiado de coronavirus. Pero si antes eran sanos y asintomáticos, ahora cada vez hay más casos de afectados con sintomatología diversa. De la fiebre, la tos y la dificultad para respirar al malestar general, la fatiga y la cefalea crónica. Al inicio de la pandemia era una ‘rara avis’ en las estadísticas, pero con la nueva normalidad la edad media de contagios se ha estabilizado entre los 35 y los 38 años. La población joven está en la diana del ‘bicho’.

Pedro Julio García nunca pensó que iba a contagiarse. De hecho, ya antes del confinamiento apenas salía, «solo lo justo». Fue entonces cuando una madrugada empezó a toser creyendo que era la típica tos de alergia, pero no lo era. Empezó a encontrarse peor. Le faltaba el aire, no podía respirar. Se estaba ahogando. Y esa misma madrugada se fue a Urgencias del Hospital de Ciudad Real, donde le confirmaron que era positivo en COVID. A partir de ahí, «se me cayó el mundo encima y no me enteré de nada». Quizás porque le sedaron y se le practicó una traqueotomía para salvarle la vida. Él puso el resto, las ganas de vivir. Y a eso, comenta, es a lo que se ha aferrado en estos meses.

Una lección de vida desde la supervivencia  Una lección de vida desde la supervivencia - Foto: JUAN LAZAROReconoce que ha tenido «mucho miedo» y que incluso pensó en que le llegaba el momento de la muerte pero «me decía… tira para adelante como puedas!!». Y el camino no ha sido fácil, pues las medicinas que le inyectaron le provocaban efectos contrarios. «Si el fármaco que me daban era para dormir me producía nerviosismo y paranoias y no podía conciliar el sueño», comenta, al tiempo que recuerda que en el momento que le realizaron la intubación le rompieron dos dientes. Uno se lo tragó y otro se le quedó clavado en la encía. «Ha sido terrible, lo he pasado fatal y no se lo deseo a nadie. He estado con un pie aquí y con otro en la muerte», manifiesta.

Ahora, tras haber salido del Hospital, intenta hacer vida normal. Y es que, aunque se supere la enfermedad, ello no es sinónimo de recuperar de inmediato la rutina diaria. «Todavía me siento débil. He sacado al perro y estoy agotado y con dolores. Estoy casi recuperado pero no del todo», pues poco a poco va superando las secuelas como pérdida de memoria y visión, y problemas musculares y de movilidad.

Reyes Javier Hernán tiene 29 años y se contagió dos días antes del confinamiento, quizás en el hospital de Ciudad Real, donde acudía con frecuencia a visitar a su abuelo ingresado. En aquella época, recuerda, la población no estaba preparada: «No había geles, no se usaba la mascarilla, mucha gente subía en el ascensor y las puertas de los pasillos estaban cerradas». El virus dio la cara con una fuerte fatiga que le impedía moverse de la cama: «No puedes con tu alma. Vas a levantarte y te cuesta hasta ir al servicio. Se te quitan las ganas de comer. Todo te sabe mal. Es horrible». Asmático como patología previa, al sexto día los síntomas se agravaron y fue entonces cuando acudió al hospital, donde le confirmaron que era positivo en PCR. «Pensé que no salía de esta porque me costaba respirar», insiste al tiempo que lanza un mensaje de advertencia a la gente de su generación: «Hay que ser conscientes de que este virus es más peligroso de lo que creemos», subraya. 

 

"No podemos decidir por nuestra cuenta no usar la mascarilla. Hay gente que sabe de esto". Luis Abengózar se contagió una noche tomando una copa con sus amigos en un bar de Madrid, lugar de residencia de este alcazareño de 33 años. Ese día de diversión le  llevó a vivir de cerca las consecuencias de ser positivo en COVID-19, un virus que le ha obligado a dejar de lado muchos de los proyectos programados, entre ellos un viaje. Pero también a plantearse el futuro de otra manera: «Me ha ayudado a parar, a pensar un poco y ver qué hacer en un futuro después de que pase todo esto».  

Ahora relata su historia desde la tranquilidad que le supone ser inmune pero reconoce que no lo ha pasado bien. A la semana de ese encuentro con los amigos llegaron los síntomas: fiebre y mucho cansancio. Fue entonces cuando llamó por teléfono al centro de salud para que le hicieran la prueba PCR pero no le hicieron ningún test porque «los síntomas no eran suficientes». La fiebre no remitía y decidió acudir al día siguiente al centro de salud, donde finalmente le hicieron la prueba. El resultado,  positivo en COVID-19. A partir de entonces, su habitación fue el lugar de reclutamiento durante un mes. Treinta días aislado donde la lectura y el teletrabajo como arquitecto fueron su válvula de escape para combatir un ‘bicho’ que afortunadamente apenas le ha dejado secuelas.  

«Uno nunca espera cogerlo, pero por aquel entonces, a primeros de julio, estaba en un sitio cerrado de copas», señala al tiempo que manifiesta que a los pocos días dr contagiarse los síntomas de coronavirus empezaron a hacer acto de presencia en sus padres, con quienes convive. Ellos aún no han combatido del todo al virus y aún notan sus secuelas. «Ellos tardaron más en dar negativo, pero por suerte ninguno tuvo que ser ingresado», comenta.

Reconoce que la situación es «preocupante» y teme que España vuelva al confinamiento. Será la guinda del pastel para agravar todavía más una crisis de la que «no sabemos cómo salir». «De momento, yo estoy teniendo suerte y profesionalmente no me ha afectado pero se percibe menos trabajo, por lo que de seguir con esta situación, el año que viene los jóvenes van a tener muchos problemas laboralmente». Por todo ello, no entiende cómo gente de su generación no cumple con las normas establecidas: «Tenemos gente que sabe de esto y no podemos decidir por nuestra cuenta no usar la mascarilla», sentencia.

Para él, la vacuna es la única solución y asegura que no le importaría ser conejillo de indias. Muestra de ello es que se apuntó como voluntario para inyectarle la vacuna en una página web, aunque de momento no ha tenido respuesta. El objetivo, ayudar a salir de esta situación lo antes posible.