El testamento del buen pastor

Pilar Muñoz
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El obispo Torija deja un legado a sus hermanos y feligreses cargado de esperanza y en el que pide perdón y ruega que miren «con bondad y piedad» su vida y ministerio sacerdotal

El testamento del buen pastor - Foto: Fotos Rueda Villaverde

El obispo Rafael Torija ha dejado un gran legado a sus hermanos sacerdotes y a los fieles de la Diócesis plagado de esperanza y fe en el Señor, en la Resurrección.  

 El obispo Gerardo Melgar leyó ayer algunos fragmentos del testamento de Torija, que a lo largo de su vida ayudó a muchas personas a prepararse para la muerte con esperanza. Confiesa que él mismo pensó muchas veces en el momento de su propia muerte siempre con «fe y esperanza», confiando en la misericordia de Dios. En su declaración reconoce que en los últimos años, siendo ya emérito, ha afrontado la muerte «con más serenidad» y «lleno de esperanza por ir a la casa del Padre sabiendo que con la muerte la vida no termina, sino que se transforma. Me consuela la esperanza en la misericordia infinita de Dios».

Y desde esa convicción, Rafael Torija elevaba su acción de gracias al Padre por cuanto ha recibido en vida de mano de Dios y expresaba su alegría y confianza por el paso de la muerte a la vida, a la vez que pedía que el Espíritu le perdonase y purificase cuanto hubiera en él de pecado. Llegado a este punto, monseñor Torija en su testamento ruega a Dios que acepte su acción de gracias por todos los «innumerables dones de tu amor: existencia, vida cristiana, vocación sacerdotal, ministerio pastoral de sacerdote y obispo de la Iglesia; familia, seminario, presbiterio, Conferencia Episcopal, personas consagradas, apóstoles seglares… dificultades y sufrimientos, gozos y alegrías, salud y enfermedad».

El que fuera prelado de la Diócesis de Ciudad Real durante 27 años, además de encomendarse a Dios y agradecerle cuanto le ha dado, también se dirige a la Iglesia diocesana y ruega a los pastores y fieles que miren con «bondad y piedad» su pobre vida y ministerio sacerdotal, que perdonen «mis deficiencias, sobre todo si, en algún momento, he sido ocasión de escándalo para alguno». Confiesa que «he querido mucho, mucho, a la Iglesia, una y muy diversa, santa y pecadora. He querido siempre servirla con amor, aunque, en ocasiones, hayáis podido observar deficiencias e incoherencias». El prelado se despide con esta aserción «sé de quién me he fiado. Sé que si morimos contigo, viviremos contigo, que si perseveramos reinaremos contigo. Porque incluso si hubiéramos sido infieles contigo, Tú permaneces siempre fiel. Me pongo, Señor, en tus manos», palabras con las que concluye su testamento y que resonaron ayer en la Catedral dando paso a la Coral Diocesana con el organista Carmelo Navas.