¿Quién mató al 'Chispa'?

Leo Cortijo
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Un ambiente de calma tensa reina en Olmedilla de Alarcón, un pueblo de 150 habitantes de la Manchuela conquense consternado por la muerte de uno de sus vecinos más singulares. Nadie se lo explica. Todos se preguntan quién está detrás del crimen.

La vivienda de ‘Chispa’, precintada por la Guardia Civil, que investiga el caso. - Foto: Reyes Martí­nez

Leo cortijo / cuenca

Nadie en el pueblo se lo explica. Por mucho que intentan buscar la respuesta, sus interrogantes siempre conducen a un callejón sin salida. Los poco más de 150 habitantes de Olmedilla de Alarcón se preguntan quién o quiénes pueden estar detrás de la muerte del Chispa.

Así conocían cariñosamente los olmedillanos a Ángel, uno de sus vecinos más singulares y, a la vez, querido por todos. En este pequeño municipio de la Manchuela conquense todo son preguntas, suspicacias y rumores. La tranquilidad que siempre reina en Olmedilla se vio brutalmente alterada cuando se encontró en la soledad de su casa el cuerpo sin vida de un hombre de 59 años de edad. Era Chispa, al que desde hacía un par de días todos echaban de menos. Según ha trascendido, el cadáver apareció tumbado en el suelo de la vivienda y con signos de violencia. No en vano, el Juzgado de Instrucción número 1 de Motilla del Palancar decretó el secreto de sumario y la Guardia Civil investiga en este momento el caso.

El ambiente de calma tensa que reina en el pueblo pellizca en lo más profundo. Una dosis notable de intranquilidad, cierto desasosiego, la añoranza por el que ya no está y un gran sentimiento de injusticia juegan un papel fundamental para crear una simbiosis de pareces entre los vecinos que no deja indiferente a nadie.

El retrato que sus conciudadanos hacen del Chispa se asienta en un pilar fundamental, y es que era una «buena persona». En un corrillo improvisado a las puertas del único bar del pueblo hablan sobre el asunto en cuestión Pedro, Periquete, y María, la catalana. «No era capaz ni de matar una pulga», comenta el primero, a lo que la segunda añade: «Se nos ha ido una buena persona».

María, de hecho, trabajó con él durante algunas temporadas en los servicios municipales del Ayuntamiento. «Le he tenido a mi vera varios años y el trato era muy bueno». Tanto que alguna vez almorzaron juntos entre faena y faena, y es que María había preparado un bocadillo para cada uno. Con Pedro también tenía cierta amistad, y por eso muchos lunes se iba con él al mercadillo de Motilla. «Al verme con el coche, me echaba el alto, se subía y se venía conmigo a pasar la mañana», comenta. Otras veces, si coincidían en el bar, Periquete le pedía a la camarera que el chupito que estaba tomando Chispa se lo cobrase a él. Y no era el único que hacía esto en el pueblo...

En Olmedilla de Alarcón todo el mundo conocía el problema del Chispa con el alcohol. Todos comentan que le gustaba beber «más de la cuenta», pero que jamás se metía con nadie, que vivía su vida a su manera y que nunca ha tenido problemas.

Desde hace poco más de un mes, justo antes de Navidad, el bar lo regenta Raquel, una madrileña que llegó al pueblo acompañada de su hijo y una amiga. Sin tener ninguna relación previa con Olmedilla, poco a poco se han ido «haciendo» a la vida de un municipio tan pequeño. Raquel confirma que Chispa era un asiduo al bar y que pasaba muchas horas ahí. «Venía, se tomaba su chupito, no se metía con nadie y tenía buena relación con los demás», explica. De hecho, era «como una institución» en el pueblo «porque todo el mundo le conocía y le invitaba». A veces, incluso, «se le acumulaban dos consumiciones ya pagadas».

Raquel señala que Chispa siempre fue «educado y correcto». En el bar, como en su vida en general, no generaba revuelo, «muy calladito, con voz muy fina». Tanto que, en alguna ocasión, «como yo ando para adentro y para afuera en la cocina, él se iba y no me daba ni cuenta». Vamos, que pasaba totalmente «desapercibido». El silencio, según relata la propietaria del negocio, era lo que predominaba en las largas horas de estancia a un lado y a otro de la barra. «No tenía muchas conversaciones conmigo», dice Raquel.

Sin embargo, Chispa sí le dio muestras de su bonhomía, esa que tanto echan en falta en Olmedilla. Raquel explica que nada más llegar al pueblo, Chispa les «orientó» sobre las costumbres y peculiaridades de los olmedillanos, «de cómo eran en general» para que así les costase menos la adaptación. En otra ocasión, su amiga tenía que hacer una visita al médico, y éste se ofreció voluntariamente para adelantarse y pedir la cita. Un favor que sorprendió a Raquel, como cuando «escuchó que necesitábamos una piedra para la calefacción del bar y se fue a por ella». Por todo esto, Raquel no se esperaba, ni de lejos, el triste final de Chispa: «No tenemos ni idea de lo que ha podido pasar, porque este hombre no tenía enemigos».

Vecinos más cercanos. En Olmedilla de Alarcón, sus habitantes se cuentan –casi en el sentido literal de la expresión– con los dedos de una mano, y es que durante los meses más duros del frío invierno su población se reduce ostensiblemente. Por eso, no es de extrañar que los vecinos más cercanos a la vivienda de Chispa –que permanece precintada por la Guardia Civil– no vieran ni escucharan nada sospechoso. La casa de Antonio está justo al lado, vive solo y tiene un avanzado problema de audición. Con los ojos humedecidos y a duras penas, comenta que siente «muchísima pena». Al vivir puerta con puerta, tenía relación con Chispa y la noticia le sobresaltó de gran manera, por eso espera que se termine de investigar y pronto «cojan» a quien lo ha hecho.

Antonio nos da algunas pistas de cómo era la vida de Chispa. Vivía solo en la casa de sus padres, ya que se separó de su mujer, Conchi. Uno de sus dos hijos vive y trabaja en el pueblo y el otro hace lo propio en Valencia. Por diferentes circunstancias, fundamentalmente económicas, las condiciones en las que vivía Chispa no eran las mejores, y es que lo hacía sin energía eléctrica, pues la compañía le había cortado el suministro hacía unos días. Conocedor de estas circunstancias, muchas veces Antonio le llevaba frutas y hortalizas «que recogía en mi huerta».

Tres cuartos de lo mismo hacía Loli, que vive justo enfrente. «De vez en cuando le llevaba un plato de comida», apunta, y es que «lo poco que tenía» era para lo que era... Sin embargo, esta vecina incide en que él no se metía con nadie después de venir del bar, y señalando a la acera comenta que «venía por esa orilla, se dormía y hasta el día siguiente».

Ahora bien, es normal que la duda surja. «¿Quién en un pueblo como el puño, en el que estamos cuatro gatos y los cuatro viejos, puede haber hecho esto?», se pregunta Loli. Difícil respuesta. Ella no la encuentra por más vueltas que le da. En el municipio hay «dimes y diretes», pero la realidad es que «están investigando y nadie quiere señalar a nadie porque puede ser cualquier otro».

A pesar de que desde su ventana se observa la casa de Chispa, Loli no vio nada. «A las siete de la tarde echo mi persiana y el que viene a hacer algo así no viene haciendo ruido», recalca. Según esta vecina, «se conoce que tenía la puerta abierta de noche y pasaron a por él, pero yo no me enteré», y es que por circunstancias familiares Loli apenas sale de casa. Lo cierto es que dos días antes de encontrar el cuerpo, el jueves, lo vio ir al bar, pero a partir de ahí le perdió la pista. Como el viernes no fue, «lo echaron en falta» y el sábado encontraron el cadáver.