Antonio García-Cervigón

Buenos Días

Antonio García-Cervigón


Palabras, palabras, palabras...

23/11/2021

Hace más de medio siglo, en una de las galerías del Colegio Menor El Doncel de Ciudad Real pendía un pequeño cuadro que remarcaba un poema de Rudyard Kipling que me aprendí de memoria. Recuerdo ahora algunos versos de ese poema que decía: «Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres/si al hablar no exageras lo que sabes y quieres… Si logras que se sepa la verdad que has hablado/a pesar del sofisma del orbe encanallado; si vuelves al comienzo del trabajo perdido, aunque esta obra dure toda tu vida». 
Esto me ha hecho meditar los mensajes que encierra en cada uno de los versos del británico, sobre todo ese del «Orbe encanallado», que me suscitó toda clase de dudas que fueron disipándose conforme estudiábamos el proceso  de las distintas civilizaciones que la mayoría de ellas se asentaron en el  mar Mediterráneo. Convertido en eficaz aglutinador de las más avanzadas de nuestro planeta. La civilización comenzó con el lenguaje y los pueblos se han ido ensanchando con los idiomas, con el intercambio de las ideas y el pensamiento. 
Nuestra Transición política fue fraguada en el respeto y la dignidad que puso la clase política sobre los debates y discusiones a través del diálogo. Aquella capacidad de diálogo fue perdiendo fuerza conforme las palabras fueron perdiendo su verdadero significado: sonido o conjunto de sonidos articulados que expresan una idea.
En el campo político, las palabras han ido perdiendo andamiajes para propiciar el diálogo que traba el sistema democrático. Así, el paisanaje está ya harto de buenas palabras que son expresiones halagüeñas, promesas vagas que no inspiran mucha seguridad. 
Las palabras de honor o de caballero están en cuarto menguante en un clima lunático propio de charlatanes de baja estofa. Hablar de manera constante entre las fuerzas políticas no debería ser norma sino ley. Conceder la palabra, dar la palabra, escuchar la palabra, estar en el uso de la palabra, mantener la palabra, pedir la palabra, dirigir la palabra son expresiones que deben prevalecer por encima de otras antagónicas que indican: dejar con la palabra en la boca, maltrato de palabra, ni una palabra más, ni media palabra, quitar la palabra y tragarse sus palabras. 
Una vez leímos que la palabra pública por excelencia es la ley. La ley es igual para todos y patrimonio de todos. Hay que recuperar la palabra pública perdida y el discurso público porque es el espacio del intercambio de la palabra. Tiene que lograrse el lenguaje común porque cualquier intento de privatización del vocabulario constituye un serio ataque a la convivencia de los ciudadanos.  
Lo lamentable en nuestros días es que la palabra pública se está convirtiendo en objeto de consumo como cualquier otro producto o mercancía. Más que una degradación de la política estamos asistiendo a la desaparición del diálogo político sensato, gobernando cerca de los que intentar un cortocircuito con los españoles: primero con la lengua oficial y luego con la negación de la acción política dictada por de los principios emanados en nuestra Constitución. Y es esas estamos.