Cuando las puertas se cierran

C. de la Cruz
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Daniel Ruiz pone rostro a la vulnerabilidad y denuncia el desamparo que sufre ante la dificultad para acceder a las ayudas sociales

Daniel, en la acera junto a la puerta de su casa. - Foto: Pablo Lorente

Llamar con insistencia a todas las puertas y no obtener respuesta. Cuando el silencio es la única contestación crece la «rabia» y la «indignación». Son las atroces sensaciones de Daniel Ruiz, que a sus 38 años se siente totalmente olvidado por un sistema que le arrincona. Con la aprobación del Ingreso Mínimo Vital se pone sobre la mesa la realidad de los vulnerables, de aquellos  a los que el coronavirus ha propinado otro duro golpe que  se suma a los ya recibidos.

A pesar de que esta ayuda estatal, el Ingreso Mínimo Vital, puede  suponer una notable mejoría para los más necesitados, Daniel prácticamente ha perdido la esperanza.  Sin trabajo, sin ingresos y sin ahorros, este bolañego relata que «he pedido la ayuda de emergencia de la Junta, pero llevo tres semanas esperando y ya no sé qué hacer». Daniel se refiere al Decreto de Ayudas de Emergencia Excepcionales del Gobierno regional para cubrir las necesidades básicas derivadas del COVID-19 y que se pueden solicitar desde el pasado 18 de mayo.

Del mismo modo, Daniel asegura que cumple con los requisitos para obtener una ayuda cifrada en 400 euros en su mayor tramo, entre los que se encuentran que el límite de los ingresos sean inferiores a 425 euros en el mes anterior a la solicitud y que no disponga de saldos bancarios superiores a cuatro veces el Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples mensual (2.194,4 euros). De hecho, añade con amargura que «no tenía ni cuenta en el banco y me la tuve que hacer para pedir la ayuda». «Pediré el Ingreso Mínimo Vital, pero como sea igual ya no confío en nada».

La realidad de Daniel, soltero y sin hijos, saca a flote no sólo el lado más invisible de nuestra sociedad, sino un mercado laboral atrapado en la opacidad. Asegura que no trabaja desde enero, momento en el que «tuve un accidente laboral podando en una finca y me dieron de baja», un episodio que se suma a otro anterior en el que «denuncié a una persona que me tuvo cuatro meses trabajando sin darme de alta», también en el campo. La rabia aflora cuando recuerda que «me denegaron  el Ingreso Mínimo de Solidaridad».

Daniel relata una historia sin adornos en la que se fijan en la memoria la marcha del padre cuando tenía cuatro años y su primer trabajo cuando apenas tenía 14 años para «sacar mi casa adelante». El segundo de cuatro de hermanos daba el salto demasiado pronto, obligado por las circunstancias, a un mercado laboral con pocas opciones en Bolaños de Calatrava: «Fábrica de muebles, construcción, campo, instalación de placas solares... He trabajado  en lo que ha ido saliendo».

La situación es crítica para Daniel, y es que esta semana finaliza la ayuda de ocho vales de comida que recibe por parte de la Diputación Provincial. «Sólo me queda uno. Son 30 euros que puedo gastar en una tienda del barrio y sólo una vez a la semana», una cantidad que «da para poco, intento comprar algo de carne para hacer con legumbres», pero el menú se basa en «mucha pasta. Hay días que por intentar alargarlo como sólo una vez».

En definitiva, Daniel subraya que «sólo quiero trabajar, aunque en estos momentos me conformo únicamente con subsistir», por lo que, una vez más, intenta llamar a todas las puertas.