Abandonando el iceberg de la violencia de género

Hilario L. Muñoz
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Ester y Sara, nombres ficticios, son dos mujeres que residen en la Casa de Acogida de Ciudad Real para mujeres maltratadas y que han logrado salir del infierno de la violencia machista antes de que fuera demasiado tarde

Abandonando el iceberg de la violencia de género

Ellos no te van a pegar una bofetada el primer día» como tampoco van a «escupirte» en la primera cita, ni van «a mirar el móvil» tras un beso o «borrar todas las redes sociales» tras hacer el amor. En Violencia de Género existe un concepto clave que es el iceberg, un bloque de hielo que navega sobre un mar de violencia machista y que en su cúspide se encuentra el asesinato, debajo de él se sitúan los puñetazos y bofetadas, más abajo las violaciones dentro de la pareja, los insultos y las amenazas y mucho más abajo se encuentran aquellos aspectos de la violencia que cuesta más discernir y que pasan por desvalorizar, humillar, ignorar o anular completamente a una persona. Hay mujeres que escalan el iceberg de la violencia de género, paso a paso, sin darse cuenta de que cada vez están más cerca de la parte más alta, su muerte, y hay otras como Sara y Ester, dos de las que se encuentran en la Casa de Acogida de Ciudad Real, que abandonan esa dinámica de hielo y deciden reiniciar su vida antes de que sea tarde. Las dos mujeres son madres y les separa más de una década de edad, pero ambas han vivido el maltrato en primera persona. 

Sara lleva más tiempo en la Casa de Acogida tras estar en una relación en que su pareja y padre de sus hijos la obligaban a prostituirse. «Me di cuenta del error que estaba cometiendo al aguantar a una persona agresiva y que no solo te agredía físicamente sino también emocionalmente que era el peor de los malos tratos». Se trata de un viaje a los infiernos, paso a paso, que «destruye emocionalmente» hasta el punto de que al final todo da igual, incluso la prostitución. «Tenía miedo y el miedo te paraliza para hacer cualquier cosa», explica. 

«Al principio era una persona cariñosa porque ellos no van a mostrar como son en realidad, primero tienen que camelarte y decirte que te van a proteger, y yo en aquel momento estaba muy falta de cariño», explica Ester. Su caso empezó con el control del teléfono, después eliminando a sus amigos, luego las salidas porque «las fiestas solo traen cosas malas y discusiones en pareja» y finalmente empezó hasta «tener miedo al bajar al supermercado». 

«Empiezan poco a poco, hoy una cosa, mañana otra, hasta que te das cuenta de que no tienes a nadie», explica Sara de forma gráfica. Entonces un día la pareja le echa de casa con su bebé. «Me decía que me compró, que yo era su esclava y su sirvienta, todos los días, desde que te levantas hasta que te acuestas». Incluso hubo una época en que estuvo videovigilada por su ex pareja, observando cada uno de sus movimientos en una casa de la que no podía salir porque le encerraba con llaves por fuera. 

«Vamos a ser felices de por vida, vas a ser la mejor mamá y yo el mejor papá», le decían a Ester, sin saber que la criatura iba a ser solo suya, que el padre no iba a tener deberes y que iba a ser otro paso más para atraparla, sin «dejarla» estudiar porque iba a ser madre. «Tengo amigas que dicen ‘mi novio me ayuda mucho en casa’, pero no te está ayudando, están realizando lo que tienen que hacer», señala como referencia a «los micromachismos», pequeños hechos que, sumados, acaban en formas de «esclavitud».

Al final ambas decidieron coger la maleta, sus hijos y lo «imprescindible». Salir por la puerta sin mirar atrás cuando se pasó a los insultos , las amenazas y las agresiones físicas. «Me he sentido como una jaula y siempre tenía esa vocecilla», se comentan una y la otra. «Tenía miedo a pedir ayuda porque me quitaran a mi hija», apuntan las madres, pero casi al unísono se contestan: «busqué ayuda y me ayudaron». De hecho recuerdan la importancia de saber que siempre va a haber alguien al otro lado para ayudar a salir de ese ciclo. 

Ambas señalan la importancia del maltrato en los hijos y sobre todo de no seguir en una relación por ellos. Los hijos deben ver «una madre feliz, luchadora e independiente», dice Ester. «Mis hijos ahora son niños y pueden serlos tranquilamente», replica Sara, para la que es muy importante «no robarles la infancia». De hecho, la educación para ambas es clave en el proceso para abandonar estas relaciones antes de que se llegue a la cima del iceberg. «Siempre me han dicho que tienes que ser libre e independiente», comenta Ester como el hecho que le ayudó a dejar atrás la violencia de género. «Estaba viviendo un infierno y sales, te liberas, pero cambias, eres una persona nueva», resume Sara al hablar del camino hacia la confianza que logra una persona que ha dejado el yermo helado de la violencia de género.