Dos maneras de sellar un pacto

Agencias/SPC
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La improvisación de la firma de la unión entre Sánchez e Iglesias nada tiene que ver con el solemne acuerdo, con el cuadro 'El abrazo' de Genovés como testigo, que rubricaron en 2016 el líder socialista con el entonces presidente de Ciudadanos, Alber

Dos maneras de sellar un pacto - Foto: Jesús HellÁ­n Europa Press

Cuando Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmaron su pacto para una coalición de Gobierno hubo un gesto que marcará para siempre ese momento: El abrazo que se dieron ambos líderes y que aparentemente ponía fin a meses, si no años, de desconfianza y desencuentros. Un acto que puso la guinda a un suceso rápido, simple y sin apenas boato a pesar de su trascendencia, porque puede desembocar en el primer Gobierno de coalición de la democracia; y que se parece muy poco a la firma que tres años atrás protagonizó el líder socialista con un aliado bien distinto a Iglesias, el entonces presidente de Ciudadanos, Albert Rivera.

Pues bien, si el éxito de un pacto es inversamente proporcional al de su escenografía, Sánchez tiene, en esta ocasión, la investidura asegurada. La antesala del comedor de gala. Ni siquiera el propio comedor. Y en un chaflán. Esa fue la estancia del Congreso elegida por PSOE y Unidas Podemos para que sus líderes firmaran de pie su compromiso de 10 puntos.

La culpa fue de la prisa, el secretismo o la improvisación. O de las tres cosas, porque muy pocos de cada partido sabían, hasta apenas horas antes, lo que iba a ocurrir. Y quienes se encargaron de montar el acto no lo supieron hasta muy poco tiempo antes. Por eso no es de extrañar que cuando estaba ya todo listo faltara lo esencial: Los bolígrafos. Minutos de nervios, hasta que el personal del Congreso acabó facilitándolos. Firmaron, hablaron poco -explicando cada uno las razones del pacto-, se abrazaron entre sí y a los suyos, y no comparecieron ante la prensa. 

Nada que ver con lo que pasó el 24 de febrero de 2016. Aquel día, la sala Constitucional del Congreso, con los retratos de los padres de la Carta Magna como testigos, fue el lugar elegido por PSOE y Ciudadanos para que sus dirigentes firmaran, con toda la solemnidad posible, el acuerdo que debía hacer presidente a Sánchez. Algo que no fue posible, entre otras cosas, porque Iglesias se negó a facilitar la investidura.

Sentados, en una mesa en el centro de aquella estancia, firmaron el líder socialista y Rivera aquel acuerdo de 200 medidas. Se levantaron y estrecharon las manos ante el largo aplauso de los suyos. Después llegó el abrazo, aunque pictórico. Porque de allí ambos se fueron hasta el vestíbulo de uno de los edificios de la Cámara Baja en el que está colgada la obra El abrazo de Juan Genovés. Y dieron sus explicaciones a los medios, con ese cuadro, símbolo de la Transición, como imagen de fondo. Hasta el último detalle se cuidó entonces. Y muy pocos detalles ha habido ahora. Salvo el abrazo. Ese gesto que Iglesias improvisó y al que Sánchez se prestó sin resistencia, en un intento por mostrar una cercanía que casi nadie veía posible.

 Tan distinta ha sido en definitiva la escenografía como el contexto político de los dos momentos. En febrero de 2016, España no sabía aún lo que era una repetición electoral tras el fracaso de los partidos para pactar, aunque lo comprobó pocos meses después, en junio de ese año.

Ahora, el hartazgo de la ciudadanía es más que notable, la repetición ya se ha producido y en lugar de despejar dudas solo ha hecho más complicadas las sumas. Y es que cualquier suma es más difícil. Sánchez e Iglesias tienen menos diputados; Albert Rivera -el firmante de 2016, que podría haber llegado a ser vicepresidente- ha dimitido como líder de Ciudadanos ante el desplome de su partido; el PP ha subido pero no lo que esperaba; y Vox ha doblado sus escaños. Por tanto, la volatilidad política es, si cabe, mayor. Eso sin olvidar la crisis en Cataluña.

Por eso, esta vez, Sánchez e Iglesias no han querido esperar más. Y por eso tal vez, también, la firma ha sido tan sencilla y al mismo tiempo tan significativa.