Guía de cómo celebrar la Semana Santa en el confinamiento

Arcángel Moreno Castilla
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Celebrar la Pascua sin templo, sin sacerdote, sin procesiones, sin música…

Un momento de la celebración de una misa - Foto: TOMÁS FERNÁNDEZ DE MOYA

Estamos pasando tiempos difíciles, tiempos de pandemia… en definitiva, un tiempo excepcional para todos. En medio de las dificultades, los cristianos nos encontramos con que, encerrados en casa, no podemos celebrar la semana santa como habitualmente lo hacemos y podemos tener la sensación de estar en una especie de exilio, fuera del ámbito acostumbrado donde hemos celebrado el misterio central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Cristo. También en esto hemos de reconocer y aceptar que se trata de una situación de excepción, nadie había pensado que podríamos estar pasando por una situación así.

            Como el pueblo judío en el exilio en Babilonia, a veces puede resonar en nosotros el deseo de volver a la vida que hemos tenido con nostalgia de lo que no vamos a tener estos días de semana santa. Aquella experiencia del pueblo nos recuerda, a su modo, nuestra situación: sin templo, sin sacerdote, sin procesiones… Por otro lado, es cierto, que como ocurrió entonces, esta es también una etapa de la historia de salvación que Dios está haciendo con nosotros; es más, está siendo el último momento de esta historia salvación.

Pero Dios no se ha ido, está con nosotros. Tenemos una gran ventaja: el hogar, el lugar donde la Iglesia doméstica se hace visible. Entonces los judíos se sintieron solos y les quedó algo que a nosotros hoy se nos muestra como lo que sostiene auténticamente nuestra relación con Dios y los demás: la Palabra de Dios (y más en concreto los textos que la liturgia señala para la semana santa).

Guía de cómo celebrar la Semana Santa en el confinamientoGuía de cómo celebrar la Semana Santa en el confinamiento - Foto: Pablo Lorente

            Admitiendo la excepcionalidad de la situación no nos falta, con la Palabra, la contemplación de la humanidad del Señor en su pasión, muerte y resurrección. Por eso me atrevo a proponer algunas pistas que nos puedan ayudar a vivir en profundidad estos días.

            Advierto que son muchos los materiales ofrecidos desde las redes sociales, internet… (imposibles de asimilar por su extensión). También los hay para niños y son realmente bonitos y sugerentes. Pienso en los mayores de casa que han de transmitir la fe a los hijos o hermanos y por eso propongo simplemente utilizar la liturgia de la Iglesia (la Conferencia Episcopal ha elaborado materiales para tenerlos en casa a través de las redes y poder manejarlos).

            Los padres o hermanos mayores como catequistas de los niños: una oportunidad fenomenal para explicar el sentido de cada día y el misterio de la humanidad del Señor. Un momento de pocos razonamientos y mucha vivencia espiritual que transmitir. La transmisión de la fe se ha encontrado con un momento oportuno. Y probablemente, al paso que los hijos, los evangelizados sean también los padres. Así el domingo de ramos, como puerta que introduce a la semana santa, puede ser momento para poner imaginación en los hechos narrados por la Palabra y ayudar a interiorizar que Jesús llega, como nuevo David, sobre un burro… narrar la historia para dejarse afectar por ella.

            Qué interesante en este punto usar los textos bíblicos de la semana santa; cada día ofrecen tal riqueza que sería una pena dejar pasar la oportunidad de seguir el relato del momento central de nuestra fe a través de los textos. Es Cristo quien nos invita y nos acompaña. Ver las celebraciones en televisión o escuchar la radio no debería conformarnos en este tiempo de silencio y oración (como otras veces no hemos tenido).

            Y, aunque todo parece difícil, Dios se quiere comunicar contigo, sale a tu encuentro: Cristo va a ser el maestro que nos lleve a vivir con intensidad estos días. Venimos de la sociedad de la prisa y el ruido, donde la abundancia de palabras, de información, hace necesario el silencio contemplativo. Para poder contemplar es necesario encontrarse con el silencio interior que nos lleva y posibilita el encuentro. Cuántas plegarias estos días, sencillas, sinceras… donde el silencio ha sido cómplice de la relación con Dios de tantas familias.

            El silencio y la familia (pequeña Iglesia) nos hace recordar con cariño aquella expresión de Saint-Exupéry en su conocido libro El principito: “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Recordar y mirar cómo el jueves santo el momento de la comida es especial: alguien, el mayor reparte el pan; están todos a la mesa y el padre y la madre en la comida están entregando la historia de su amor, de su trabajo, de sus desvelos… hacer eco en esta comida de como los padres han trasmitido su fe ante la pregunta de los pequeños por lo especial de ese día, para luego ver la celebración, recrearse en los textos, para estar disponibles para todos (no sé si es recomendable hacer el gesto de lavar los pies dada la situación en que vivimos). Y que alguno de la familia, estos días, haga y prepare la bendición de la mesa.

            Contemplando los textos, sobre todo el evangelio: miremos el viernes santo. Imaginad que el padre o la madre (alguien que lo pueda hacer) ayuda a ver con la imaginación la escena o escenas en las que Jesús es protagonista en alguna de las celebraciones de estos días, y ayuda a entender cómo vive, actúa Jesús… afecta a todos los de casa. No se trata de explicar sino de apoyar con la imaginación la compresión del texto. La humanidad de Jesús, su misterio empieza a ser más nuestro. Es, sencillamente, mirar, gustar, abrir los ojos del corazón para que el Dios de la vida, el Dios del encuentro que está a la puerta y llama, pase y se quede a cenar (Ap 3,20). Esta es la razón por la que se nos invita a contemplar, para que el Señor entre y ocupe “nuestra casa”.

            La lectura de la Pasión de S. Juan el viernes santo: qué oportunidad para seguir el texto con paz, mirar con el corazón, amar lo que se contempla: Jesús de Nazaret, también hoy para ti, se sigue entregando. Nos lleva a un seguimiento cercano y entregado de aquel que “nos amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Es un modo de orar. Al centro de la mesa una cruz, un crucificado, una vela, la biblia… silencio… mirar al crucificado y dejar que después de la lectura de la pasión podamos adorar la cruz, y hacer pasar por el corazón las necesidades de todos los hombres, y hacer la comunión espiritual…. O, cómo no, recordar el Vía Crucis…

            El sábado santo puede resultar un día algo complicado. Como el viernes, tampoco hay eucaristía, la Iglesia invita a orar: al lado de María que ha visto, vivido, sufrido… y espera en silencio… como nosotros, llegará el tercer día… Cristo ha descendido a los infiernos, no quiere que nadie se pierda y busca a los que están perdidos en el desamor… día de espera (como tantos estamos viviendo). Recordar también, en estos días, el rezo del Rosario teniendo en cuenta a tanta gente que necesita de nuestra oración. También, para quien tenga acceso estos días, no olvidar la Liturgia de las Horas, oración de toda la Iglesia.

            La Vigilia Pascual puede ser larga para los más pequeños y quizá sea mejor para ellos acentuar el domingo de resurrección. Los mayores podemos contemplar las riquezas de la victoria de Cristo sobre la muerte. Es primavera, brota lo nuevo. Y el domingo de la resurrección del Señor puede fundar nuestra fe en la esperanza de que realmente la cruz será vencida, la luz ha vencido a las sombras y el futuro siempre será mejor. La Pascua no es el final, por ahora queda claro que Cristo es el Señor de nuestras horas y seguimos con Él en la oración, en la eucaristía escuchada, el en Rosario, en la oración personal, el rezo de las Horas… quedamos así emplazados para vivir de una esperanza nueva fundada en Cristo. Siempre mirando adelante porque, aunque en una situación de excepción, el Señor está con nosotros, no abandona al hombre en el “Hoy” de la salvación.