El voto del miedo

Javier M. Faya (SPC)
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El coronavirus obliga a Feijóo y a Urkullu a suspender las elecciones en Galicia y el País Vasco, con más ventajas que inconvenientes

El voto del miedo

Siguiendo las normas del sentido común, algo que a veces no se da entre los gobernantes, los presidentes de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y el País Vasco, Íñigo Urkullu, tomaron hace unos días una decisión sin precedentes en la Historia de la España reciente y muy posiblemente de la antigua: suspender una convocatoria electoral. 

Y es que el riesgo de contagio en los colegios dentro de escasamente dos semanas era altísimo. No en vano, la espiral de infectados y muertos no deja de crecer y el país entero se halla en un estado de alarma que, a buen seguro, se va a alargar muchos días más.

Los comicios en estas dos regiones estaban fechados para el 5 de abril. Curiosamente, los dos mandatarios los habían adelantado unos meses en vez de agotar la legislatura. ¿La razón? Cataluña. Aunque la negaran de forma tajante tanto uno como otro, en su decisión pesó mucho la amenaza el pasado 29 de enero del president de la Generalitat catalana, Joaquim Torra, de convocar comicios tras incendiar los pocos puentes que quedaban en pie con sus socios de Esquerra. 

Solo así se explica que tanto el orensano como el vizcaíno decidieran casi de inmediato acortar sus respectivas legislaturas. 

Siempre se ha dicho que el político que esté en el poder tiene una importante ventaja sobre sus contrincantes, y es el poder adelantar los comicios a su conveniencia. Esta fórmula se ha utilizado tanto a nivel nacional como autonómico. 

Seguro que pocos se acuerdan ya de cómo Felipe González, ante el empuje de José María Aznar -al que derrotó por poco en 1989- y el desgaste de su Gobierno por casos de corrupción, decidió utilizar esta fórmula en 1993 y en 1996. En el primer caso le sirvió para ganar con muchos apuros. En el segundo, para intentar voltear la situación y que el fracaso en las urnas no fuera demasiado grande según lo que pronosticaban las encuestas. Al final, se produjo lo que su exnúmero dos Alfonso Guerra llamó «la amarga victoria y la dulce derrota». 

José Luis Rodríguez Zapatero, ante la caída de popularidad por negar la crisis económica y sumir al país en ella, decidió no presentarse a un tercer mandato y adelantar un año las elecciones -2011- para que su candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, no perdiera por demasiado. Mariano Rajoy le aplastó.

Mientras, en Andalucía, tanto Manuel Chaves como José Antonio Griñán y Susana Díaz, todos ellos socialistas, pusieron en marcha esa pequeña artimaña legal. Algo de lo que sabe también el mismísimo Feijóo, que en 2012 se comió muchos meses para revalidar su mayoría absoluta. 

Dicen las malas lenguas que los dos principales motivos que le animaron a ese cambio de rumbo -pillar con el pie cambiado a los rivales y evitar más desgaste- se repiten ahora, con un añadido: si la situación en Cataluña se radicaliza, Vox sube. Eso bien se supo en las andaluzas de 2018 y las dos generales de 2019. En cuanto al otro partido que le puede robar votos, Ciudadanos, más que naranja está verde, muy verde, con una candidata, Beatriz Pino, que cuenta con el beneplácito de Inés Arrimadas, pero que siempre ha estado en Madrid. 

‘Balsa de aceite’

Mientras, en el País Vasco, el lendakari, muy posiblemente, siguió el ejemplo de su colega al ver que el tsunami catalán podía socavar los cimientos de Ajuria Enea. Y no porque Vox pudiera florecer en Euskadi -que posiblemente lo haga-, sino porque en la espiral independentista, EH Bildu siempre tendría las de ganar, ya que Sabin Etxea -la sede central de los jeltzales- conoce perfectamente las líneas rojas. De todos modos, Urkullu sale gananado con el retraso ya que en junio, con coronavirus o sin él, Prisiones pasa a su jurisdicción, y con ello la libertad de muchos presos etarras. 

Ahora solo falta saber la fecha de la cita con las urnas. Todo depende de la remisión de la pandemia.