Horizonte de esperanza

Leticia Ortiz (SPC)
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España aún cura las heridas de una tragedia sin precedentes, pero con la mirada puesta en las vacunas para superar la crisis sanitaria, económica y social

Horizonte de esperanza - Foto: Mariscal

Casi todo el mundo es capaz de ubicar dónde estaba el 11 de septiembre de 2001 cuando a eso de las tres de la tarde (hora española) dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. Pero poca gente podría decir sin equivocarse qué estaba haciendo el 13 de febrero de 2020. Aquel día, Fernando, un valenciano de 69 años que había estado semanas antes en Nepal, fallecía de una grave neumonía sin que los periódicos le dedicasen entonces ningún titular. En ese momento, los ecos del SARS-CoV-2 llegaban a España amortiguados, como un lejano rumor que partía de Wuhan, una ciudad que hubo que buscar en el mapa de China.

Tampoco será sencillo recordar los sucesos personales de cada uno cuando el calendario marcaba el 26 de febrero de 2020. Una fecha en la que se confirmaba que un andaluz de 62 años que no había salido de España se convertía en el primer contagio autóctono de coronavirus en el país. Aquello que era solo un rumor asiático cobraba fuerza a tiro de piedra, en Italia. Pero, a pesar de las noticias, los avisos y las señales, seguía siendo algo ajeno al día a día del país. Corrían por los teléfonos y las redes sociales los memes y los chistes sobre el coronavirus, palabra que casi descubríamos entonces. El fútbol seguía con marzo ya arrancando. Los mítines políticos, también. La temporada taurina despertaba con la multitud que se junta siempre en Olivenza (Badajoz). Y las manifestaciones por el Día de la Mujer congregaban a miles de personas en las calles. 

Sin embargo, será fácil ubicar el cometido de cada uno el 14 de marzo de 2020 cuando la pesadilla de aquel lejano SARS-CoV-2 se hizo tangible y explotó delante de nuestras narices: España quedaba cerrada y los ciudadanos, confinados en sus casas. Justo un año después, las vacunas han llenado de esperanza el horizonte, ese que se oscureció cuando -por fuerza- en el vocabulario habitual del mundo se colaron palabras, siglas y expresiones como coronavirus, COVID, pandemia, OMS, PCR, antígenos, mascarilla, distancia de seguridad o incidencia acumulada, entre otras muchas. Pero ahora, 12 meses después de que el Gobierno, con el apoyo unánime del Congreso de los Diputados activase una herramienta constitucional tan inusual como el estado de alarma, aquellos vocablos han dado paso a otros cargados de optimismo e ilusión como inmunización, dosis, viales o vacunación.

En la memoria

«El pasado es un prólogo… La verdadera historia comienza ahora», escribió el célebre William Shakespeare. En ese prólogo de la historia que está escribiendo España desde que el 28 de diciembre, Araceli Hidalgo, de 96 años, ofreció su brazo a la enfermera para ser la primera ciudadana del país en recibir una dosis de la vacuna, hay héroes -todos anónimos- que permiten creer en ese ilusionante futuro, pero también dolor y tristeza. Nadie puede olvidar a las más de 70.000 personas que se quedaron por el camino según las estadísticas del Ministerio de Sanidad. Otras fuentes oficiales, como el Instituto Carlos III -dependiente del Ministerio de Ciencia- aumenta esa cifra hasta superar los 90.000 muertos. Y el Instituto Nacional de Estadística en su informe de diciembre también ampliaba en 17.000 el dato que por entonces confirmaba el Gobierno. Probablemente, nunca se sabrá el número exacto de fallecidos por el coronavirus en España. La imposibilidad de realizar pruebas diagnósticas en marzo y abril de 2020 por la falta de test llevó en aquel momento, el de mayor pico de decesos de toda la pandemia, a contabilizar una gran parte de los fallecimientos de personas con síntomas compatibles con la COVID como «sospechosos».

Pero, más allá de las cifras, que son importantes porque señalan la magnitud de la tragedia, están las historias de aquellos que no pudieron superar el coronavirus. Muchos de ellos mayores de 75 años que se marcharon sin poder despedirse de sus familiares. Posiblemente, esa soledad en los últimos momentos antes de morir es la imagen más dura de una tragedia que deja más de tres millones de contagios en España. 

Desescalada y recaídas

El confinamiento que arrancó el 14 de marzo se alargó en sucesivas prórrogas aprobadas por un Gobierno que cada vez contaba para ello con menos respaldo de la oposición. A pesar de esa pérdida de apoyos, el Ejecutivo defendía que era la mejor herramienta para contener unas cifras que saturaban la sanidad, pero también las funerarias. Y los datos daban la razón a Moncloa, con la pandemia contenida después de la terrible ola que asoló el país. Los españoles aguantaron las restricciones recluidos en sus casas, tal y como exigían las autoridades. Incluso hubo un momento cada día para homenajear a los sanitarios, los héroes más expuestos durante la pandemia. Fue el sábado 20 de junio, con las cifras de contagios y fallecidos descendiendo cada jornada, cuando se levantó en España el estado de alarma, aunque varias comunidades arrancaron la llamada desescalada semanas antes. Los ciudadanos recuperaron entonces la libertad perdida, aunque las restricciones siguieron y las mascarillas se convirtieron en una prenda más del outfit habitual.

Llegó un verano distinto, con la añorada vieja normalidad en el recuerdo. Faltaron besos y abrazos. No hubo amores estivales. El coronavirus era una amenaza latente, a pesar de la mejoría de las cifras. Tensa calma para un país que veía demasiadas persianas cerradas en sus calles. Porque la crisis sanitaria derivó también en una recesión económica sin precedentes. Crecieron las llamadas colas del hambre, con cientos de ciudadanos en brazos de la solidaridad del resto. Y España, una vez más, respondió a los llamamientos para echar una mano, desde el tendero del barrio más humilde hasta el cocinero con estrellas Michelín. Había -y hay- que salir de esta situación, pero sin dejar a nadie atrás.

La segunda ola llegó casi de la mano del otoño, con las autonomías convertidas en protagonistas inesperadas, pues sobre ellas recayó la respondabilidad de decidir las limitaciones en sus territorios. Y de nuevo el estado de alarma hizo acto de presencia el 25 de octubre. Y esta vez con fecha de finalización definida: 9 de mayo de 2021. Aunque, en esta ocasión, esta herramienta constitucional no estuvo acompañada del confinamiento total. Las cifras volvieron a mejorar poco antes de Navidad, la más extraña de nuestras vidas. Sin celebraciones familiares ni cabalgatas de Reyes. Pero, a pesar de todo, la tercera ola, cuando el país aún se recuperaba de la segunda, volvió a asolar el país, que revivió la pesadilla de la primavera con las Unidades de Cuidados Intensivos saturadas y los fallecimientos al alza.

Volver a vivir

«Ahora hablo de esperanza, esa que vive en la calle, la que busca cuando abrazas un clavo donde agarrarte para llenarte de vida cuando la vida se parte». Valgan los versos del poeta sevillano Rafael González Serna para hablar del futuro, ese que va unido a las vacunas, la gran esperanza, el clavo al que agarrarse con la vida partida que ha dejado el coronavirus. La ciencia, una vez más, aparece como solución no solo para la crisis sanitaria, sino también para la económica, porque la reactivación total del país estará más cerca cuando la inmunidad sea masiva. Según auguran los expertos, entraremos entonces en una especie de felices años 20, para vivir aquello que la COVID nos robó. Ya queda menos, aunque a veces parezca mentira. Y todos recordáremos dónde estábamos el día que regresó la vieja normalidad.