Vidas rotas

Juana Samanes
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La famosa novela de Aramburu está bien trasladada a imágenes, pero contiene una visión polémica de las Fuerzas de Seguridad del Estado

Como ocurre con la novela homónima en la que está basada, cuyo autor es Fernando Aramburu, esta serie televisiva duele desde la impactante primera secuencia que nos sitúa en lo que fue el País Vasco y Navarra durante tres décadas: unas comunidades donde el miedo y el silencio cómplice provocaron una convivencia difícil entre sus vecinos, debido a las acciones llevadas a cabo por la banda terrorista ETA.

 Adaptada en una serie televisiva de ocho capítulos, de una hora de duración, la idea original de plasmarla en pantalla y guionizarla ha sido responsabilidad de Aitor Gabilondo y la dirección ha corrido a cargo de Félix Viscarret y de Oscar Pedraza. 

 El argumento es claramente conocido debido a que la novela de Aramburu es uno de los mayores best seller de los últimos años. Durante tres décadas sigue la vida de dos familias amigas que viven en un pueblo de Guipúzcoa y a quien la violencia de ETA separa cuando el hijo mayor de una de ellas se convierte en miembro de un comando especialmente bárbaro. 

 La novela y la serie retratan muy bien el clima de terror en el que se vivió durante muchos años en el País Vasco y Navarra por los asesinatos de inocentes (se calcula que unos 1.000) y las vidas rotas que dejó tras de sí. La historia se centra en los miembros de esas dos familias, sobre todo en las madres, Bittori y Miren, la primera viuda de un empresario asesinado por ETA que antes vivió el suplicio de la extorsión, del aislamiento y el rechazo de los vecinos en su propio pueblo. Como se decía en esos años de plomo cuando mataban o atentaban contra alguien: «Algo habrá hecho». La segunda, madre de un miembro de ETA, tras curtirse primero en la denominada kale borroka, una mujer de creencias religiosas particulares que se transforma en una auténtica odiadora de los otros.

Ellas y sus hijos, todos de diferente personalidad y forma de afrontar la vida, son milimétricamente retratados, y resultan creíbles. Pero en la novela y, sobre todo en la serie, asombra el tratamiento totalmente sesgado que se ofrece de las Fuerzas de Seguridad del Estado. No hay ni una sola secuencia en la que parezcan seres normales, son siempre retratados como crueles, cínicos y violentos. 

Mientras, asombra lo explícitas que son las de las torturas a José Mari, el hijo de Miren, y la duración que se toma en recrearlas frente a lo rápidas, o mediante elipsis, con la que son contadas las de los asesinatos de ETA. 

 

‘Flashbacks’ continuos

La serie nos habla, capítulo a capítulo, del dolor y sufrimiento de las víctimas, de la nefasta labor realizada por algunos sacerdotes de la Iglesia vasca al justificar a los terroristas, de la misión de las herriko tabernas. Todo ello narrado con la novela con continuos flashbacks que van mostrando en paralelo imágenes del pasado y del presente, fácilmente reconocibles.

 Rodada en diferentes localizaciones del País Vasco, muchas de ellas en San Sebastián, un plantel de actores, la mayoría de la Comunidad Autónoma Vasca, realizan unas actuaciones impecables, especialmente Elena Irureta, interpretando a Bittori. 

 La serie que emite HBO se anuncia con una frase significativa: «Todos somos parte de esa Historia». Sin duda, pero algunos no hubieran querido ser protagonistas de ella por la muerte o el dolor que experimentaron que no acabó con el anuncio de abandono de ETA de las armas porque dejó unas secuelas psicológicas indescriptibles.