"Sin puteros no habría ni prostitución ni trata"

María Albilla (SPC)
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"Sin puteros no habría ni prostitución ni trata" - Foto: PLANETA

La periodista y escritora Marta Robles se adentra en su nueva novela,  La chica que no supiste amar, en la sordidez del mundo de la prostitución, concretamente la trata, para denunciar la situación de miles de mujeres que son esclavizadas para vender su cuerpo.

La novela arranca con una escena brutal. Un hombre descerraja un tiro en la cabeza a una prostituta nigeriana mastectomizada. ¿Es una declaración de intenciones?

Es brutal por muchas razones, la primera porque nunca pensamos que las chicas que se prostituyen en las calles o en los burdeles y que han llegado a España esclavizadas pueden enfermar. Y, evidentemente, no me refiero a un catarro. Me refiero a algo tan grave, pero factible, como un cáncer de mama. Pasar por ese proceso les puede convertir en una mercancía defectuosa y llevarla a la muerte, como es el caso de Blessing.

No ahorra crudeza en la historia...

Pero no me regodeo ni en cuestiones sexuales ni violentas. La historia es suficientemente sórdida como para que simplemente describiendo lo que hay con un lenguaje muy seco llegue al lector. No quiero añadir morbo a una situación que es suficientemente miserable por sí misma.

¿El objetivo de la novela es denunciar la situación de estas mujeres?

Sí. Quiero dejar claro que de la primera palabra a la última esta es una historia de ficción, pero creo que las novelas, aunque no reales, tienen que ser verosímiles, por eso tiene datos reales. Lo bueno de una novela negra es que tiene esa posibilidad de poder hacer una denuncia social a través de una radiografía en la que nos encontramos a nosotros mismos.

¿Entonces cuánto hay de verdad en La chica que no supiste amar?

Quiero insistir en que es ficción, pero sí, he hablado con cinco víctimas de trata a través de Apramp (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida) y con expertos como mi amiga Mabel Lozano y José Nieto. También he tenido en mis manos informes policiales para acercarme a los datos. En una novela como esta, que incluye una denuncia, hay que tener mucho cuidado para no contar ni de más, ni de menos.

¿Cree que es necesario abrir el debate de la trata? 

Sin ninguna duda. Si te digo la verdad, no llego a pensar que pueda haber una solución completa en este tema. No creo que, se haga lo que se haga, la prostitución y la trata vaya a desaparecer. Es un mal demasiado imbricado en la sociedad como para que desaparezca, pero sí que podrían cambiar bastante las circunstancias si se diera el abolicionismo, que es lo que yo defiendo.

Hemos visto ejemplos de legalización de la prostitución en países como Holanda y el resultado no ha sido nada satisfactorio. Poner las penas a los consumidores ha dado, sin embargo, mejores resultados en Suecia. Regular no puede ser algo muy beneficioso para las víctimas de trata cuando los proxenetas son los primeros en apoyarlo. Hay que abrir el debate.

¿Somos quizás todos cómplices mirando hacia otro lado?

Efectivamente. Todos somos muy cómplices de este negocio que mueve millones y millones a través de la venta de carne humana. Todos sabemos dónde hay prostitutas, todos sabemos dónde hay burdeles, todos sabemos que esas mujeres son víctimas de trata y, aún así, miramos hacia otro lado. Que cada uno ponga en su conciencia lo que sucede con personas de nuestro alrededor que sufren tanto.

La figura del putero es la clave. ¿Quién está detrás del consumo de prostitución?

Se habla muy poco de los puteros y lo cierto es que sin puteros no habría ni prostitución ni trata. Sin demanda, no hay oferta.

Me interesaba mucho, además, que la reflexión sobre el putero la hiciera en mi novela un hombre. 

¿Cómo cambia la perspectiva cuando esa reflexión la hace una hombre en vez de una mujer?

Pues seguro que hay muchos hombres que ni siquiera prestan atención. Por ejemplo, en los foros sobre desigualdad, generalmente todas las voces son de mujeres. 

Por eso quería que fuera un hombre quien pusiera voz, el detective Tony Roures, que además ha consumido prostitución en alguna etapa de su vida, aunque fuera en momentos tan miserables como estando en una guerra, y que no se siente cómodo ni orgulloso de ese pasado. Aporta mucho más que otras consideraciones.

El putero en este caso, Alberto Llorens, se esconde bajo una imagen de marido perfecto, aunque vaya fondo tiene...

Es que así es el 90 por ciento de la gente que consume prostitución. Una de las cosas que cuento en la novela y que es cierta es que en los puticlubs hay muchas campañas de reclamo para los jóvenes y muchos de ellos ya asocian su ocio a los burdeles. Además, como cada vez se inician antes en la pornografía en internet, les piden a las chicas prostituidas cosas que les aterran. Ellos piensan que es sexo normal, pero está muy lejos de ello. Además, si no se las conceden, se enfadan muchísimo. 

Qué terrible que quienes acuden a estos servicios no sean capaces de pensar en lo que hay detrás...

Las víctimas de trata me contaron que muchas veces les dicen a los hombres la situación por la que están pasando, pero ellos van al burdel a lo que van y no pueden llegar a su casa y contar que van a ayudar a una de estas chicas. Claro, porque jamás se imaginarían que han estado en un puticlub. 

Las chicas, además, muy pocas veces denuncian su situación porque tienen una deuda terrorífica y, en su contra está, además, que va creciendo. La contraen en el viaje y es la que se supone que tienen que cubrir con su trabajo como prostitutas, pero se va agrandando porque tienen que pagar el sitio donde viven, su comida, reconocimientos médicos... y, si no cumplen, las represalias van contra su familia. Con las nigerianas usan, además, los rituales de vudú. ¿Quién se va a atrever a denunciar una situación como esta?

El miedo, la violencia, la soledad, la indefensión... Todo en contra.

Ni tú ni yo denunciaríamos a nadie si estuvieran en peligro nuestros padres o nuestro hijos. Es así.

El dinero mueve el mundo y también aparece la figura del proxeneta y de los que le facilitan las cosas.

Sí, claro. Esta es una novela de personajes y se analiza este problema desde todas las justificaciones que se dan en la sociedad para hacer muchas cosas o dejar de hacerlas.

Al final, lo más grave es que hay una sociedad en la que a los propios proxenetas se les abren muchas puertas porque son personas con mucho dinero y, de pronto, hay alguien en un banco, por ejemplo, que les da un préstamo o que les pone los mimbres para que puedan blanquear el dinero o un abogado que les explica las estratagemas de la ley o un médico que atiende a las mujeres en consultorios casi clandestinos... Está todo lleno de complicidades, que es lo que se cuenta aquí.

¿Se puede salir de la prostitución a pesar de todas las dificultades?

Complicadísimo. Apramp hace una labor extraordinaria, igual que otras entidades, pero no es sencillo porque estas mujeres a veces no se pueden quedarse en España, pero tampoco pueden volver... Las nigerianas a las que yo entrevisté consiguieron salir de un mundo terrorífico, con unas historias que a veces no me dejan dormir. Son seres de luz. Pero es verdad que lo consiguen muy pocas porque el camino es muy difícil. España, además, es un país tremendamente racista y las prostitutas de esta nacionalidad suelen estar en las calles, no en los club, porque no gustan.

Aunque la trata sea clave en el libro, no es el único. ¿Qué otros temas orquestan la trama?

Hay dos casos más que investiga el detective privado Roures. Una infidelidad y un caso de pastillas adulteradas que lo que hacen es mostrarnos a muchos personajes y muchas aristas de la sociedad. Todo eso está mezclado con pasión, amor, desamor y mucha música.

La verdad es que Roures es un tipo que se hace querer...

Roures es un tipo maravilloso por muchas razones. Una de ellas, porque es capaz de reconocer sus errores y eso es casi heroico en una sociedad como la nuestra. Aparte, es un tipo reflexivo, irónico, con sentido del humor... pero, sobre todo, es un tipo de fiar.