¿Hay alguien al mando ahí?

Antonio Pérez Henares
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La impotencia, la duda y el desaliento ante la gestión política de la pandemia y de la economía son los sentimientos de muchos españoles con el Gobierno

Desde que el pasado mes de junio el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, proclamó que el virus estaba derrotado todo ha ido a peor.

Llegados a este punto, a esta nueva encrucijada de impotencia y desvalimiento, de duda y desaliento, sin rumbo ni guía y con el horizonte cada vez más negro y por donde se mire, uno ya no tiene ni fuerzas, ni ganas siquiera, para hacer balance y pedir cuentas del pasado que nos ha vuelto a traer al lugar de donde nunca salimos y en el que, de nuevo, la amenaza sobre todo y sobre todos crece por momentos. No vayamos a olvidarlo, no, pero yo hasta lo dejaría aparcado, y hasta con alivio, si por fin pudiéramos sentir que ahí, en el puente del barco, hay alguien al mando. Alguien que viéramos y sintiéramos que está ahí para de verdad intentar sacarnos de esta tempestad atroz y en el que poder depositar alguna confianza.

Porque sé y sabemos, muy claramente quién tiene el poder, dado que cada día lo exhibe y se pavonea. Pero no es eso lo que la nación precisa y la sociedad anhela sino alguien de verdad al frente, liderando a las huestes cada vez más decaídas que somos todos, excepto, claro, quienes en la desgracia de los demás solo ven una veta donde sacar ellos su miserable rédito político. 

Lo necesitamos y somos muchos, me incluyo, los que sentimos una enorme orfandad al no verlo. Y diría que no solo en España en su conjunto, sino también en cada villa, en cada ciudad y en cada comunidad. Alguien que esté ahí cumpliendo de verdad con su deber y se ponga al servicio de la sociedad y no de su ambición, de su sigla, de su ego o de su mierdecilla.

La vista y la percepción son desoladoras. Porque de lo último tenemos raudales, nos inunda y nos arrasa, pero de lo primero estamos, sino ayunos, casi. Y por las máximas alturas de las diferentes banderías diría que ni uno solo de los que están en el deber de ser ejemplo han llegado ni tan siquiera a dar la mínima talla.

 Desde que allá por junio, en que se dio, por quien así lo proclamó el virus por derrotado, y tras aclamarse como vencedor a sí mismo se marchó de vacaciones, todo ha rodado, y no parecía posible, a peor. Hemos entrado, tras perder un tiempo precioso de tregua, en gaitas y pamemas el tiempo en la nueva táctica de buscar, y el presidente como aventajadísimo ejemplo pero con un tropel de émulos, a quien cargarle los muertos, a quien echarle a las costillas el fracaso. Y eso, ya y en este momento, se ha vuelto repugnante y un clavo más en el ataúd del prestigio del político. Habrá a quien esas batallas le exciten, pero creo que a la mayoría le producen un inmenso desánimo y una arcada de vomito.

 

Triste futuro

Lo que está por venir es penoso, lo tenemos encima y quienes estaban en la obligación de ampararnos no han quitado el paraguas para cogerlo ellos y salir corriendo al tiempo que gritan a los otros «al ladrón, al ladrón». Triste récord de nuevo, triste España.

PD. Critiqué aquí en alguna ocasión a la ministra de Trabajo. No será hoy que sin ningún reparo y ya en una trayectoria cada vez más marcada se está saliendo de la parva del cieno. Trabaja, negocia, acuerda y pacta. Yolanda Díaz es la única de todo el sector podemita, aunque ella viene de una vieja raíz de CCOO y el viejo PCE, que es una ministra de veras y no de atrezzo y pacotilla, con cartera y con cometido. Y se esfuerza en cumplirlo. 

Cuando creí que erraba lo dije, cuando creo que se está ganado el sueldo y cumpliendo con el cargo, también, y sin ningún reparo y además con satisfacción, lo digo.