Lo que Andersen contó de la región

Luis J. Gómez
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El autor de 'La Sirenita' estuvo cuatro meses viajando por España, pasando por Almansa, Santa Cruz de Mudela, Alcázar o Toledo. Escribió sus impresiones en un libro y no todas fueron de 'cuento de hadas'

Andersen vio las "ruinas" del castillo de Almansa coronando un "empinado peñasco". - Foto: Rubén Serrallé

Por estas fechas (en concreto un 23 de diciembre), pero  de 1862 se marchaba de España, Hans Christian Andersen (sí, el de ‘La sirenita’, ‘Caperucita’ o ‘El patito feo’). Llevaba casi cuatro meses recorriendo el Levante desde Barcelona hasta Murcia, explorando Andalucía y pasando varios días por Madrid antes de cruzar los Pirineos de vuelta. Aquí descubrió que solo se habían traducido al español dos cuentos suyos:‘La pequeña vendedora de fósforos’ y ‘Holger el danés’.  Aunque su intención era haberse quedado hasta el año siguiente, reconoció que no lo hizo ¡por el clima! Y esto lo dice un danés:«El clima de Madrid era inaguantable:nieve, lluvia y ventisca, peor tiempo no lo hace en el norte en esta época del año».
El caso es que en este periplo español pasó por varios puntos de lo que hoy es Castilla-La Mancha, aunque en la mayoría de los casos de pasada. Menciona Almansa, Santa Cruz de Mudela, Alcázar de San Juan, El Toboso y especialmente Toledo, a la que más tiempo dedicó. Sus impresiones, que no fueron siempre de cuento de hadas, quedaron recogidas en un libro que se publicó al año siguiente en Dinamarca con el título ‘I Spanien’.

«El sol y el viento han pasado su dedo corrosivo sobre la inmensa meseta de piedra en la que como un mosaico está engastada Almansa»
Andersen entró a España por la Junquera, visitó Barcelona y Valencia, pero para ir a Alicante tuvo que marchar en diligencia hasta Almansa para coger allí el tren. En este municipio albaceteño se topó con el monumento desaparecido de su batalla, «una pirámide con un león esculpido» . Describe las casas de Almansa «con paredes encaladas y torcidas» y con cortinas de juncos en las puertas. Junto a la iglesia ve un par de casa solariegas con escudos: «Sus salas permanecían ahora desiertas, resquebrajadas las paredes».
Era septiembre y en Almansa el escritor danés pasó calor. Dijo que pasar entre sus casas «cegadoramente blancas» era «como atravesar una hoguera hindú, un lento auto de fe». Pero intentó ver el lado positivo: «Estoy en el país del sol, mi sangre se ha caldeado y podré prescindir de la estufa todo un invierno en casa».
Andersen dedicó buena parte de su viaje a conocer la exótica Andalucía e incluso cruzó el Estrecho hasta Tánger. Cuando quiso subir a Madrid desde Córdoba, no estaba la línea ferroviaria completa y tuvo que coger una diligencia hasta Santa Cruz de Mudela. El paisaje de Sierra Morena le gustó hasta tal punto que dice que por un instante deseó vivir una pequeña emboscada de bandoleros.

En Santa Cruz de Mudela «había que atravesar el pueblo a pesar del lodo y los charcos»
Pero toda su emoción se vino abajo al llegar a Santa Cruz de Mudela y ver el cenagal de sus calles y sus casas pobres. «Ciudad tan sucia como ésa no había visto en toda España; las calles sin pavimentar estaban de momento convertidas en un maloliente cenagal; aquí no se podía andar ni respirar; las casas no eran sino miserables chozas».

Le causó tan mala impresión Santa Cruz de Mudela, que Andersen decidió no hacer una parada larga.Le causó tan mala impresión Santa Cruz de Mudela, que Andersen decidió no hacer una parada larga. - Foto: TURISMO CLM

Tampoco encontró muy atractiva la fonda que había junto a la estación. «La habitación que nos reservaron no tenía cercos ni cristales en las ventanas, huecos cuadrados con postigos de madera para cerrar, eso era todo, y aseguraban que era la mejor habitación de la casa», cuenta. Al final no hizo  noche en Santa Cruz de Mudela y cogió el tren que salía antes hacia Madrid.

Desde el patio de la estación de Alcázar vio a lo lejos «sus muchas torres de iglesia y sus grandes edificios»
Al escritor danés le tocó hacer parada en Alcázar de San Juan hasta que llegase el tren de Madrid. Sabía que es «un pueblo que compite con otros dos más sobre el derecho a llamarse cuna de Cervantes». Tuvo que esperar «una eternidad» a la llegada del ferrocarril «en el triste patio de la estación» a la llegada del tren a Madrid. Pero a lo lejos intuyó que Alcázar «tenía un aspecto interesante» por el perfil de sus edificios importantes y torres de iglesias. Además coqueteó con la idea de ir a conocer El Toboso, por ser la patria de Dulcinea, algo que al final no hizo.
En Alcázar se quedó mirando el perfil de la ciudad hasta la puesta del sol, cuando llegó el tren: «La silueta de Alcázar de San Juan recortábase contra el llameante cielo crepuscular, en tanto nosotros salíamos de nuevo veloces, impulsados por la fuerza del vapor».

En La Mancha «lucía la luna llena iluminando la campiña blanca que se extendía dilatándose a ambos lados»

El autor de 'La Sirenita' tuvo que espera El autor de 'La Sirenita' tuvo que espera "una eternidad" en la estación de Alcázar. - Foto: Rueda Villaverde

Al paisaje de la región le dedica pocas descripciones Andersen. De La Mancha que vio entre Santa Cruz de Mudela y Alcázar dijo que «la comarca era muy llana, sin variación alguna». Más sugerente le pareció ver esa llanura bajo la luna viajando en tren desde Alcázar a Aranjuez.

Se fue a ver una zarzuela sobre Cervantes y Lope de Vega que «había sabido hacer vibrar las cuerdas nacionales»

En Madrid Andersen fue a ver la zarzuela ‘El loco de la buhardilla’ en la que Lope de Vega lee un par de hojas del Quijote y le dice a Cervantes que esa obra le hará inmortal. También el escritor danés fue a ver la estatua de Cervantes en la Plaza de las Cortes: «Nadie sabe dónde está su tumba; ninguno de sus contemporáneos se interesó por ella; ninguna lápida lleva inscrito su nombre, pero sí el corazón del pueblo». Andersen conoció al escritor Hartzenbusch cuando preparaba una edición del Quijote.

Andersen contó que había cabras subiendo por los muros del Alcázar.Andersen contó que había cabras subiendo por los muros del Alcázar. - Foto: David Pérez

«El amarillento Tajo se asemeja aquí sobremanera al Tíber»
Aprovechó que estaba cerca de Toledo para conocer la Ciudad Imperial. Llegó en tren desde Aranjuez y en cuanto ve el Tajo, Andersen señala que «en seguida cambia el aspecto del paisaje; diríamos que nos habíamos transportado a los alrededores de Roma». Se reencuentra con el Tajo al cruzar «el profundo abismo por el puente de Alcántara; en lo hondo rugía arrolladora el agua amarillenta, moviendo un par de molinos de ladrillo arrimados a la orilla como si casualmente hubiesen quedado allí encallados».

Se alojó en una fonda en el Casco donde le dieron una habitación fría (ya se acababa el año), pero le llevaron un brasero. Lo mejor es que allí se había alojado antes un dibujante danés, Jacobo Kornerup, que estuvo haciendo ilustraciones en España y «la familia se había encariñado con él».

En los muros del Alcázar de Toledo «unas cuantas cabras brincaban por allí y nos miraban curiosas desde los altos».

Andersen admiró en San Juan de los Reyes una talla el profeta Elías que puede ser la que hoy está en Santo Tomé.Andersen admiró en San Juan de los Reyes una talla el profeta Elías que puede ser la que hoy está en Santo Tomé. - Foto: Víctor Ballesteros

Algunas explicaciones de Andersen hay que tomarlas con pinzas. Del Alcázar de Toledo dice fue el palacio de Carlos III, en vez de Carlos I, y da por seguro que fueron los propios españoles quienes lo incendiaron durante la Guerra de la Independencia. «A pesar de su estado ruinoso, sigue asombrándonos», cuenta. El patio lo describe como un «cuadrilátero de grandes dimensiones, rodeado de arcadas apoyadas en gruesas columnas de granito». Avisa de que «las pesadas escaleras de mármol amenazaban con derrumbarse» y de que en una fachada quedan estatuas y ornamentos, pero «no es más que una delgada cáscara». Cuenta que solo había un ala habitable en la que «se habían acuartelado los soldados» con pantalones rojos, guerrera marrón y casaca blanca».

«Alguien encendió una cerilla y alumbró con ella la boca del profeta, dentro se veían los dientes y la lengua perfectamente tallados»

Cuando entró en San Juan de los Reyes en Toledo se quedó impresionado con una talla del profeta Elías, que puede ser la que hoy está en Santo Tomé: «Los pliegues de su vestidura están asombrosamente reproducidos, suaves y delicados; la faz del profeta posee una vivacidad maravillosa». En el claustro apenas podía pasar debajo de los arcos «tal era la cantidad de cornisas, retablos y torsos que había allí amontonados».

También entró en las sinagogas (la de Santa María la Blanca la encuentra «más esplendorosa») y en la Catedral, donde se detiene ante la piedra de la que dicen que la Virgen puso los pies al descender de los Cielos. La mejor anécdota llegó cuando le señalan el castillo de San Servando y Andersen entiende San Cervantes (así lo escribe). Yademás le intentan engañar: «Nos contaron que el autor de Don  Quijote había perdido aquí su brazo luchando por su patria, pero esto es incorrecto y contradice los hechos históricos».