Fernando García Cano

Eudaimonía

Fernando García Cano


Historia y verdad

12/11/2021

A todos nos gusta la historia de un modo natural: la descripción y narración de hechos que incentivan nuestra imaginación tratando de recomponer el pasado es una inclinación universal de la inteligencia humana. En nuestra cultura, a la que muchos pensadores critican por haber perdido la memoria histórica, no faltan maravillosos ejemplos de ese arte que se llama «hacer historia». Acostumbrados a ver películas que narran historias en las que siempre hay buenos y malos, sean films de guerra o westerns, parece ser un ejercicio constante de la inteligencia humana el distinguir quién es quién, para poder unir la trama que unifica los eventos inconexos. En la medida que uno posee la clave de intelección de una historia concreta, se le aclara el panorama múltiple de las escenas y personajes que llenan la pantalla por unos instantes.
 Ya plasmó con precisión el título de la gnoseología de Maritain (Distinguir para o unir o los grados del saber) ese hábito intelectual que nos permite entender la realidad y desentrañar la verdad. En la medida que uno puede distinguir, separar, colocar… en ese mismo grado está capacitado para unificar, globalizar o intuir la totalidad de lo entendido. El criterio metodológico es tan válido hoy como lo ha sido para quienes han tratado de conocer la historia de la filosofía en orden a extraer la verdad contenida en las distintas doctrinas de los filósofos. «Amigos de Platón, pero más de la verdad» deberían ser todos los filósofos que se adentran en la historia, rastreando e investigando la obra de sus colegas anteriores.
La honda convicción de que existe una verdad de las cosas es lo que posibilita considerar unas doctrinas como erróneas con respecto a otras verdaderas. El ejercicio de la crítica filosófica es elemental para la asimilación de la enorme cantidad de doctrinas filosóficas que la historia nos ha legado. No es otra cosa lo que hace cada historiador de la filosofía cuando resume, sintetiza y critica a los pensadores que abarca su monografía o su compendio de historia de la filosofía. No cabe un punto de vista aséptico, neutro con respecto a no se sabe qué «meridiano de la equidad» cuando se hace la historia de la filosofía: se deben juzgar las doctrinas por su verdad.
 Pero cualquier persona iniciada en el conocimiento de la historia de la filosofía sabe que la trama de esta historia es suficientemente compleja como para impedir trazar una simplista raya que separe a buenos y malos. No exime, sin embargo, esa complejidad de la elección de un criterio intelectual que permita clarificar la historia del pensamiento, de acuerdo a unas coordenadas que aglutinen a los diferentes autores. Si no es simplista encontrarse en cualquier manual de historia de la filosofía los epígrafes divisorios de racionalistas, empiristas o idealistas, no tiene por qué serlo, tampoco, releer la historia del pensamiento a la luz de perspectivas realistas.  Sólo el realismo metódico permite entender las distintas doctrinas filosóficas desde dentro, para desde su mismo interior evidenciar sus incoherencias con respecto a la metafísica del ser de la filosofía perenne.
Este es el único modo de superar la Babel de los filósofos insuficientemente originales, sin renunciar, por otra parte, a nada de cuanto positivo pueda aportar la verdad contenida en las distintas doctrinas filosóficas. No  se trata de confrontar de manera extrinsecista las doctrinas con un supuesto bloque de verdades, definido de una vez para siempre, sino de, iluminados por las verdades que la historia de la filosofía nos ha dado en herencia, penetrar cada doctrina filosófica desde su interior con el bisturí del «amor a la verdad». Semejante técnica de lectura ha dado ya frutos maravillosos de crítica filosófica, que permite orientar la búsqueda de quienes se inician en la filosofía y que, sobre todo, ayuda a captar el constitutivo esencial de esa búsqueda que mueve al filósofo: la verdad.
 A estas alturas del comienzo de la tercera década del siglo XXI son ya muchas las producciones filosóficas de grandes maestros del pasado siglo, que tal vez no han brillado en los escaparates culturales de última moda, pero que probablemente han dado grandes pasos en la historia de la filosofía por su rigurosa búsqueda de la verdad: ¡hay que descubrirlos!

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