«En el feminismo se empieza a ver una revolución imparable»

María Albilla (SPC)
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El Premio de Novela Fernando Lara lleva este año el nombre de Ángela Becerra que, en 'Algún día, hoy', viaja a los años 20 en su tierra, Colombia, para recrear la vida de Betsabé, la primera mujer que fue capaz de liderar una huelga en una fábrica te

«En el feminismo se empieza a ver una revolución imparable» - Foto: JUAN LAZARO

Mucho antes de que existiera el #MeToo hubo mujeres valientes capaces de liderar otras pequeñas grandes revoluciones que, aunque desconocidas para muchos, han pasado a la Historia. Ellas también tuvieron que hacer frente al miedo para luchar por sus derechos, aunque fueran algo hoy tan esencial como llevar zapatos en una fábrica. La casualidad hizo que una noche de insomnio una de estas líderes se cruzara en la vida de Ángeles Becerra. A partir de una foto y unos pocos datos que vio en documental, fue tirando de un hilo que le llevó a ficcionar la vida de una mujer real ?que demostró hace un siglo que juntas, somos más fuertes. 

En Algún día, hoy urde una historia novelada en torno a un personaje real, pero olvidado por la Historia. ¿Quién fue Betsabé Espinal?

La figura de Betsabé fue real, pero efectivamente ha estado cubierta por un manto de olvido. Vivió en la más extrema pobreza, fue repudiada... y acabó trabajando en una fábrica textil cercana a Medellín en la que aguantó vejaciones y malos tratos de los patrones, como el resto de las mujeres que trabajaban allí. Alrededor de estas fábricas se crearon unos patronatos regentados por órdenes religiosas en los que reclutaban a las niñas necesitadas a las que se sometía a una especie de semiclausura. Trabajaban horas infinitas en unas condiciones infrahumanas y no las dejaban ni usar zapatos para que no mancharan los suelos de las fábricas. En este marco, Betsabé se levantó y gritó ‘basta ya’. Logró parar por primera vez a las obreras, que empezaron a reclamar un salario igualitario. Fue la conocida como huelga de Bello, la primera que se produjo en Colombia.

La mezcla de lucha obrera y feminismo puede ser una bomba para un argumento. ¿Funciona?

No es solo una novela con un canto épico a la liberación de las mujeres, es un monumento a la amistad y a la fuerza de la mujer.

¿Qué ventajas tiene ficcionar la vida de un personaje real?

Para mí fue un regalo maravilloso descubrir a este personaje del que se conoce tan poco porque me dejaba alas para imaginar. De ella se sabe su fecha de nacimiento y cuándo fue la huelga (febrero de 1920), pero poco más. Sin embargo, sí que está muy documentada la época y el paro de las mujeres de la fábrica de textiles que se alargó casi un mes. Eso me sirvió para ir presentado la historia, pero de ella no tuve más que una foto que salió en la primera plana de la prensa el día que terminó el parón. 

¿Dónde descubrió esta historia?

Pues estando ya inmersa en otro trabajo, me fui de vacaciones a Colombia. Una noche que no podía dormir en Cartagena de Indias encendí la televisión y me encontré justo con el final de un documental en el que se intentaba rescatar la historia. Me quedé con el nombre de Betsabé porque me enamoró aquella hazaña. ¡Es que luchaban por no ir descalzas! Me pareció maravilloso poder viajar a aquella época y lo que suponía para mí. Ha sido mucho trabajo, pero una oportunidad bellísima de adentrarme en un momento marcado por los cambios. 

Los años 20 son una época prolífica para la literatura. ¿Qué similitudes o diferencias encuentra entre cómo se vivieron en Colombia y en Europa?

Después de la Guerra de los Mil Días en Colombia, en las grandes ciudades se imitaba lo que sucedía en Londres, en París... La gente más pudiente no enviaba a sus hijos a estudiar a Estados Unidos, los mandaba a los centros neurálgicos de la cultura del Viejo Continente y, desde allí, se traía el bagaje de innovación. Medellín, por ejemplo, empezó a importar arquitectos belgas que diseñaron casi la mitad de la ciudad al estilo europeo. Se imita el vestuario, se vendían textiles importados a unos precios tremendos traídos de París... Luego había fábricas locales como la de Bello que hacía lo más burdo. También llegó la revolución social. Se empezó a notar un brote de socialismo que en Colombia se llamó socialismo criollo, que hizo que los ciudadanos se dieran cuenta de que tenían derechos y los podían reclamar.

¿Cómo es la lucha feminista en la actualidad?

Está al mismo nivel que en España. Hay un movimiento muy potente. Los puestos clave en las direcciones y presidencias de empresas cada vez están ocupados por más mujeres. En el feminismo se empieza a ver la punta del iceberg de una revolución que va a ser imparable. El mundo occidental tiene muchísimo que aportar y debe trabajar por todas aquellas que todavía hoy no tienen derecho a hablar.

¿Cómo se puede implicar a los hombres para crecer en el campo de la igualdad?

Ellos son absolutamente necesarios. Necesitamos que tomen conciencia de los beneficios que ellos mismos pueden obtener. No se pueden perder más la mitad de los cerebros del mundo. Ellos también han tenido que hacer frente a una muy mala educación, a esa pesada carga de que tienen que ser siempre fuertes y de que no tienen derecho a emocionarse, a sentir. 

A principios del XIX, unas pocas mujeres pioneras en la lucha alzaron sus voces para reclamar más derechos. Un siglo después, todavía quedan muchas cotas que alcanzar en la igualdad. ¿En qué cree que hemos fallado?

Durante siglos, la sociedad se ha movido por el miedo. Es necesario sentirlo para ser valiente, pero hizo falta que se dieran cuenta de que no iban a morir en el intento. Ese límite ya se ha cruzado. El movimiento #MeToo fue solo el principio de otros #MeToo que están por llegar.