El mito triste

Maricruz Sánchez (SPC)
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La muerte de Enrique Urquijo, uno de los grandes iconos de la movida madrileña, convulsionó España hace ahora 20 años

El mito triste

Todo era revuelo desde hacía dos días en el pequeño piso del número 43 de la calle Guzmán el Bueno de Madrid. El teléfono no dejaba de sonar, avivando la angustia en la casa de Enrique Urquijo. Esas horas, la vivienda había sido un ir y venir de familiares y amigos deseosos de novedades. El motivo: el artista había desaparecido. Y, aunque a priori este hecho era algo a lo que ya tenía acostumbrado a su círculo más íntimo, resignado a convivir con un músico al que se le perdía el rastro de vez en cuando, esta vez todo acabó mal. La noche del 17 de noviembre de 1999, el cantante y compositor de Los Secretos y Los Problemas, de 39 años, aparecía muerto en un portal de la calle del Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña. 

Enrique Urquijo es uno de los grandes genios de la movida y su prematuro fallecimiento convulsionó el panorama musical español de entonces. Un episodio trágico del que ahora se cumplen 20 años y que el periodista especializado Miguel Ángel Bargueño evoca, con una reedición especial conmemorativa, en su obra Enrique Urquijo. Adiós tristeza (Libros Cúpula).

Mucho más que una biografía musical, este volumen es un estremecedor relato, estructurado de forma cronológica en el que, junto a la vida del compositor, se repasa la época que le tocó vivir. Una historia construida a partir de más de un centenar de entrevistas, que van desde sus profesores del colegio hasta su familia y las mujeres que ocuparon su corazón, así como a otros artistas como Fito Cabrales, Eva Amaral, Luz Casal, Carlos Goñi, Mikel Erentxun o Pau Donés.

«Enrique había pasado la mitad de su existencia sumido en un peligroso círculo vicioso que le llevaba de la depresión a las drogas con billete de ida y vuelta. Cuando sentía el hormigueo de la desesperación, recurría al alcohol, la heroína, la cocaína o los tranquilizantes (en ocasiones, todo a la vez) para conseguir una especie de muerte efímera. Para obtener su particular panacea, había de adentrarse en un mundo sórdido del que ya era visitante asiduo. Había hecho de la autodestrucción un ritual....», mantiene Bargueño en las páginas del libro. 

Principio y fin. «Lo único que sé hacer son canciones, buenas o malas, pero a la gente le ayudan a ser feliz y eso es lo que me importa». Canciones buenas o malas, decía Enrique Urquijo.

Su padre, Javier Urquijo, de origen bilbaíno, casado con la salmantina Mari Luz Prieto, empleado de una empresa de construcción, aficionado al jazz y a la música clásica, tuvo la ocurrencia de regalarle una guitarra. A él y a sus hermanos, Javier y Álvaro, sin pensar que ese instrumento compartido desencadenaría una serie de acontecimientos que contribuirían, en gran parte, a ese fenómeno social de nombre tan manido que fue la Movida de los 80.

Ese fue el origen de la leyenda. Pero, el siniestro final de Enrique Urquijo no hizo sino acentuar su atractivo toque de perdedor. Había sido el chico tímido al que las chicas rompían el corazón y que con solo 20 años consiguió el éxito fácil y rápido gracias a Déjame. Una proeza que no supo digerir y que, tiempo después, en 1991, se repitió, cuando Los Secretos dieron la campanada con Adiós tristeza. Entonces, al genio le faltó tiempo para asimilar su realidad y formar otro grupo con el que poder seguir siendo clandestino. 

Así, su fragilidad le hizo adorable en vida, sus travesías siempre al borde del abismo le convirtieron en un personaje maldito, y su despedida, trágica, lo elevó a la categoría de mito.