Nostálgica cura

O.H.
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The Cure vuelve a demostrar en el Madcool que muy pocas bandas están al alcance de su directo, con un Robert Smith pletórico e incombustible y una puesta en escena muy cuidada. Como los buenos vinos, mejoran con el paso del tiempo

Nostálgica cura - Foto: Kiko Huesca

Pasó casi desapercibido. El concierto se acababa con el final de un Boys don't cry que la gente aplaudía entusiasmada mientras Robert Smith se despedía con un "Gracias. Nos volveremos a ver". En ese momento, Simon Gallup, que se había mostrado incómodo con su bajo en la segunda parte del show, se arrancaba con los primeros acordes de uno de los temas más míticos y siniestros de The Cure. Esas primeras notas de Faith, que solo los auténticos seguidores de la banda pudieron identificar, iban dedicados a ellos, a los fans, a esa comunidad que hay repartida por buena parte de la geografía nacional que adora todo lo que hace la banda y que se ha convertido en una auténtica familia: HispaCure. Olga lo había avisado la semana anterior en un grupo de WhatsApp. Hizo dos coloristas pancartas con sendos guiños a la canción y a Gallup. Había que tener fe. En Santiago de Compostela cerraron con ese tema su concierto, en el Mad Cool habría sido histórico.
Siete años después de su actuación en el BBK de Bilbao y casi tres años más tarde de su última presencia en Madrid, en esta ocasión en un recinto cerrado, The Cure llegaban a España para dar su único concierto de una gira que arrancaron en Sudáfrica y que les está llevando por toda Europa. Tenían la responsabilidad de ser el plato fuerte del cierre de uno de los festivales con mayor tirón y la banda de Robert Smith volvió a demostrar con creces por qué llevan más de cuatro décadas subidos al escenario, captando seguidores de generación en generación, cambiando registros de canciones para hacerlas nuevas, con un sonido espectacular, una puesta en escena muy cuidada y una voz única que no ha perdido un ápice de aquella que se arrancaba en 1979 con su primer disco Three Imaginary Boys.

Nostálgica cura

 

La noche era perfecta. Aunque amenazaba tormenta, el cielo se fue despejando y, quizás, lo único que incomodaba era el aire, que a veces se hacía notar. Un retraso de 10 minutos hizo que la expectación creciera aún más. Había muchos incondicionales, pero también espectadores que por primera vez iban a ver al grupo de Crawley. La duda era saber cómo arrancaban. El setlist de la gira no dejaba mucho lugar para las cábalas y, cuando se encendió el escenario y salió la banda, las estrellas y la melodía de las campanas marcaban el ritmo y las intenciones. La apertura con Plainsong tocaba la fibra de los acérrimos fans, una cánción épica, de atmósfera gótica, de ensoñaciones y deseos, que abre también su disco más reconocido Disintegration (1989). Smith se paseaba por el escenario antes de comenzar a cantar, queriendo agradecer la presencia masiva de seguidores en las primeras filas. Voz y tono que cambiaba de registro y convertía el tema en único. El concierto siguió con Pictures of You, auténtica obra de arte, y The Cure se acabó de meter al público en el bolsillo con High.
La nueva versión de Just one kiss elevó el tono, con un Robert Smith pletórico que derrochaba talento y dejaba claro que, pese a su edad, tiene cuerda para rato, para después bajarlo con Lovesong y Last Dance, otro guiño a Disintegration, que cumple este 2019 40 años. La incombustible Burn, banda sonora de la película The crow, con esa puesta en escena trabajada y esos primeros acordes de la mítica flauta de Smith que tira al suelo al comenzar, volvieron a encender los ánimos, para dar paso a Fascination Street, Never Enough y la aclamada Push.
La montaña rusa de sensaciones continuaba. Pocas bandas tienen un directo tan espectacular como los británicos, que, con Inbetween days y Just like Heaven, llevaron el show a su punto álgido, para rematarlo con From the Edge of Deep Green Sea y A night like this. The Cure ha conseguido reinventarse y hacer que sus clásicos suenen en esencia igual que siempre, pero, al mismo tiempo, diferentes.
La traca final estaba por llegar. Del arcoiris a la oscuridad. Play for Today, la hipnótica y aclamada A Forest, Primary, Shake Dog Shake y 39 trataron de bajar al público a los infiernos, para rematar el concierto con la memorable Disintegration. Algunos problemas de sonido, sobre todo del bajo, inquietaron a Simon Gallup, pero Smith y el resto de la banda trataron de calmarlo para que el show se resintiera lo menos posible. Salieron airosos de nuevo. La experiencia es un grado y la profesionalidad de estos músicos es infinita.


El grupo se despidió para volver y sacar todo su arsenal más conocido y comercial. Lullaby, con el hombre araña disfrazado entre el público, una espectacular versión de la imjustamente denostada Caterpillar, donde Smith dio rienda suelta a todos sus registros, la archiconocida The walk, en la que el cantante logró superarse, para cerrar con el cuarteto de sus canciones más conocidas: Friday Im in Love, Close to Me, Why Cant I be you?, para finalizar con Boys don't cry.

 

Un público entregado

El público, una vez más, acabó entregado a una banda que, como los buenos vinos, mejora con el paso del tiempo. Hay ganas de más y habrá que esperar al nuevo disco que los británicos quieren sacar este mismo año tras una década sin publicar ningún LP. Las intenciones son las de volver al lado más oscuro y deprimente.

The Cure volvieron a demostrar en el Madcool que son únicos, incomparables. Sus conciertos son experiencias vitales que dejan sensaciones encontradas y que, como los acordes de Faith con los que Gallup quiso homenajear a sus seguidores al final, siempre saben a poco.

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