Rememorando la película de Hitchcock, Rebeca, no soñé que volvía a Manderley, sino que volví, y no en sueños, a encontrarme con el ‘Mural del Anillo’, de la Universidad Laboral. Tras dos años de epidemia en los que el pasado se ha difuminado, ha desaparecido el presente y el futuro se presenta desorientado, en el mismo permanecía el imponente lienzo cerámico de los franceses Suzanne Grange y Raymond Edanz. He vuelto a sentir la fascinación antigua, que se experimenta en los reencuentros prolongados, por sus personajes insólitos, por la descripción casi naturalista de la panorámica de Toledo, por el río envolviendo en un anillo de vegetación lacustre la ciudad, por los integrantes alucinados del otro paño lateral con alusión explicita a las mariposas de la muerte o por la imaginería festiva del panel central en el que se muestran gentes distribuidas para ver y ser vistas. Las mujeres más sugestivas, los hombres más apuestos y la decoración del escenario dorado y azul ultramarino que envuelve a los invitados en una noche luminosa, permanecen inalterables. Impasibles a los efectos del tiempo por muy debelador que pueda ser. En fin, un tapiz en cerámica vidriada que cuenta una historia ‘dibujada y coloreada’, con espíritus y humanos en convivencia armoniosa.
Como en ocasiones anteriores había ocurrido, contemplaba el ‘Mural’, mientras hablaba con mis interlocutores, sin poder apartar la mirada de los rostros o las posturas de los hombres y mujeres colocados en el lienzo central. Una misteriosa mujer, de frente en la parte baja de la pared, me miraba estática, reclamando una atención exclusiva que nadie le presta. No hables, no te distraigas, parecía decir. Mírame como yo te miro, sin pestañear, como si fueras el único ser vivo tras un apocalipsis purificador. Tal vez esa mirada inamovible expresaba la soledad de la obra por los confinamientos de la pandemia o por la indiferencia de quienes se adentran en el ‘bar de la Uni’. El ‘Mural del Anillo’, como otros muchos paisajes de la vida, forma parte de las rutinas visuales de profesores y alumnos. Es una obra inclasificable y alucinada de unos franceses que, en Toledo, se situaron entre los alquimistas medievales y los brujos renacentistas. Escribir sobre ella ha sido como volver a empezar.