Dos décadas viviendo en la órbita terrestre

Raúl Casado (EFE)
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El hombre habita desde hace 20 años de manera permanente la Estación Espacial Internacional, un laboratorio que aprovecha la microgravedad para avanzar en el conocimiento

La misión aceleró la colaboración científica y técnica internacional.

La Estación Espacial Internacional (ISS) aceleró una época de colaboración y cooperación científica y técnica sin precedentes que todavía hoy dura, un complejo donde confluyen tecnologías, idiomas y hasta culturas diferentes.

Convertido ya en el objeto más grande y pesado en la órbita terrestre, la ciudad espacial cumple dos décadas desde que recibiera a los primeros astronautas, y desde entonces el complejo no ha dejado nunca de estar habitado y ha acumulado récords que no caben en ningún libro.

Los datos de las instalaciones son igualmente desorbitados: se mueve a una velocidad promedio de casi 28.000 kilómetros por hora; completa alrededor de 16 órbitas sobre la Tierra cada día; pesa 450 toneladas y ocupa una superficie similar a la de un campo de fútbol, cuatro veces más que la mítica MIR soviética -la primera estación espacial que fue habitada de forma permanente-.

Desorbitados también han sido los adjetivos y los elogios que durante los últimos 20 años se han sucedido para referirse a esa ciudad orbital: el mayor proyecto de cooperación de la Historia; la aventura espacial más emocionante; la puerta del Universo; la perfección milimétrica; grandiosa.

Durante décadas primó la carrera espacial que protagonizaron la extinta Unión Soviética y Estados Unidos; primero por mandar un humano al cosmos (esa meta la ganó la URSS con Yuri Gagarin) y después por llegar a la Luna (esa la ganó EEUU) una pugna que hoy ha mutado en cooperación y en la que ha entrado con fuerza China.

La Estación, consolidada ya como un gigantesco laboratorio que aprovecha la reducida microgravedad para avanzar en el conocimiento y realizar experimentos imposibles en la Tierra, involucra a EEUU, Rusia, a numerosos países europeos a través de la Agencia Espacial Europea, Canadá, Japón, Brasil y Ucrania.

Desde que en 1998 se pusiera en órbita el primer módulo de la Estación Espacial -el Zaryá (amanecer en ruso)- el complejo ha incorporado numerosos nodos, laboratorios y elementos presurizados y habitables, pero también una infinidad de paneles solares, sensores, brazos robóticos y artilugios exteriores.

Hasta allí se han desplazado durante los últimos 20 años más de 200 astronautas -entre ellos el actual ministro español de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, o el cosmonauta de origen español Miguel López Alegría- de una veintena de países. 

Pero también han llegado hasta sus instalaciones los primeros turistas espaciales, una decisión todavía algo controvertida debido al millonario coste -que en su mayoría sufragan los propios viajeros- y el diferente y desigual nivel de adiestramiento que tienen en comparación con los astronautas profesionales.

Más allá de los hitos que la ciencia y la tecnología han sumado gracias a la ISS, desde el complejo se han registrado momentos históricos y memorables, como la interpretación que el astronauta canadiense Chris Hadfield hizo del tema Space Oddity de David Bowie en 2013 o la llamada de atención sobre la fragilidad climática de la Tierra que desde allí lanzó el italiano Luca Parmitano, conectado con la Cumbre del Clima que se celebró en Madrid en 2019.

 

Un trágico suceso

Ni todo ni siempre ha sido fácil, y entre sus momentos más trágicos anotó el accidente en 2003 del transbordador estadounidense Columbia cuando regresaba de la Estación, un suceso en el que murieron los siete tripulantes de la nave apenas unos minutos antes del aterrizaje en Cabo Cañaveral (Florida, Estados Unidos).

Un acontecimiento que obligó a la NASA a interrumpir los vuelos tripulados y a las principales agencias del mundo a reprogramar el ritmo de construcción y de avituallamiento del complejo para evitar que aquel dramático suceso frustrara uno de los proyectos científicos y tecnológicos más importantes de la Historia.

Rusia asumió entonces los vuelos tripulados a la Estación Espacial y se redujo además el número de habitantes que de forma permanente se encuentran en la instalación, que ha tenido que corregir en numerosas ocasiones su posición y su rumbo para, entre otras cosas, esquivar la colisión con otros objetos en la órbita.

Ejemplo de colaboración (acumula ya numerosos reconocimientos y premios; entre ellos el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, en 2001) la Estación Espacial Internacional ha abierto una puerta a la exploración espacial que probablemente ya nunca se cierre, a proyectos aún más ambiciosos que requerirán de nuevo la implicación de un gran número de países.

Y entre ellos se atisban ya la construcción de una base permanente en la Luna o el envío de una nave tripulada a Marte, y para ello ya se han hecho «pruebas» (el estadounidense Scott Kelly regresó a la Tierra en 2016 tras permanecer en la estación 340 días de forma continuada) para comprobar los efectos de la microgravedad en el cuerpo humano en una misión tan necesariamente larga como sería ir al Planeta Rojo.