«Hasta que no bajamos en la jaula a 500 metros no supimos lo dura que es la mina»

Pilar Muñoz
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Julia Dorado Cabello, su hermana y una compañera fueron las primeras mujeres españolas que obtuvieron el título de Ingeniero Técnico de Minas

Julia Dorado Cabello (una de las tres primeras mujeres ingenieros de mina). / - Foto: J. D.

Fue una adelantada a su tiempo. Junto a su hermana Rafaela y a su amiga Esperanza Galván se aventuraron por un territorio vedado hasta entonces a las mujeres y fueron las tres primeras españolas que obtuvieron el título de Ingeniero Técnico de Minas. Sin duda, en eso tuvo mucho que ver haber nacido en un pueblo con tantos siglos de tradición minera como Almadén, término árabe castellanizado que significa 'la mina', y crecer sabiendo que debajo de tus pies se extienden kilómetros de túneles y galerías de paredes rojizas de las que se extrae el metal más pesado pero cuyo nombre identifica, curiosamente, al raudo y veloz mensajero de los dioses, Mercurio.

Julia Dorado nació en Almadén hace 68 años y lleva a gala pertenecer a una familia de mineros por la rama materna. Así que cuando ella y su hermana anunciaron que querían estudiar Ingeniería de Minas en vez de una carrera de letras, más propia de las pocas mujeres que estudiaban entonces, en casa no se sorprendieron, sino que las animaron.

Además de su carácter progresista, también les ayudaron los antecedentes familiares, ya que, como cuenta Julia, «había muchos facultativos en la familia (así se llamaba a las personas que se dedicaban a la mina) por parte de mi madre. Toda la familia era de Almadén: mi abuelo fue minero, un tío también, otro era facultativo de minas, sobrinos, primos, ... Mi padre era de Fernán Caballero y tenía fábricas de hielo, gaseosa y almacén de bebidas; no tenía nada que ver con la mina directamente, aunque indirectamente sí porque el pueblo era minero».

Al final, tres de los cuatro hermanos Dorado Cabello, las dos chicas y un chico, cursaron Ingeniería de Minas, mientras que el otro varón se quedó al frente del negocio paterno.

Julia Dorado cursó los estudios primarios en Almadén y después el Bachillerato en el colegio San José de Ciudad Real, donde estuvo interna tres años. A continuación, cuando iba a empezar los estudios superiores que ya había iniciado su hermana un año antes, hubo un cambio académico que propició que las dos acabarán juntas sus estudios. Y es que «hasta entonces Perito de Minas eran cinco cursos: preparatorio, selectivo y primero, segundo y tercero de carrera. Pero al año siguiente se creó la Ingeniería y suprimieron el selectivo, de tal forma que las dos y mi amiga Esperanza nos encontramos juntas en primero y pertenecemos a la primera promoción de ingenieros técnicos de Minas».

Cursaron la carrera en Almadén, que posee la Escuela de Minas más antigua de España y la primera del mundo. La creó Carlos III en 1777, hecho que atestigua la importancia que tenían para la corona las minas de Almadén, en explotación desde los tiempos de los fenicios. La escuela estuvo en la calle Mayor de San Juan, muy cerca de la mina, desde 1782 hasta 1974, cuando se trasladó a su ubicación actual, junto a la antigua cárcel de forzados.

Según Julia, «aquellos años fueron estupendos. En la clase éramos un número elevado porque nos juntamos varios cursos, unos 60. Estudiábamos mucho, teníamos clases hasta los sábados por la tarde, y de lunes a viernes en horario de mañana y tarde».

 

lo más difícil. Dice que lo más difícil era todo lo relacionado con la electricidad y la electrotecnia, «me costaba mucho trabajo hasta que lo comprendí», y que las asignaturas que más le gustaban eran Química, Física y Matemáticas, y asegura que el trato de los compañeros fue exquisito, tanto que llegaron a  ser delegadas de clase. «Nos respetaban muchísimo», comenta.

Recuerda que en cuando llegaban las fiestas en honor a Santa Bárbara, patrona de los mineros, la escuela daba invitaciones a los alumnos para que llevaran a chicas a los bailes y ellas consiguieron también disponer de invitaciones para llevar acompañante masculino, invitación que «yo di, por cierto, a un amigo que luego se convirtió en mi cuñado, porque entonces yo no tenía interés en nadie, sólo quería que las alumnas pudiéramos también invitar a chicos a las fiestas».

Pero el logro más importante, aunque llevó su tiempo, fue conseguir un aseo para chicas, ya que el edificio, aunque «era precioso», databa del siglo XVIII y «el servicio era un agujero en el suelo con dos suelas marcadas, no se si habréis visto alguno de esos. Cuando teníamos necesidad de hacer pis era toda una odisea: había que tener una puntería increíble», bromea.

Además de un título universitario, la Escuela de Minas dio a Julia la oportunidad de conocer a quien hoy es su marido, igual que le pasó a su hermana. Cuenta que «íbamos a la escuela los cuatro, éramos compañeros de clase. Al principio te trasladas mucho y mi concepto de hogar, de familia es muy diferente al de ahora. Entonces lo más importante era crear una familia y cuando acabé la carrera esperé a que mi marido se situará y nos fuimos a vivir a Hellín, donde estuvimos 16 meses». Después marcharon a Albacete y más tarde a Málaga. «Fuimos por un año y llevamos 40», dice rompiendo a reír.

Confiesa que tuvo muchas complicaciones para tener un hijo y cuando lo consiguió «con lo que me había costado tenerlo, lo que yo  quería era criarlo. Después tuve otro y me dedique a la familia». Cuando el pequeño tenía ocho años consideró que ya podía ponerse a trabajar y empezó a hacerlo desde casa haciendo proyectos para captación de agua subterránea, sin ganar nada.

Por aquel entonces, su marido estaba trabajando para una empresa del INI llamada Adaro que se dedicaba también al estudio de las aguas subterráneas. Cuando Adaro desapareció, su marido y ella pusieron un gabinete técnico minero y han estado trabajando en ello hasta ahora, «que seguimos porque yo no he cotizado lo suficiente. Es de risa, no tengo derecho ni a la paga mínima después de haber estado trabajando y ser pionera. No me sirve de nada, me corresponden 400 euros de jubilación y me lo compensan hasta 600; los autónomos lo pasamos mal», se lamenta.

Trabajo duro. Toda la vida de Julia Dorado ha girado en torno a la minería. Además de sus antecedentes familiares, su marido, Leovigildo, es ingeniero como ella, igual que lo fue su suegro y sus dos hijos. Almadén y su mina marcan, una explotación que depende directamente del Estado desde tiempo inmemorial y en la que, según explica, sólo los vecinos del pueblo y de las localidades cercanas de Chillón, Almadenejos y Alamillo tenían derecho a ser mineros.

Julia Dorado recuerda que se trabajaba ocho días al mes nada más y toda la gente tenía un segundo trabajo para poder sobrevivir. «Era una mina peligrosa y la roca es muy firme, había que darle con una barrena para que cayeran todas las piedras y no se desprendieran en el turno siguiente. Había tres rotaciones, mañana, tarde y noche sacando constantemente mercurio, que ha dado mucho dinero a España».

Según dice, «los propios mineros fueron los primeros en adoptar medidas de prevención de riesgos laborales antes de existir legislación, ellos ya lo tenían muy presente, y el que salía de turno sabía que tenía que dejar todo en buenas condiciones para prevenir accidentes. Eran muy prevenidos, llevaban una especie de esponja que se ponían en la boca, algo así como una mascarilla de color naranja con una porosidad pequeña para poder respirar y tragar el menor polvo posible. Se alumbraban con carburos, luego con la luz de una linterna en la frente fuera del típico sombrero y se orientaban por donde estaban los anillos o coladeros ... Eso había que verlo».

Julia y sus compañeras bajaron algún vez en la 'jaula', como se denominaba al ascensor sin pared en el argot,  y, a pesar de que estaban a 500 metros de profundidad, dice que no le impresionó mucho. No obstante, reconoce que «aquella jornada me sirvió para saber lo que es el trabajo en la mina, la humedad, el calor, los vientos, porque la importancia de la mina es mantener una ventilación para que no se acumule el mineral y se asfixie la gente. Había hueco por donde entraba ese aire, esas corrientes. Un trabajo muy duro».

El fin del mercurio. El cinabrio dejó de aflorar de las minas en 2003 tras años de paulatino abandono de la explotación y, sin él, en Almadén falta algo.

«Ha sido terrible -apunta- un pueblo que tuvo 18.000  habitantes, con un gran movimiento de gente en la calle Mayor, se ha quedado desierto. Es una pena, ya no hay trabajo. Había una delegación de Hacienda, ya ni existe. Sólo queda la escuela de Minas y la de Industriales».

Llegados a este punto de la charla, señala que su especialidad no es específica para trabajar en un yacimiento minero y destaca que «nosotros hemos hecho una infinidad de variedad de cosas, como hacer los trámites para que un ayuntamiento suministre el agua potable del pueblo, que es más importante de lo que parece porque casi todas las empresas que hay son francesas y te cobran un dinero cuando cualquier ayuntamiento puede convertirse en empresa suministradora de agua potable de su propio municipio».

Igualmente, ella y su marido han realizado estudios de impacto ambiental para campos de golf y para riego y han estado en Jamaica dirigiendo unos sondeos para geotermia. Ahora están preparando un bombeo de ensayo que consiste en conocer como se va a comparta un acuífero con una extracción de agua determinada.

Pasar a la posteridad. Julia Dorado está orgullosa de haber abierto camino a otras mujeres, «no es una cosa exclusiva nuestra, lo habrían abierto otras», pero eso no quita para que sienta una satisfacción personal, afirma y habla con orgullo indisimulado de una foto que la Agencia EFE ha llevado en varias exposiciones por toda Castilla-La Mancha con motivo de su 75 aniversario y en la que aparecen dos mujeres empujando una vagoneta en la mina de Almadén: una es ella y la otra su compañera Esperanza Galván. Para Julia esta instantánea, que data de 1967, «es muy graciosa», por ellas y por el cartel que tienen a su espalda: la precaución no es cobardía, es inteligencia.