«Necesitaba dar fe, personalmente, de aquel tiempo»

Diego Farto
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Nacido en Calazada de Calatrava, es profesor de Lengua y Literatura, además de narrador y poeta. Ahora está al inicio de una nueva aventura literaria con la reclusión forzosa que ha supuesto el estado de alarma para hacer frente al coronavirus

«Necesitaba dar fe, personalmente, de aquel tiempo»

Natural de Calzada de Calatrava, Pedro Antonio González es uno de los grandes escritores de la provincia que ha conseguido labrar su carrera en Madrid. En su producción poética, el peso de sus recuerdos de Calzada de Calatrava ha tenido siempre una importancia notable. Ahora, acaba de iniciar el proceso de escritura de una nueva obra en la que pondrá negro sobre blanco la importancia de sus años de infancia en una Calzada de Calatrava muy diferente a la de hoy en día y donde ha empezado el proceso de escritura de esta nueva obra.

En su trayectoria acumula varios premios, tanto en prosa como en verso, el más reciente el Café Gijón por la novela La mujer de la escalera, concedido en 2017.

Un encierro, aunque sea obligado, ¿es buena ocasión para plantearse nuevos objetivos literarios?

Sí, esa es una de las pocas ventajas que puede tener una situación tan incomprensible y pesadillesca como esta. La escritura es una tarea que requiere cierta disciplina, además de tiempo y muchos ratos de soledad. Y la reclusión, obligatoria o voluntaria, proporciona todo eso. Por tanto, es una ocasión propicia para terminar algún proyecto inacabado y para comenzar otros nuevos.

¿Cuáles son esos nuevos proyectos?

 El único que ahora tengo entre manos es una obra de evocaciones y recuerdos, que podría situarse dentro del género de las memorias. Un libro que abarca desde mis primeros recuerdos infantiles hasta el final de mi adolescencia, que coincide con el final de mi bachillerato y con mi marcha del pueblo. Es un periodo que abarca los últimos quince años del franquismo, lo cual le da también a esta obra un cierto aire de crónica generacional.

¿Por qué se centra en ese periodo de su infancia y adolescencia?

Por varias razones. En primer lugar, porque necesitaba dar fe, personalmente, de aquel tiempo que fue para mí como una Arcadia, una especie de idílico paraíso. También me interesaba dejar un testimonio escrito de aquellos escenarios donde crecí, unos escenarios que pertenecían por entonces a un mundo rural hoy ya casi desaparecido. Y en tercer lugar, porque esos tres últimos lustros de la Dictadura fueron un periodo muy emblemático y singular en la historia reciente de nuestro país, un periodo en el que los de mi generación sólo llegamos a ser espectadores, nunca protagonistas, de todos los cambios que se produjeron.

¿Cómo era aquella Calzada de Calatrava de su infancia?

Era un pueblo muy diferente. Lo recuerdo como un paisaje de eras, quiñones, arroyos y arboledas, con inmensos patios y una calle muy ancha (la mía) que era como un pequeño reino donde nos sentíamos casi dueños del mundo. Sin embargo, en los años 60 aún no teníamos agua corriente, ni televisión, ni teléfono, ni muchas otras comodidades que poco a poco nos traería el progreso. Los niños de mi quinta fuimos, tal vez, los últimos testigos de aquellos cambios, de aquella modernización que a algunos lugares de La Mancha llegó con bastante retraso.

¿Qué poso ha dejado ese recuerdo en el escritor actual?

Me ha influido bastante porque mi obra siempre ha tenido (y continúa teniendo) un tirón elegíaco. Siempre, en la literatura y en la vida, he regresado a mis raíces porque en ellas se encuentra, según creo, la verdadera savia que nos mantiene vivos; ellas son el alimento que permite al árbol seguir creciendo. Quien ha leído mis libros sabe que esos recuerdos son una de las principales vetas temáticas de toda mi obra, tanto en prosa como en verso.

¿Está afectando la situación actual a tu actividad literaria habitual?

Sinceramente, no demasiado. Como ya he dicho antes, el aislamiento es un buen aliado de la literatura.

En estos momentos, ¿qué consejos de lectura daría a sus lectores?

No es cuestión de ofrecer ahora una lista que resultaría interminable. Se trata de que lean, que lean mucho, que recuperen el placer y la costumbre (en algunos casos perdida) de la lectura. Me parece que en estos momentos, como un modo de evitar la soledad del aislamiento, mucha gente ha recurrido compulsivamente al WhatsApp y a las redes sociales para comunicarse, lo cual no es una novedad porque ya se hacía habitualmente. Pero yo pienso que estas funestas circunstancias deberían servirnos, entre otras cosas, para estrechar vínculos con los más próximos y, sobre todo, para mantener una relación más estrecha con los libros. Los libros han sido siempre una excelente forma de evasión, y ahora podrían convertirse en el mejor antídoto contra la realidad.