La tierra del desengaño

C. de la Cruz
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Luis y Marcia ponen rostro a los más de 4.300 extranjeros de la provincia que no encuentran trabajo, dos voces que relatan las barreras a las que se enfrentan día a día en la agónica tarea de buscar empleo

La tierra del desengaño - Foto: Rueda Villaverde

La tierra prometida se torna  árida. Cegados por una imagen idealizada, atraídos por el oropel del primer mundo, los extranjeros que llegan a España en busca de trabajo se enfrentan a la dura realidad del desamparo, a un camino plagado de trampas y abocado al olvido. 

De sangre colombiana y corazón ecuatoriano, Luis Ramiro Cabrera Auz llegó a España en 1995 alentado por los aires de prosperidad que cruzaban el vasto mar. «Tenía la idea de ir a un paraíso», confiesa; lo era, pero sólo en apariencia, y es que a pesar de su formación en los campos de la ingeniería civil, finanzas y derecho internacional, obtenidas en Quito, tardó más de lo esperado en encontrar trabajo. Tras más de dos décadas en España ha vivido muchas situaciones diversas, pero la más dura es la que atraviesa actualmente tras más de cinco años sin un contrato de trabajo.

Es uno de los 4.368 extranjeros que se encuentran en el paro en la provincia, un número que se alcanzaba tras registrarse en esta estadística 202 personas más el pasado mes de enero. Y que va a más, ya que este 2020 entraba con mucho peor pie, con 507 extranjeros más desempleados que el primer mes del 2019.  

La tierra del desengañoLa tierra del desengaño - Foto: Rueda Villaverde«Llegué a España aventurando, aunque sabiendo que había trabajo, pero tardé por la diferencia de costumbres, por la forma de hablar», pero la integración, que el propio Luis lleva muy interiorizada en forma de «responsabilidad y educación», daría sus frutos. 

En el desarrollismo de los 90 encontró su sitio, en la España de Aznar y el ladrillo. De hecho, su primera experiencia laboral le llegó «construyendo edificios detrás de plaza Castilla, en la calle San Leopoldo», una relación que siempre ha mantenido a través de una empresa de ingeniería, interiorismo, decoración y reformas, aunque también ha trabajado en un concesionario de coches en La Moraleja, «donde conocí a Roberto Carlos y Guti», conocidos exjugadores del Real Madrid, y como encargado de bodega en el centro comercial Carrefour de San Sebastián de los Reyes.  «Fue una época muy buena», recuerda Luis, que con todo no mira el pasado con malsana melancolía, y ello que un grave accidente laboral en Pinto le obligó a reflexionar. Incluso pensó en volver a Ecuador; «en un país extraño y que me quitaran el pie, se me vino el mundo encima. Menos mal que al final todo salió bien». 

Llegó a la provincia para reformar unos chalets en Poblete y decidió quedarse en Ciudad Real en los años de la crisis. «Aquí antes había trabajo, no mucho, pero había». Optimista por naturaleza, mira al frente con confianza a pesar de que lleva «cinco años sin un salario, lo único fue el año pasado a través de  una ayuda de seis meses del Impefe». 

Todavía mantiene su empresa, que «tengo sin actividad», y es que reconoce que existe mucha economía sumergida, «para subsistir», y  todo debido a que «no hay una verdadera política de empleo, si la hubiera todo el mundo cotizaría, los políticos verdaderamente no defienden a los ciudadanos. Quien llega al poder no tiene conocimiento de los verdaderos problemas  de la gente». 

Sus titulaciones, que en Ecuador le sirvieron para ser gerente de una institución financiera, profesor de academia, asesor en ayuntamientos, no le han valido oficialmente en España, ya que «todo es complicado, mucha burocracia. El problema ha sido la homologación de los títulos». A sus 53 años es plenamente consciente de que su situación es muy complicada, y entre las posibles oportunidades «sólo sale en el área de servicios para cuidado de personas mayores y en el campo». 

Reconoce que «siempre ha habido racismo, es algo latente, pero se ha vuelto tolerante», aunque a la hora de encontrar trabajo «todo depende, si vas a la construcción y sabes que eres bueno te contratan, pero si vas a la agricultura prefieren al extranjero porque agacha la cabeza y echa más horas, le explotan». 

Siempre hay manos que ayudan. La ONG Movimiento por la Paz ayuda a la integración de extranjeros, «y a mí me han ayudado en seguir formándome y actualizándome», concluye Luis.

incansable. Marcia Morella tiene una herida imposible de sanar. Llegó sola a España, sin ningún lazo de sangre del que echar mano a diferencia de otros extranjeros que se apoyan en aquellos que han arribado antes, y al poco tiempo falleció uno de sus hijos en Venezuela. «Vine pensando en mi familia y en ese momento todo perdió el sentido». Levantarse muestra una fortaleza sobrehumana. 

En su Caracas natal acumuló 13 años de experiencia en el sector de la seguridad con funciones de vigilancia. Pero cuando los tentáculos del Estado, primero con Chávez y luego con Maduro, llegan a todos los rincones es complicado subsistir. «Trabajaba para una empresa del Gobierno, yo era de la oposición, me obligaban a asistir a milicias, había un control enorme, si no iba a votar me llamaban por teléfono para decirme que por qué no había ido. Trabajaba con militares y había amenazas, eso me hizo salir». Y dónde, a la soñada España. 

En agosto de 2018 llegaba a Ciudad Real tras apenas dos meses en Bilbao, donde me tocó «estar en un albergue con gente que consumía drogas, alcohol, con prostitutas... fueron muchas cosas juntas». De ese infierno, de siete días de duración, pasó a otro similar, y luego a un pueblo cercano a la capital de Vizcaya, y luego ya a tierras manchegas «donde me dieron la plaza, la ONG es donde decide a donde nos envían». Tras solicitar asilo y obtener la residencia por razones humanitarias, la Fundación Cepaim la ha ayudado en todo momento dentro de un proceso en el que obtenía el permiso de trabajo en julio de 2019. Era un paso importante y parecía que todo iba a cambiar a partir de ese momento, pero no fue así. 

«No he conseguido ningún trabajo. He hecho cursos, pero de momento no ha salido nada. He hecho uno de 240 horas y 80 de prácticas de camarera de piso y ahora estoy haciendo uno de comercio. Es para mayores de 45 años, por lo que todos los que estamos ahí somos desempleados», bromea, y es que reconoce que «ponen la edad como una barrera, ahora tengo 46 años». 

No puede permitirse el lujo de darse por vencida, aunque no oculta que se siente defraudada. «Llegas aquí y te das cuenta de que todo es mentira. Lo pintan todo muy bonito, pero cuando llegas la realidad es otra». 

Sin contactos y sin lazos, «te das cuenta de que aquí sólo funciona el boca a boca. Si no conoces a nadie que te recomiende no encuentras trabajo. Pienso en las personas que llegan de África y veo que no tienen el dominio del español, y pienso que si encima es difícil para nosotros que hablamos el mismo idioma no quiero ni saber lo que será para estas personas», reflexiona.  

No se cierra a ninguna ocupación ni a ninguna propuesta y ha llamado a todas las puertas que le han indicado. Una de ellas, la del  Instituto Municipal de Promoción Económica, Formación y Empleo (Impefe), de la que señala que «cómo es posible que uno haga una solicitud para trabajar y que tenga que esperar seis meses para que te den una respuesta. Es increíble para que luego seguramente sea negativa».

Dicen que la distancia es el olvido, pero ella se aferra al recuerdo. Confiesa que piensa «en volver, uno viene con planes que luego te das cuenta que no puedes lograr. De qué me vale estar aquí sola». 

Y a pesar de toda la tragedia y todo el dolor que ha soportado, Marcia es incapaz de ocultar su sonrisa. Hay esperanza en la tierra del desengaño.