Evergrande, un coloso en la cuerda floja

Agencias
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El gigante del ladrillo pone en jaque al sector inmobiliario chino tras el impago la semana pasada de 84 millones de dólares en intereses y arrastrar un pasivo de 300.000 millones

La empresa fue castigada en la Bolsa de Tokio. - Foto: FRANCK ROBICHON

La economía china ya no es lo que era, y de ello da fe la crisis en la que está inmerso el gigante del ladrillo Evergrande, del que la mayoría de las personas no habíamos oído hablar en España hasta hace unos días, cuando estuvo a punto de caer en una quiebra de la que todavía no está libre.

El pasado jueves, la firma paradigma de la política aperturista del país asiático desde la década de 1970 debía abonar un pago de 84 millones de dólares en intereses, del que aún no se ha pronunciado. Arrastra un pasivo total de más de 300.000 millones de dólares, de los cuales 37.000 se corresponden a préstamos por devolver antes del final del primer semestre de 2022.

Con todo, no se considerará que la empresa ha incurrido oficialmente en su primer impago hasta que no pasen 30 días consecutivos desde la fecha de vencimiento, aunque el próximo día 29 tiene otro plazo pendiente para abonar 47,5 millones de dólares.

Pero, ¿cómo se ha llegado a esta situación? El sector inmobiliario chino comenzó a sobrecalentarse a finales de 1990, cuando los reguladores abrieron la mano a promotoras ávidas por aprovechar el boom del ladrillo. Entre ellas, Evergrande, fundada en 1996, y sobre la que ahora se teme que acabe suspendiendo pagos.

Muchos de los problemas que afronta Evergrande provienen de las últimas regulaciones impuestas al sector para controlar su expansión desmedida, que obligaron a reducir pasivos y a ofrecer descuentos cada vez mayores para mantener la liquidez. «Estimamos que Evergrande tenía unos 1,3 billones de yuanes (201.165 millones de dólares, 171.412 millones de euros) en obligaciones por preventa, lo que equivale a 1,4 millones de bienes inmuebles a los que se había comprometido a completar», indica la consultora. Entre estas regulaciones destacan las denominadas «tres líneas rojas», que buscan impedir que las promotoras chinas acumulen un pasivo excesivo, excedan ciertos niveles de apalancamiento o no dispongan de liquidez suficiente para hacer frente a las deudas a corto plazo.

Pinchar la burbuja

También se suman las restricciones a las hipotecas para «enfriar» el alto precio de las viviendas, inasequibles para muchas familias chinas, que tradicionalmente han confiado en este sector ante la falta de confianza en otros canales de inversión.

«Las viviendas son para vivir en ellas, no para especular», zanjó en 2017 el presidente, Xi Jinping, lo que también levantó especulaciones sobre posibles reformas a los impuestos a la propiedad en consonancia con las últimas consignas de que el país debe redistribuir su riqueza para evitar desigualdades.

Pero pinchar la burbuja no es sencillo: en 2020, el país entró en lo que se conoce como la era de los 10.000 yuanes (1.318 euros, 1.548 dólares), en referencia a que el metro cuadrado se mantuvo de media por encima de esa cantidad durante varios meses. Otro problema es que más del 20% del parqué inmobiliario está en propiedad pero sin ocupar en «urbanizaciones fantasma», construidas gracias a un gasto público ahora visto como excesivo.

De hecho, ya hay algunas ciudades pequeñas en China que están poniendo límites a cuánto pueden bajar los precios de las viviendas para mantener la «estabilidad» y evitar un derrumbe del mercado.

Por una parte, las autoridades quieren inculcar disciplina, pero por otra saben que se enfrentan a que otras promotores se contagien de Evergrande y también colapsen.