Y almagro soñó teatro

Eduardo Gómez
-

La 43 cierra su edición más valiente, en un año en el que cuentan menos las entradas vendidas y más las veces que ha conseguido que el espectador olvide esta nueva normalidad

Adriana Ozores y Emilii Brugalla, en el espectáculo Alma y palabra, en el que actuaban con Lluís Homar. - Foto: Pablo Lorente

La 43 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro nos ha sabido a poco. La muestra bajaba ayer el telón con el aplauso del público, muchas veces puesto en pie, que eso se puede hacer con mascarilla y sin ella, y el apoyo de la cultura, con actores y directores agradecidos de estar ahí, aunque esto sea sólo un espejismo de lo que era. Ha sido una edición condensada, ya se sabía, pero ahora ya puede acreditarse que ha sido además una edición gourmet, digna de estrella Michelín. Una degustación teatral que por unos minutos ha conseguido borrar a todos, a los que lo han vivido sobre el escenario y a los que lo han hecho desde el patio de butacas, que seguimos inmersos en una pandemia. Y eso, cuando hay que llevar mascarilla durante una representación en el patio de butacas, es sin duda un milagro. Cual quijotes, la Fundación levantó el telón el pasado 14 de julio, en una España que todavía ve con recelo la vuelta de la cultura, y como sanchos vigiló cada milímetro del Festival para  evitar estos nuevos gigantes de piedra  que no podemos ver.    

Más que nunca la muestra ha cumplido su misión de Reserva Natural del Siglo de Oro, abriendo sus puertas a pesar de los peligros que acechaban, para salvaguardar no sólo a los clásicos, también a los que los hacen estar vivos. No era una edición fácil, ya no sólo por el virus, sobre todo por el miedo que había generado y que podría haberse traducido en patios de butacas vacíos.Pero no fue así, porque la programación estuvo a la altura y  también lo estuvieron los protocolos utilizados, que han hecho que el público se sintiera en un lugar seguro.  

De esta curiosa combinación, ha resultado una edición que ha colgado varias veces el cartel de ‘No hay entradas’, aunque a la mitad de su aforo habitual. Una realidad que los actores recibían con alegría  y al mismo tiempo con tristeza. «Es extraño», reconocía  Miguel Magdalena, de la compañía Ron Lalá a unos minutos de poner en escena las aventuras y desventuras de Juan Rana. Puri Fariza, de TramantTeatre, compañía ganadora de un Barroco Off on line, reconocía lo duro que había sido hacer su montaje familiar, Las cartas del Quijote, ante el más absoluto de los silencios. 

La pandemia redujo el Festival a su mínima expresión tras pasar por casi una veintena de versiones de sí mismo. También es cierto que desde la Fundación siempre mantuvieron que iría hacia adelante. Y cumplieron, apoyados en todo momento por el mundo de la cultura, empezando por una Compañía Nacional de Teatro Clásico renovada y que ha venido cargada de nuevos propósitos, uno de ellos, el de «volver a estrenar cada año un espectáculo en Almagro», como anunció Lluís Homar en la primera rueda de prensa de la CNTC. Una buena práctica, que confirma Almagro como la sede veraniega de la Nacional, y que desapareció con su antecesora, Helena Pimenta. 

La situación también  ha servido para hacer compañía, pues ha aunado a grandes nombres de la escena con los cómicos de la lengua del siglo XXI, que este año han tenido la oportunidad de subirse a grandes escenarios como el del Aurea. Y es así como el gran público se reencontró con una alocada versión de Casa con dos puertas mala es de guardar que Clásicos on the road llevó a los años 20.  

Almagro vivió su edición más nacional. Pero eso, lejos de desmerecer la propuesta sirvió para demostrar que en España hay oferta de calidad para llenar teatros. A veces llegada de más lejos, Valencia se convirtió en la comunidad  invitada, con un Tirant que puso a la gente en pie, muy en la línea de Spill. A veces de más cerca , como demostraron las compañías castellano-manchegas que asumieron una parte de la programación con piezas como La selva de amor de la máquina real. 

El teatro es un espejo de la realidad, por eso esta pandemia estuvo en el escenario. Lo hizo especialmente En el otro reino extraño, de la Joven Compañía, que este año tomó  el Teatro Adolfo Marsillach. Y a modo de guiño y con un carácter más divertido en El Lazarillo y los Entremeses de Juan Rana. Y la pandemia estuvo en los patios de butacas donde el protocolo estaba preparado para que todo el mundo mantuviera esa distancia física de metro y medio que puede salvar vidas. Un protocolo que obligó a los espectadores a salir de manera escalonada y sin prisas de cada función de esta edición que ha sido una invitación a disfrutar del tiempo incluso antes de entrar al teatro.  

Ana Belén recibía el Premio Corral de Comedias, dejando claro que ésta, aunque pequeña no iba a ser un edición indiferente. Y los nombres que se fueron subiendo a los escenarios lo confirmaron, Lluís Homar, Adriana Ozores, Alberto SanJuan, Roberto Álamo, Joaquín Notario y hasta el director técnico, Paco Almagro, en calidad de homenajeado. Pero también una edición extraña, cargada de emociones  en la que se echaron de menos espacios claves para entender los clásicos hoy como el Almagro off. El cierre fue para el poeta Luis García Montero, que recibía  la ‘Berenjena de Plata’.

Esta edición se convertirá a partir de hoy en cifras, en un año en el que no son tan importantes el número de entradas vendidas como las veces en las que se ha conseguido que el espectador sintiera que podían tocar la normalidad. Almagro nos ha mostrado que soñar que es posible. Soñemos.