Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


La suerte

16/12/2021

Una señora y un joven charlan en una larga cola. De entrada, y por la conversación, parece que se acaban de conocer. Ambos hablan del tiempo. La mañana está soleada y la temperatura incluso agradable. Del tiempo y de la suerte que han tenido, porque la espera va para largo. Y eso que llegaron temprano. Temprano y a la vez, de ahí, que en esa fila que espera ansiosa la apertura del local, estén al lado, uno detrás del otro. Los primeros minutos los pasaron en silencio y sin avanzar; luego, dando algún paso que otro, pero con lentitud; y, ahora, siguen igual, parados, pero más entretenidos que cuando la señora miraba cómo iba creciendo la cola y el joven no quitaba los ojos de su móvil.
La mujer reitera la suerte que han tenido con este día que ha amanecido y le cuenta la de veces que le ha tocado ponerse en la fila y esperar durante horas y horas mientras no cesaba de llover, o soportando un frío terrible. Cuarenta años, una cifra que repite alzando la voz a la vez que golpea suavemente el brazo del joven para reclamar su atención. Le dice que lleva jugando todo ese tiempo al mismo número y en una única administración de lotería, la misma en la que ya compraba los décimos su padre, como si hubiera prometido una eterna fidelidad ya tan pasada de moda; como si ese simple gesto, una vez al año, la transportara a esos recuerdos acumulados desde la infancia.
El joven muestra sorpresa ante esos 40 años y sonriendo comenta que para él es su primera vez y que no tiene un número específico, porque en su casa nadie juega, ni siquiera en Navidad. Luego, con cierta vergüenza, expresa su deseo, si a ella no le importa, de poder jugar su mismo número. Ella sonríe y le pregunta si sabe cuándo se jugó a la lotería por vez primera. El joven se limita a negar con la cabeza. Entonces, le pregunta que si sabe qué pasó en 1812; él, de nuevo, vuelve a negar sin pronunciar palabra. Buscando una afirmación, le habla de Napoleón y deja que el silencio se interponga entre ambos, hasta que él lo rompe, sin apartar la timidez, para confirmar que sí, que sabe quién es porque estudió la Revolución francesa y la invasión napoleónica en España. La mujer sonríe y calla; él no sabe interpretar su silencio.
La cola avanza despacio, pero a ellos ya les queda poco. Ninguno habla. Llega el turno del joven. La señora toca su hombro y le dice que pida el 01812. La cara del muchacho no es capaz de ocultar que no le gusta nada y ella lo nota. Intenta justificarse: «Fue el primer año en que se jugó la Lotería y, además, en Cádiz, mi tierra». «La Pepa», grita él con energía. Así me llamo, sí. Ríen. Ambos, con el número en el bolsillo, se despiden, no sin antes desearse mucha suerte.

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