No había tenido tiempo antes, y aún no he terminado de ver esta serie de la plataforma de contenidos audiovisuales Netflix. De momento solo cuenta El juego del calamar con una temporada, aunque se ha anunciado una segunda, y ha sido la serie más vista de Netflix hasta ahora en la historia de la plataforma.
Más allá del argumento, de las historias personales que sostiene cada personaje, El juego del calamar habla de la sociedad que entre todos hemos construido. Todos somos responsables. Quizá alguno pueda disculparse en algo, pero, a la postre, todos participan, alimentan y apuntalan, de una manera u otra, una sociedad inhumana, sin rostro, despersonalizada, cruel y violenta. Solo importa la victoria sobre otros, que siempre serán enemigos. Si queremos -o nos empeñamos-, podremos entresacar algún valor en el hecho de que los equipos se apoyen entre ellos, son los protagonistas, pero es un engaño porque todos han aceptado entrar en un juego que, en definitiva, no consiste en otra cosa más que en conseguir el premio final: dinero. Por eso es un engaño maniqueo en el que algunos aparece como buenos y otros como malos, cuando todos han aceptado solapadamente que el fin justifica los medios. 
Pero es más grave que eso, porque en el espectáculo ya todo está aceptado y consentido. No se trata de ficción, también de realidad. Lo que hemos perdido ha sido la sensibilidad, cualquier pudor, cualquier rechazo, la educación y la delicadeza. El espectáculo continuará, pero habremos perdido la humanidad.