La accesibilidad universal continúa siendo el principal reto

H.L.M.-C.C.
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La transformación de un entorno físico adaptado, la adecuación de recursos digitales y una educación temprana, barreras que impiden la plena integración cuando el próximo martes se celebra el Día Internacional de la Discapacidad

Miembros de la Once posan para 'La Tribuna' - Foto: Pablo Lorente

Han transcurrido 27 años desde la declaración del Día Internacional de las Personas con Discapadidad, una efeméride que todavía sigue de plena vigencia debido a que todavía son muchas las sombras que recorren el tortuoso camino de la accesibilidad. Las discapacidades, sean del tipo y del grado que sean, continúan siendo un desafío dentro de un entorno urbano poco amistoso. 
Las estrategias marcadas por las agendas de desarrollo sostenible han ayudado a la integración de las personas que padecen una discapacidad, pero los colectivos siguen demandando mejoras esenciales.  No en vano, en 2017 concluía el plazo marcado para la accesibilidad universal, para que todos los edificios construidos antes de 2010 adaptasen su estructura para ser accesible a cualquier tipo de discapacidad, al igual que todo el entorno urbano y los servicios públicos. 
A día de hoy todas las asociaciones destacan avances, pero mantienen que todavía queda mucho  para lograr que la accesibilidad universal sea una realidad. En el fondo del problema se detecta una falta de conciencia ante las dificultades que afectan en el día a día a las personas con discapacidad.

 

Viki Fernández sufrió polio a los 18 meses y fue el motivo que la llevó a usar silla de ruedas desde hace 15 años. «He estado con bastones caminando» pero hace años decidió dejarlos solo para andar en casa y usar las ruedas en sus paseos por Ciudad Real, sobre todo por la zona centro, la zona más accesible y donde tiene su vivienda. «Tengo la suerte de que la zona por donde me muevo está más o menos bien, no es como otras donde hay calles por las que vas y te preguntas madre mía como está, con aceras estrechas, postes de luz e indicaciones ahí en medio». La accesibilidad de los espacios públicos es lo único que puede hacer su vida mejor y, en este sentido, recuerda que «la gente se queja mucho de las aceras anchas» pero a las personas con movilidad reducida les han venido «muy bien». De hecho, Fernández apunta que no tiene quejas, siquiera de obras de tuberías, gracias al apoyo de los operarios siempre dispuestas a ayudarle a saltar alguna zanja. Donde se encuentran sus quejas es ante la accesibilidad en otros espacios como «el comercio, porque hay alguno con escalón», los bancos con los mostradores que aún no están adaptados o con los autobuses donde hay conductores que ayudan y otros a los que les cuesta más entender las dificultades para subir de quien tiene silla de ruedas. Además, Viki Fernández tiene su propio problema en casa, ya que el ascensor es estrecho. «Es lo que más me cuesta porque tengo que quitar los posapiés y eso me conlleva mucho esfuerzo». Esta ciudadrealeña apunta que estas situaciones deberían haber desaparecido con la nueva ley de accesibilidad universalidad pero «ha cambiado poco». «Se esperaba más de ella» aunque hay «confianza» en que haya mejoría.

 

La parálisis cerebral abarca un espectro muy amplio que tiene como denominador común la discapacidad física. José Antonio se hace entender a través de una tablilla en la que va señalando las letras una a una; en su cabeza se agolpan los conceptos, pero transmitirlos es otra historia. Lo señala claramente:su principal barrera es la «comunicación», doce letras cargadas de significado. A sus más de 40 años, y con parálisis cerebral desde el nacimiento, José Antonio tiene recuerdos dolorosos, como cuando su silla de ruedas se quedó atrapada en un parque de la carretera de Fuensanta, o como cuando no puede subirse acompañado en autobús por otra persona en silla de ruedas por falta de espacio. 
Pero las experiencias difíciles no le han desanimado. Sale a pasear gracias a la autonomía que le da una silla de ruedas eléctrica, pero sabe muy bien a qué sitios puede ir y a cuales no. No es fácil transitar por determinados espacios, además de que sale con «poco dinero» por temor a robos, algo poco habitual pero que desgraciadamente ha sucedido en alguna ocasión. Gracias al soporte y ayuda que ofrece la Asociación para la ayuda a personas con Parálisis Cerebral de Ciudad Real (Aspacecire), José Antonio sale con libertad, y destaca que la gente es «muy amable». 
No se siente solo, y eso, a pesar de las barreras que día a día se encuentra, le permite salir adelante. La movilidad reducida y los problemas de comunicación se quedan atrás cuando existe «voluntad» para  traspasar las barreras físicas. 

 

En un mundo de oscuridad absoluta, y en el mejor de los casos de sombras, cualquier elemento inesperado en la vía pública puede convertirse en un enemigo.  Andar por la calle es un riesgo no exento de peligros, pero la discapacidad visual alcanza muchos impedimentos a menudo desconocidos. La Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) lucha para que la accesibilidad plena no sea una quimera. 
Casti destaca «los contenedores, los coches mal aparcados, las bicicletas que en determinado momento se dejan apoyadas en la pared o en el suelo, los ceniceros de los bares, una maceta...», y entre todos ellos «las obras,  que es lo peor que nos podemos encontrar». El transporte también presenta problemas, y es que «no tenemos medios de comunicación accesibles», señala Rosa, que añade que «en autobuses hay muchos problemas y nos tienen que ayudar». En la misma línea, María de los Ángeles destaca que «la situación es muy mala en algunas estaciones de tren». Se da la circunstancia de  en el caso de la discapacidad visual hay una enorme incongruencia. Paco incide en que «somos unos grandes usuarios de la tecnología, pero a veces se convierte en un obstáculo», y es que, tal y como destacan, no pueden hacer uso de las pantallas táctiles en las citaciones del hospital general, en cajeros automáticos, en edificios administrativos... en general, en servicios públicos esenciales. Pedro señala que «sería muy fácil poner un sintetizador de voz para que nos avisase», y María Ángeles subraya que «los edificios públicos tienen que ser todos más accesibles, ya seamos ciegos, tengamos cualquier otra discapacidad o seamos mayores. Tenemos el mismo derecho que el resto de personas». 

 

El dinamismo de Carlos es contagioso. Optimista por naturaleza, a sus 25 años  sabe que el camino es difícil, pero a base de tesón todo acaba llegando. Desde agosto se encuentra trabajando en Miguelturra en Azul Lavandería, empresa asociada a Ilunion. Su caso es precisamente un ejemplo de que la discapacidad no es un freno. Comprender y hacerse entender conlleva un proceso complejo, pequeños trucos que a menudo pasan inadvertidos, pero que las personas con problemas auditivos saben como emplear. Para aquellos con sordera total o completa, el lenguaje de signos y la lectura de los labios es fundamental, pero la dificultad reside en la falta de preparación o falta de voluntad del resto de la población. 
Ante todo, Carlos destaca que «debe haber una concienciación mayor para entender que no todo el mundo se puede comunicar igual, parece que la discapacidad es un tabú y provoca rechazo. En nuestro caso es una discapacidad que no se nota», a lo que añade que la gente «tiene que hacer un esfuerzo más, tiene que tener paciencia. Hay algunos que se cansan cuando dicen que les repitas las cosas». Una cosa tan sencilla como pedir comida a domicilio puede convertirse en una misión casi imposible.
Desde la Asociación de Padres y Amigos del Sordos de Ciudad Real (ASPAS) se pone el acento en la vía urbana, en la dificultad de moverse sin sonidos en una realidad en la que el ruido es una advertencia. Además, el ocio queda reducido a espacios accesibles, con cines donde proyecten películas subtituladas o locales donde la música no sea excesiva. La accesibilidad es una cosa de todos los ámbitos, pero «aquí en España todavía falta mucho por hacer».