Manuel Zúñiga: «De entrenador se sufre mucho, de futbolista eres un privilegiado»

Pilar Muñoz
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Manuel Zúñiga recuerda su etapa de centrocampista, en el Calvo Sotelo, el Espanyol, el Sevilla y también de su fase de entrenador

Manolo Zúñiga. - Foto: Lola Ortíz.

Lleva un mes en el dique seco, pero sigue pensando que el fútbol le ha dado mucho. Cuando se charla con Manuel Zúñiga, Manolo para los amigos, futboleros y aledaños, se aprecia que es buena gente, sencillo, afable en el trato y prudente en sus declaraciones. Quienes le conocieron en sus años de centrocampista destacan de él que era un jugador de equipo, muy fuerte en lo físico, todoterreno y muy regular. Es la misma regularidad con la que explica cómo salió de Puertollano con 19 años, cómo se mantuvo una década en Primera División antes de dar las últimas patadas al balón en Segunda B y cómo dejó diez años el fútbol antes de reengancharse al deporte rey como entrenador. Y lo cuenta como si su trayectoria personal y profesional fuera lo más normal del mundo. Su meta era ser jugador de fútbol, jugar en Primera División, codearse con los grandes y llegar a ser uno de ellos. Y lo consiguió con sólo 19 años. Zúñiga confiesa que es un tipo muy constante, y que su esfuerzo le costó.

Manuel Zúñiga Fernández nació el 29 de junio de 1960 en Luciana, localidad que abandonó con su familia a los cinco años, cuando se trasladaron a Puertollano. Desde muy pequeño su obsesión era el fútbol y asegura que con 14 o 15 años ya sabía que quería ser futbolista y quizá esa fue una de las razones por las que todo su tiempo lo dedicaba al balón y dejaba en segundo plano los estudios, aunque consiguió acabar el Bachillerato e incluso maestría.

Empezó a jugar en su barrio, el de Santa Bárbara, y muy pronto fichó por el Calvo Sotelo, donde pronto destacó en las categorías inferiores del club, «porque iba adelantado a mi edad y cuando era cadete ya jugaba con los juveniles y al alcanzar la edad juvenil ya estaba en el primer equipo», cuenta. Con 17 años estaba jugando en Segunda División y formaba parte de la selección española juvenil. Era toda una promesa.

Los informadores de los equipos de Primera no tardaron en fijarse en aquel joven centrocampista que sumaba despliegue físico y buen manejo del balón. Fue el Espanyol el que sacó a Zúñiga de Puertollano. El artífice del fichaje fue Ramón París, un representante y ojeador del conjunto catalán que llevaba siguiéndole tres años.

El joven Zúñiga llegó a Barcelona en diciembre de 1979 y debutó muy pronto de la mano del entonces entrenador, Vicente Miera. Aquello «parecía un sueño, me hacía una ilusión tremenda porque hasta entonces sólo había jugado contra los filiales de los equipos de Primera y por fin estaba jugando en la máxima categoría del fútbol español, al lado de tus ídolos. Yo me marché de Puertollano para jugar en Primera, no me interesaba que me fichara un grande para quedarme en su filial, y la verdad es que me adapté bastante rápido», apunta.

Zúñiga fue un centrocampista bastante completo, de gran despliegue físico y de técnica aceptable, pero que sobre todo tenía «una ilusión tremenda por llegar a algo en el mundo del fútbol». Llegar no es sencillo, pero «yo era muy constante, sabía lo que quería y me cuidaba mucho. Hoy no es fácil llevarse a un chaval de 16 o 18 años a Barcelona y que rinda», explica.

Estuvo bajo la disciplina del Espanyol nueve temporadas, parte de una de ellas, la que coincidió con la mili, cedido al Cádiz, al que ayudó a ascender a Primera. Fue internacional sub-20, estuvo en el equipo que España llevó a la Olimpiada de Moscú y fue capitán del Espanyol varias temporadas. No piensa que sus años en Barcelona fueran los mejores de su carrera, «pero sí es verdad que de aquella época no tengo ningún mal recuerdo. Allí me hice jugador y me hice un nombre y eso no se olvida. Lo más bonito fue la temporada de la UEFA, la 87-88, porque jugarla y llegar a la final estaba al alcance de muy pocos jugadores», señala con orgullo. Entonces, a las órdenes de Javier Clemente, compartía vestuario con Thomas N'Kono, Miquel Soler, Urquiaga, Losada, Pichi Alonso, o el ahora entrador del Athletic Club, Ernesto Valverde.

Después de la final de la UEFA muchos titulares del Espanyol abandonaron el equipo, entre ellos Manolo Zúñiga, que fichó por el Sevilla. Cuenta que unos años antes se habían interesado por él equipos de campanillas, pero que «la directiva utilizó el derecho de retención. Después de la derrota contra el Bayer Leverkusen no lo aplicaron y me traspasaron al Sevilla cuando aún me quedaban dos años de contrato con el Espanyol y entonces el tren de los grandes ya había pasado».

Estuvo tres años en Sevilla, en los que el equipo de Nervión disputó la UEFA pero no consiguió ningún éxito de relumbrón. Pero lo que sí consiguió la ciudad del Guadalquivir fue enamorar a Zúñiga y a su mujer que decidieron quedarse a vivir en la capital hispalense.

Después de esta etapa en el Sevilla, Zúñiga se incorpora a la disciplina del Sabadell, a jugar en Segunda División, «un equipo que conocía de mi etapa en el Espanyol y que en aquel momento tenía aspiraciones de volver a Primera, pero la cosa no salió bien y nos quedamos en mitad de la tabla». La experiencia en Sabadell parecía que iba a ser la última como futbolista, pero, «cuando ya lo tenía asumido y la cabeza fuera del fútbol, fue cuando salió lo del Ecija. Allí jugué mis últimas dos temporadas como profesional y tuvimos la suerte de ascender a Segunda División».

la llamada del banquillo. Manolo Zúñiga reconoce que cuando dejó la práctica del fútbol no pensaba en ser entrenador «porque acabé como todos los jugadores, un poco saturado de tantos años de viajes, concentraciones y entrenamientos. La vida del futbolista es corta, pero muy intensa y al ponerle punto final decidí dejarlo todo y dedicarme a otras actividades totalmente alejadas del fútbol, como empresario», aclara. Prueba de lo que cuenta es que no se sacó los títulos de entrenador «hasta los 45 años; hasta entonces no me apeteció volver a tomar contacto con el balón».

Durante sus años de jugador, tuvo entrenadores como Vicente Miera, José María Maguregui, Javier Clemente o Xabier Azkargorta, con el que coincidiría en el Espanyol y en el Sevilla. No destaca a ninguno por encima de los otros y asegura que aprendió de todos y «me quede con lo mejor de cada uno, porque cada cual tenía sus virtudes. Son cosas de las que te das cuenta con los años, cuando te toca a ti», explica.

El primer banquillo que le acogió fue el del Ecija, el equipo en que había colgado las botas, y la temporada siguiente entrenó a «su» Puertollano. Sin embargo, las cosas no salieron bien. «Los problemas económicos acabaron por ahogarnos. Yo quería hacer algo grande con el equipo de mi ciudad y había mimbres para hacerlo, pero las subvenciones prometidas no llegaron. Era un proyecto muy bonito y creo que haciendo las cosas bien en tres o cuatro años habríamos conseguido algo grande. Para mí era un reto apasionante porque era el equipo en que me hice futbolista. Pero no pudo ser», lamenta.

Al año siguiente, Zúñiga entrenó al San Roque de Lepe y cuando empezó esta temporada no tenía equipo, aunque a finales de septiembre fichó por el Caudal de Mieres de Segunda B, pero los malos resultados llevaron a la directiva del conjunto asturiano a cesarle el pasado 20 de enero, por lo que en la actualidad se encuentra sin equipo.

Manolo Zúñiga dice ser de los entrenadores a los que les gusta que su equipo juegue bien y que lleve la iniciativa, pero al final «lo que cuenta es ganar». Cada club y cada situación es distinta, señala para, a renglón seguido, añadir que «hay veces como en Puertollano que tienes la suerte de poder hacer el equipo a tu gusto y otras como en el Caudal, donde te lo encuentras hecho. Hay que adaptarse a las características de los jugadores que tienes y no siempre las cosas salen bien, como ha sido en este caso», aclara.

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