«En Almagro, lo importante del actor es cómo habla»

M. Sierra
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El dramaturgo Manuel Canseco (Badajoz, 1941) es un enamorado del teatro clásico y uno de los directores que no tuvo dudas en apostar por un festival que nacía en Almagro en 1978. Un año después, se estrenó allí con 'El perro de lo hortelano'.

Manuel Canseco Godoy, dramaturgo. - Foto: LT

Hubo un tiempo en el que Manuel Canseco era uno de esos pocos ‘locos’ -Miguel Narros, Lluís Pascual, Adolfo Marsillach y Fernando Fernán Gómez- que creía en el teatro clásico, que siempre defendió el poder de las palabras de Lope, Calderón o Tirso, por citar sólo algunos de los sabios áureos que, ahora, llegado el mes de julio llenan de vida y teatro las calles de Almagro; y que creyeron en su festival. «Con mucho menos en otros países se alardea de pasado», comenta entre líneas el director de escena al que este año el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro rinde homenaje. Será el 22 de julio en el escenario del Corral de Comedias, donde reconoce que comenzó este pequeño milagro cultural del que ha formado parte desde siempre. «Debo ser uno de los directores que más veces ha ido», asegura. Un recuento rápido lo confirma. Hasta 14 montajes ha presentado en la muestra desde que se estrenó con El perro del hortelano, en 1979, en el Corral de Comedias, que era el único escenario de la muestra. «Pero qué escenario», subraya , «un lugar único capaz de transportarte a otro tiempo». Unas tablas que volverá a pisar esta vez en calidad de homenajeado en una edición a la que acude también en calidad de director, con otro Lope, Corona trágica, esta vez en el Palacio de los Oviedo.

¿Qué supone para alguien que siempre creyó en el Festival que éste se convierta en el escenario para darle un homenaje?

Es lo más importante. Es muy distinto a cualquier otro reconocimiento que te hagan en otro lugar, porque éste Festival está dedicado exclusivamente al clásico y porque me encanta el equipo que lo lleva. Para mí, éste y el que se me dio en el Festival de Teatro del Siglo de Oro de Almería son especiales, porque son mi especialidad.

Llegar aquí ha sido difícil. No siempre se creyó en los clásicos...

Cuando empezamos en esto no existía la Compañía Nacional de Teatro Clásico, no había gusto por lo clásico. Luchábamos por ellos dos o tres compañías y costaba muchísimo porque los teatros estaban en manos privadas y se trabajaba fundamentalmente en las ferias que no eran el lugar apropiado para el verso. Este tipo de festivales vino a solucionarlo.

Y entonces llegó el Festival de Almagro, ¿cómo recuerda aquellas primeras ediciones?

Ahora el clásico te lo quitan de las manos y hay tantos clásicos que se puede elegir. Pero antes no, por eso ir a Almagro lo tenías más o menos asegurado. Había poca oferta y podíamos estar en cartel hasta dos semanas. Era muy distinto a lo que ocurre hoy, el Festival ha evolucionado y yo he tenido la suerte de vivir esa evolución. Ahora hay más escenarios y más propuestas. Para alguien que ama el clásico como yo es una satisfacción ver que cada vez la gente es más consciente del patrimonio cultural inmaterial que tenemos, la palabra, la de Lope, Calderón o Tirso. Cualquier otro país, con muchísimo menos estaría haciendo alharaca de todo su teatro victoriano.

¿Cuántos escenarios había en aquel Almagro?

Se empezó solo con el Corral de Comedias. Luego se construyó el Hospital de San Juan, estando ya la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El Claustro de los Dominicos, el patio Fúcares y todos los demás.

El Claustro de los Dominicos es uno de los que se ha perdido.

Es una pena, porque era un espacio maravilloso. Varios de mis montajes se pusieron en escena allí, pero recuerdo especialmente el del Cerco de Numancia (1998, 21 edición), que se adaptaba perfectamente a la fisionomía de este espacio. Aquello lo iluminabas y ya te daba la sensación de estar en otra época. Si encima, ayudabas un poco con la función, el viaje estaba asegurado. Yo rogaría que se luchara por recuperarlo.

¿Se acordará en el homenaje de aquellos primeros años ?

Sobre todo de los compañeros de viaje de aquellos momentos tan difíciles - Narros, Fernando Fernán Gómez, Lluís Pasqual-. Entre ellos, de aquellas compañías que estuvieron en esos comienzos con esfuerzo privado, una de Valladolid, Corsario Teatro, con Fernando Urdiales y Zampanó Teatro, con Amaya Curieses, que son compañías que lucharon cuando no había un duro y era difícil vender el clásico.

Y ahora, ¿goza de buena salud el teatro clásico?

Mucha. Tanta, que a veces lo hacemos mal y a la gente le encanta. La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha tenido mucho que ver en ello, poniendo a disposición del teatro los medios que necesitaba.

¿Qué cree que debe tener cualquier clásico para gustar al público?

Un buen verso. Hay veces que nos empeñamos en olvidar que estas obras están escritas en verso y lo que es verdad es que hacerlo en prosa es la peor de las opciones porque el público no se entera. En eso hemos dado grandes pasos gracias al diálogo que hay ahora entre filólogos y teatreros.

¿Por qué a veces parece que se le da más importancia al festival de Mérida que al de Almagro?

No creo, son diferentes. Yo fui director del de Mérida y no creo que fuera más importante, al menos en programación, se creó para representaciones grecolatinas, y de eso, poco. Lo que sí es cierto es que ha tenido una gran proyección de la mano de Cimarro que es un hombre de teatro que sabe moverse muy bien en lo que respecta al teatro comercial y eso vende. Almagro es diferente, aquí no es tan importante cuál es el nombre del actor o en qué serie ha trabajado, sino cómo se mueve por el escenario o como habla sobre el escenario. Eso es Almagro.

Allí estará en calidad de protagonista, y de director con Corona Trágica, ¿qué puede adelantar de este montaje?

Que es un poema larguísimo de Lope de Vega que habla de la vida y la muerte de María Estuardo. Lo que puedo adelantar es que hemos querido hacer un homenaje a Lope de Vega y de ahí que lo hayamos convertido en personaje.