Testigos mudos del horror de la Guerra Civil

Ana Pobes
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#Puertollano construyó, en plena Guerra Civill, tres refugios subterráneos para proteger a la población de bombardeos nazis. El historiador Luis Pizarro asegura que solo se conserva uno, en la confluencia de las calles Ave María y General Aguilera

Testigos mudos del horror de la Guerra - Foto: Rueda Villaverde

Muchos vecinos no lo saben, pero en Puertollano existe aún uno de los tres refugios antiaéreos que se construyeron en plena Guerra Civil. Se sitúa en la confluencia de las calles Ave María y General Aguilera, bajo la edificación de varias viviendas privadas, y no es visitable. Es uno de los testigos de una época que marcó la historia de Puertollano y que la Asociación Portus Planus lucha para que se pueda convertir en espacio cultural o expositivo.

Han pasado 85 años, pero Puertollano no olvida aquel 23 de diciembre de 1936, cuando en plena Guerra Civil la ciudad fue atacada con bombas de la Luftwaffe. El pánico invadió la ciudad, que permanecía fiel a la República y que fue uno de los objetivos de las fuerzas sublevadas franquistas, principalmente por el valor de sus minas. El objetivo, recuerda el historiador Luis Pizarro, era la destrucción de la posible industria y provocar el efecto de desmoralización entre la ciudadanía. La zona atacada fue la Sociedad Metalúrgica Peñarroya, conocida como ‘apeadero Calatrava, donde se encontraban talleres e instalaciones industriales. Los bombardeos «solo provocaron ligeros desperfectos» al igual que ocurrió un mes después, el 13 de enero de 1937, cuando volvieron a caer las bombas sobre Puertollano. Esa vez «tampoco hubo daños de consideración», pero la gente estaba cada vez «más asustada y atemorizada».

El tercer ‘blitz’ de la Legión Condor nazi fue el 6 de marzo de 1937, y en esta ocasión «cinco personas resultaron heridas, tres de ellas de gravedad». Esto dio lugar a que la República «comprendiera que la defensa contra esos ataques fuera una necesidad total» y finalmente, vía decreto, se creó una Dirección Específica de Defensa contra Aeronaves, la DECA, que «trataba de organizar en cada ciudad todos aquellos aspectos relativos a la defensa antiaérea». El 11 de enero de 1937 todas las ciudades recibieron un escrito de la jefatura antiaeronáutica en la que se establecía la obligación de construir refugios. Estas instrucciones, comenta Pizarro, «decían literalmente que se debía suspender toda clase de obras hasta no tener acabados lo más rápidamente posible los refugios para salvaguardar el personal civil». Y Puertollano construyó tres.

Testigos mudos del horror de la GuerraTestigos mudos del horror de la Guerra - Foto: Rueda VillaverdeSu ubicación fue muy estudiada, ya que las zonas en las que debían levantarse «tenían que ser las más adecuadas para el rápido traslado de los vecinos». Una labor que recayó en el aparejador municipal de entonces, quien, junto con el mando militar, decidió «estratégicamente los lugares más convenientes para el refugio». Uno se construyó en las proximidades de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la única parroquia de la localidad. Este refugio cubriría el otro lado de las vías, las barriadas hoy conocidas como la del Pino y del Carmen, y todo el centro histórico de la ciudad.

Otro de los refugios, continúa explicando Pizarro, se abrió en pleno Paseo de San Gregorio, en lo que por aquel entonces era la zona del Bosque. Con él se protegería los lugares aledaños a esta arteria de la ciudad y las calles próximas. Y por último, el tercer refugio se estableció en el cerro Santa Ana y tenía en la calle General Aguilera su entrada principal, aunque contaba con hasta seis accesos. Hoy, es el único que se conserva, pero fue víctima de la evolución urbanística y no existe la posibilidad de visitar sus restos. Raúl Daimiel Fernández es el presidente de la Asociación Portus Planus, entidad que desde su creación hace cinco años busca impulsar la historia y el arte de Puertollano a través de rutas que den a conocer «lo poco que tenemos». Y los refugios son parte del patrimonio de la ciudad minera, por lo que confía en que el único que se conserva «pueda visitarse algún día».

A las puertas de la que se supone que fue la entrada principal al refugio, Daimiel declara que parte del lugar todavía hoy se utiliza. De más de un centenar de metros de longitud, se sitúa bajo varias propiedades privadas. «Algunos lo han tapiado y otras lo utilizan como despensa o almacén» pero nadie, salvo los propietarios, han podido entrar a estos lugares que sirvieron para salvar vidas en plena Guerra Civil y que se mantuvieron en pie después del conflicto bélico, aunque su utilización fue para otros fines. Así por ejemplo, el historiador Luis Pizarro recuerda que en el caso del de la Iglesia de la Asunción acabó utilizándose como almacén de frutas. Fueron refugios de miedo y esperanza con los que Puertollano escribió uno de los capítulos más tristes de su historia, aunque lentamente cayeron en el olvido. 

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