El gran mito de la alimentación complementaria

Carmen Ansótegui (Spc)
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No tiene sentido retrasar hasta cumplir un año productos como el huevo o el pescado en las comidas de los niños, puesto que no está demostrado que se evite el desarrollo de una alergia a los mismos

La Organización Mundial de la Salud recomienda la lactancia materna un mínimo de seis meses. A partir de ahí es cuando hay que introducir otros alimentos, un proceso conocido como alimentación complementaria (AC). Las recomendaciones van cambiando en función de los resultados de las investigaciones que se van desarrollando, pero hay mitos que persisten sobre este tema. El más sonoro es que hay que retrasar la introducción de ciertos alimentos para reducir la probabilidad de que el niño acabe desarrollando una alergia. 

Hasta hace unos años, los expertos aconsejaban no introducir pescado o huevo hasta que el bebé hubiese cumplido los nueve meses o incluso el año. Esta recomendación quedó obsoleta hace tiempo, pero todavía son muchos los padres que mantienen viva esta creencia. Tal y como explica José Manuel Moreno Villares, coordinador del Comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría (AEC) «no tiene sentido retrasar más allá del año la ingesta de ningún alimento, ya que se ha visto que el que va a ser alérgico lo será independientemente del momento en el que se introduzca el alimento». 

En este sentido, hay que añadir que la miel es una excepción. Esta sí está contraindicada, pero no por un tema de alergias, sino porque contiene una bacteria, denominada Clostridium botulinum, que puede originar un trastorno neurológico conocido como botulismo infantil.  Por otra parte, hay que recordar que tiene una gran cantidad de azúcar, que tampoco está aconsejado en niños. De ahí, que los expertos desaconsejen algo tan común antaño como mojar el chupete en miel. 

Los pediatras recomiendan exponer al niño a la mayor variedad de alimentos posibles, ya que «le ayudará en el aprendizaje de sabores y texturas, e incluso puede que desarrolle mayor tolerancia a ciertos componentes», afirma Moreno Villares. Y es que hay evidencia de que la exposición temprana a ciertos alimentos, disminuye la probabilidad de una persona a tener una alergia. Esto sucede con el cacahuete, aunque todavía no hay pruebas en otros alimentos. 

No obstante, hay que tener en cuenta que la introducción de alimentos ha de ser en pequeñas cantidades y progresiva. Para que, en caso de que el niño presente una reacción, sea lo más leve posible. Además, hay que dejar un espacio de uno o dos días al menos entre nuevos alimentos, para que se pueda identificar con facilidad qué es lo que ha sentado mal al pequeño. 

La alergia en la infancia es, en la mayoría de los casos, un fenómeno transitorio, ya que los bebés suelen perder la sensibilidad a los alimentos con mayor potencial alergénico, como el huevo, la leche, el trigo o la soja. Sin embargo, quienes presentan reacciones a los frutos secos, los pescados o los mariscos tienen más probabilidad de que la alergia perdure.

términos distintos. Conviene diferenciar entre qué es una alergia y qué una intolerancia, dos conceptos que se confunden habitualmente. Moreno Villares explica que las primeras hacen que el cuerpo desarrolle defensas y suelen ser inmediatas. Un cuadro habitual es el de manchas en la piel y dificultad respiratoria, en cuyo caso hay que retirar el alimento y acudir a urgencias. Las intolerancias, sin embargo, tienden a ser más confusas. Es habitual que el niño tenga vómitos o diarrea. En esta situación lo recomendable es retirar por igual el producto y consultar al pediatra. 

En la alimentación infantil, en cualquier caso, no está todo dicho. Desde hace unos años se ha puesto de moda el denominado Baby Led Weaning (BLW), un método que aboga por introducir los alimentos en su forma sólida y no en puré. Esta corriente nace en torno a 2002 a raíz de la recomendación de la OMS de iniciar la alimentación complementaria a los seis meses. En ese momento, padres y profesionales comienzan a cuestionarse si realmente existe necesidad de triturar la comida. 

La base del BLW es que el niño se siente a la mesa con el resto de la familia y se le ofrezca la misma comida que a los demás, pero en trozos, teniendo en cuenta que siempre tienen que ser alimentos de consistencia blanda. Además, es el bebé quien come desde el principio por sí solo, cogiendo al comienzo todo con las manos.

¿Qué es mejor?

Desde la AEP no expresan una preferencia por ninguna de las dos formas, ya que entienden que tanto el método tradicional como el BLW presentan ventajas e inconvenientes. Hay estudios que demuestran que el BLW favorece el mantenimiento de la lactancia materna y ayuda a que el niño desarrolle una preferencia por la comida sana y variada a medio y largo plazo. Existe además una creencia de que la alimentación a base de sólidos puede reducir la probabilidad de que el niño sea obeso, porque aprende antes a identificar las señales de saciedad, sin embargo, desde la asociación mantienen que hace falta todavía llevar a cabo más investigaciones para probarlo. 

Es importante destacar que para introducir de forma segura los alimentos mediante BLW los padres tienen que estar muy bien informados. Un ejemplo, y una de las principales preocupaciones, gira entorno a la ingesta de hierro. Es determinante para la salud del pequeño que le ofrezcan diariamente comidas ricas en hierro, como carne cocida en tiras, o picada en forma de hamburguesas, yema de huevo etc. es decir, no se puede dejar en manos del niño si le apetece o no tomar este tipo de productos.