Juana se expresa bien, escribe tanto en prosa como en verso, desde niña… Seguro que recuerdan esas sugerentes redacciones de Coca Cola, que iban convocando a los adolescentes de provincia en provincia, pues ahí va Juana y, con catorce años, ya ganaba premios literarios.
En la actualidad sigue ganándolos: premios con poemarios y con novelas, como la reciente novela Los ángeles de la ira, premio Camilo José Cela de narrativa de la Diputación Provincial de Guadalajara.
Y ganará lo que se ponga por delante, porque es profesional a la hora de expresarse. Sin embargo, he de decir que lo mismo te forma un poema tierno o dramático, profundo o melancólico, árido por las ganas de expresar lo sórdido y lo injusto, que hace uso de su buen humor y lanza un par de chistes al cual más tremendo y de risa certera para los compañeros escritores, que se hacen eco de sus palabras y carcajadas.
La palabra en todas las vertientes es de Juana. Como será, que como escritora viva y de su zona, es la única que goza de tener un certamen con su nombre. Lo tiene en Campo de Criptana, a cargo de la Asociación Cultural de Mujeres Antares, y lo tiene como dicen que mejor se expresan las palabras y los silencios, a través de una carta manuscrita. Es un premio de cartas, esas cartas a mano ahora tan olvidadas, y en otros momentos tan empoderadas, vilipendiadas, dobladas, corregidas, olvidadas, escondidas, recordadas, dictadas, regaladas y hasta rotas por un mundo de silencios compartidos.
Precisamente, conocí a Juana Pinés en un certamen de cartas, en Puertollano, por ahí deben andar las nuestras, allí nos conocimos. Juana ya llevaba buen cartel de certámenes ganados y yo empezaba a ganar algún que otro premio importante. Las misivas de amor nos unieron. Y después llegó el Grupo Literario Guadiana que siguió haciéndonos compartir experiencias. Más tarde, coincidiríamos en Andújar y en otras localidades recitando, publicando en Manxa, etc.
Pero yo aquí no quiero hablar de aquellas experiencias, deseo hablar de la Juana de los silencios, y me refiero a una de sus obras, que posiblemente esté como un haz de cartas olvidadas: El silencio de Dios, una obra que hace unos años se publicara gracias al Cabildo de Gran Canaria, fue Premio de Poesía Tomás Morales, y de vez en cuando me gusta encontrar en mi biblioteca libros con unos años dispuestos en pie, valientes como este, engrosando librerías, saludando al lector, como diciendo: 'Toma mis páginas, relee mis versos'. Siempre me supo mal el futuro de libros que por tener unos cuantos años pierden actualidad y desaparecen.
El silencio de Dios no pierde nada. El mundo que queremos arreglar los poetas como Juana Pinés, sigue sin arreglarse: «Qué hacíamos nosotros para no darnos cuenta? / ¿Dónde estábamos todos mientras ellas temblaban?» Son dieciocho poemas divididos por bloques con gritos desgarradores de petición de ayuda. Poesía sin silencios. Eructo de volcanes. Hay silencios que matan.