Marea o el viejo vicio del rock and roll

I.Ballestero
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La banda de Berriozar alimenta su regreso con 'El azogue' con un puñado de antiguos himnos ante un auditorio entregado en el que, si cabía alguien más, era detrás de las barras

Marea o el viejo vicio del rock and roll

En la frontera de la medianoche de la última madrugada de fiesta asomó la curva cazallera de Kutxi Romero por uno de los laterales del enorme escenario que hacía latir La Granja y allí donde la feria declinaba hacia la quietud el auditorio saltó hasta que la tierra se puso a temblar. Levemente, al principio, cuando la vuelta pausada de El Azogue mandaba en el repertorio que inició, como un compromiso, En las encías, antes de disparar los temas del reencuentro que primero llegaron a las retinas y quedaron grabados para la tele, El temblor y La noche de Viernes Santo, para después desordenar el calendario y saltar del pasado al presente allí donde lo pedía la noche, haciendo ondular la intensidad de la vibración. Miles de gargantas hacían los coros. Si cabía alguien más en el recinto era detrás de las barras, y en ese lugar maldito es siempre donde menos se bebe. 

Hay algo en el directo de Marea que alude al viejo vicio del rock. También sucede, hacia el final, un pequeño poso de nostalgia por los años perdidos, por esa distancia entre el hambre aprendida y el azogue recién recuperado que sacude los escenarios de todo el país, y que hizo parada en Ciudad Real para recordar a quien corresponda que cuando se convocan las guitarras de siempre, la ciudad baila. Al arranque de la actualidad le acompañó los días de Mierda y cuchara y tras la pausa que supone Muchas lanzas siguió el nervio de Manuela canta saetas cuando el público se había olvidado de los móviles y se centraba por entero en el sudor que correspondía. Conviene un alto en el camino para un aviso a navegantes:el de Marea es un concierto que se canta y se salta, que en muchos ratos se bebe, y en esas exóticas costumbres hay poco espacio para las nuevas tecnologías. Si hay que reservar uno para registrar más allá de la memoria, ése es el comienzo de Que se joda el viento, cuando el puño en alto que corona el escenario levanta un palmo todos los pies del suelo. Jamás otra declaración de amor agitó tantos cabellos.

Conserva la banda de Berriozar hasta esa sana costumbre, dentro de sus diferentes vicios, de despejar el altar de la rasgada voz de Kutxi para acelerar el ritmo a los mandos de El Piñas, que despachó Pecadores y Trasegando antes de volver a ceder el micrófono para la llegada de uno de los momentos emotivos de la noche, cuando tras esa Jindama que no se aprecia en el esperado regreso hubo que disparar Pájaros viejos a lomos del guitarreo de Kolibrí Díaz, que aúpa con sus cuerdas el vuelo hacia la ausencia de Ventura, su padre, al que embaucó el sueño maldito antes de que el deseo del retorno se convirtiera en una realidad. 

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De ahí hasta el final ya sólo hubo hueco para el derrame. Hubo tragos de Jack Daniel’s compartidos con las primeras filas y canciones envidadas a medias con parte de los teloneros, que nunca son accesorios en una tarea como ésta. Hubo homenaje a Los Suaves, reventó como epílogo el credo de El perro verde y el cierre no pudo ser otro que Marea, cuando quedaba poco por beber pero todavía había ganas de saltar. «Que vuestra vida sea un viaje a un futuro nada incierto. Vuestra libertad, solo eso, vuestra libertad», dijo el Kutxi, epifánico al cierre tras dos horas y cuarto de socarronería. Los viejos vicios del rock.