Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


El ‘fantasma’ de las Navidades pasadas

20/12/2021

La pandemia ha estado durante este tiempo dormida. Desde que en el verano nos dimos por vencedores, esta enfermedad poco o nada nos ha preocupado. Ahora que los contagios se disparan, vuelven a saltar las alarmas: se agotan los test, aparece la sombra de las restricciones y ya se habla de tomar todas las precauciones de cara a los próximos días. ¿Pero no lo teníamos superado? Entiendo el desconcierto de la sociedad cuando unos meses después de la vacunación generalizada (segunda dosis), el virus se alía con el invierno para hacer los mayores estragos. Se nos dijo por activa y por pasiva que, con los dos pinchazos, la normalidad iba a regresar a la de 'antes'. En varios países, incluso hubo imágenes de celebración por el supuesto fin del virus. En España, la euforia fue menor por aquello de que el símbolo qxue ha acompañado desde el principio, la mascarilla, se mantuvo en interiores. La incidencia bajó pero una nueva variante ha derribado todos los esquemas y avances. 
Creo que es hora de que las autoridades e instituciones hagan pedagogía de verdad. Que acaben con promesas imposibles que crean falsas expectativas y provocan rechazos mayores. Existen todas las armas para comunicar de cómo enfrentarse a una pandemia: que la vacunación es necesaria pero no definitiva; que la efectividad no es del 100%, que el virus circulará durante años y que, en cada invierno, como ocurre con la gripe, habrá una pequeña crisis sanitaria acorde del avance la vacunación en todo el mundo y de las variantes. Lo que no se comprende a estas alturas es la falta de información generalizada sobre cómo afecta la vacunación a los contagiados o cuántos de los positivos no cuentan con las pautas establecidas. Si tan importante es la inmunización, como se ha demostrado en estos meses, porqué no se explican las estadísticas para convencer a una mayor legión de negacionistas que te gritan en tu cara que todo es una mentira y que eres tú el equivocado. Por eso no me resultan extrañas las imágenes de manifestaciones violentas en países como Bélgica, Países Bajos o incluso Francia cuando se recuperaron las restricciones. Holanda, por ejemplo, desde ayer vuelve al confinamiento. ¿Qué ha pasado? ¿No se podía prever?
España, dicen, que parte con cierta ventaja por una mayor tasa de vacunación. Pero las comunidades autónomas vuelven a ponerse en guardia y reclaman, sin intentar perder el impulso económico de estos días festivos, acorralar al virus desde el punto de vista más personal que institucional. Y he ahí la cuestión. Se nos pide ahora responsabilidad individual (autotest, no relacionarse con demasiada gente, no asistir a actos multitudinarios) cuando se nos vendió la piel del oso antes de cazarlo. Hubiera sido más fácil preparar las fiestas con ciertos protocolos que esperar a que nos pille el toro. Hace tan solo cinco días se nos dijo que no se tomarían restricciones y en otros cinco días nos dirán lo contrario. Y  esto, siendo compatible por los acontecimientos, no está reñido con reconocer los errores. Al menos, estaríamos avisados para recibir al fantasma de las Navidades pasadas.