La hora de los subalternos

Diego Izco
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Cuando dos equipos se respetan y analizan tanto, cuando los dos entrenadores deciden anular al rival, las grandes figuras tienden a desaparecer y los actores secundarios se convierten en protagonistas

La hora de los subalternos - Foto: Rodrigo Jiménez

Una vieja viñeta del maestro Forges: varios edificios con muchas ventanas y de cada ventana salía un hilito hacia un enorme bocadillo central con el texto: «Saldremos a las cuatro de la mañana. Ya verás cómo a esa hora no hay nadie».   

Supongo que Zidane y Simeone compartieron charla técnica, punto por punto, coma por coma, hasta convertir el primer gran partido del curso futbolístico en algo parecido a un atasco. Un mismo plan, anular al rival, firmado por dos entrenadores excesivamente preocupados por no perder. 

Puede que todo, seguro que mucho, estuviera condicionado por el escandaloso 7-3 de pretemporada. En plenos preparativos, el Atlético se desató y arrolló a un Madrid menor, muy permeable y ridículo en defensa. De aquellos 10 goles a estos ‘cero’ con apenas un par de intervenciones de los porteros. 

Y es que anular al rival requiere, obligatoriamente, despojarle de toda la calidad que pueda exhibir. Seguro que Simeone exigió marcas intransigentes sobre Hazard, luego Modric, Benzema... Y que Zidane insistió mucho a los suyos sobre Joao Félix (el muchacho de los 120 millones que lleva demasiado tiempo desaparecido en combate), Koke, Costa, Saúl... 

Así que aparecieron los subalternos, Thomas y Kroos, para aguantar el tipo. En efecto, cuando dos equipos juegan a no perder se encargan de oscurecer el brillo de las estrellas del rival. Thomas es un futbolista excelente, pero pocas veces podrá decidir él solo un partido; Kroos, un campeón del mundo con galones, pero no de los que se echan el equipo a la espalda. 

Como si todo hubiese formado parte de un mismo plan, como si no fuese un once contra once sino un veintidós contra el fútbol, el cero a cero convirtió la gran cita en un bajonazo. Emocionante, intenso y duro, seguro, pero por no haber ni siquiera hubo enganchadas o polémicas, ambas situaciones habituales de un paisaje, el de los derbis, en los que siempre puede pasar cualquier cosa... o, sencillamente, que no pase nada.