La actuación más amarga de una figura clave

Agencias
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La salida del Emérito ha sido provocada por un cúmulo de acontecimientos que no pueden empañar el importante papel que ha desempeñado en sus más de tres décadas de Reinado

Don Juan Carlos (i) junto al expresidente Adolfo Suárez, dos de los principales pilares de la Transición. - Foto: EFE

Tiempo. Eso es lo que piden los historiadores para juzgar con cierta perspectiva los acontecimientos de un país y la gestión de quienes han tenido un papel protagonista en su desarrollo y en el transcurso de sus vivencias más recientes como sociedad.

Esto será necesario también para poner en valor la labor del Rey Juan Carlos I. Una distancia analítica crucial para poder conjugar todas las noticias que se han ido sucediendo en los últimos meses sobre sus presuntos negocios opacos, las grabaciones a su examiga Corinna Larsen o la última decisión tomada ayer por él mismo de trasladarse a vivir fuera de España. Un cúmulo de hechos que, en este momento y con falta de perspectiva, podrían empañar el papel que jugó décadas atrás.

Fue un rol, sin duda, esencial para que España recuperara la democracia y para que la mantuviera en un momento de especial peligro, como fue el intento de golpe de Estado del 23-F.

Siempre se ha dicho que esa noche, el juancarlismo ganó muchos más adeptos, y aunque ese concepto no le disgustase, llegó a manifestar que lo que le importaba era la Monarquía, que ésta no arraiga en el corazón de un país de la noche a la mañana y que su objetivo era demostrar que la institución era útil a los españoles.

Una inmensa mayoría de la ciudadanía así lo interpretó, y también la práctica totalidad de fuerzas políticas.

Fueron los momentos de mayor reconocimiento a su reinado y aún quedaba lejos su decisión de abdicar y con la que contradecía la máxima que un día le trasladó su padre, Don Juan de Borbón: un Rey nunca debe abdicar.

Pero lo hizo, y en uno de los momentos más difíciles para la Corona y con la intención de facilitar la continuidad de la institución, después de algunos hechos que alimentaron los argumentos de los críticos con ella.

En concreto, la investigación judicial del caso Nóos, que acabó con su yerno Iñaki Urdangarín en prisión y con la absolución final de la infanta Cristina, y un viaje privado a Botsuana.

Un desplazamiento que realizó junto a Larsen en plena crisis económica y en el que una caída le llevó a una de sus numerosas visitas al quirófano y a una disculpa para la Historia: «Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir».

La resaca por todo ello tuvo mucho que ver en que no se le reservara un sitio en el acto del Congreso conmemorativo del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas de 1977, lo que provocó su enfado. Sí recibió el homenaje de la Cámara Baja un año después, en 2018, cuando estuvo presente en otro evento con motivo de las cuatro décadas de la Constitución.

 

Tributo

Este fue, precisamente, uno de los últimos grandes reconocimientos públicos que tuvo antes de las informaciones en cascada sobre las supuestas fundaciones en Suiza con dinero procedente de Arabia Saudí y desde las que hubo presuntamente donaciones a Corinna Larsen. Unas noticias tras las que Felipe VI optó en marzo por renunciaría a la herencia de su padre y privarle de la asignación presupuestaria que seguía recibiendo, pese a que el 2 de junio del año anterior se había retirado de toda actividad oficial.

La Fiscalía del Tribunal Supremo ha asumido la investigación y Don Juan Carlos decidió nombrar un abogado para que le representase ante posibles acontecimientos futuros.

Su anuncio de abandonar España no puede haber sido fácil, ni para él ni para su hijo.

Los suyo no es un exilio como el que protagonizaron algunos de sus antepasados debido a otros avatares de la Historia, pero en su fuero interno podría tener una sensación de que en algo quizás se parezca a lo que aquellos vivieron en su época.

Una experiencia dolorosa porque, como comentó el propio Monarca Emérito al escritor José Luis de Vilallonga para su libro El Rey, «morir en el exilio debe de ser lo peor que le puede suceder a un hombre».

Todo lo que se ha ido desvelando y a la espera de que la Justicia confirme o desmienta, más allá de si gozaba de inviolabilidad durante su reinado, ha empujado a Don Juan Carlos a una decisión que el Gobierno había ido dejando caer en las últimas semanas con su presidente, Pedro Sánchez, a la cabeza, pero trazando una clara línea de separación entre el Rey Emérito y Felipe VI.

Con todo, su salida ahora de España es el último dato biográfico por el momento de quien ejerció casi 39 años una jefatura del Estado que convivió con siete presidentes de Gobierno, con la lacra terrorista de ETA finalmente desaparecida, con el desarrollo económico del país y con su entrada en instituciones como la UE y la OTAN. Es, por ello, parte de un gran legado. Una herencia ahora emborronada que necesita tiempo para el análisis.