El otro día, creo que fue el lunes, alguien hizo un comentario aparentemente insustancial: «Hay que comprar plátanos». Seguro que también hay -y habrá- que hacer otras cosas, buscar soluciones, remedios y soluciones, pero esa afirmación espontánea hablaba de sensibilidad y de caridad. Sabía reconocer la necesidad de una isla en gravísimas dificultades que aún permanecen. Esa persona no sabía si en la isla se producen o no plátanos, cuál es su principal fuente de riqueza, cuál es la forma en la que sus habitantes alimentan, cuidan y protegen a sus familias. Su única preocupación fue ayudar a personas concretas, con nombres y apellidos, familias, niños y grandes, adultos y mayores. 
A veces nos falta sensibilidad y no nos damos cuenta de qué puede estar pasando en la vida del que tenemos cerca, al lado. Vivimos sin escuchar, sin preguntarnos, sin reconocer en la otra persona a alguien. No solo el sexo, la trata o la esclavitud en mil formas cosifican a las personas. También la falta de escucha, el hecho de preocuparse qué puede necesitar la persona que tenemos cerca. Solo hablar, solo monólogos, sin la necesaria actitud de escucha. 
Hemos vivido tiempos muy duros. A mí me sorprendía cuando alguien, muy alegremente, rechazaba la mascarilla u otro tipo de medidas de prudencia, sin darse cuenta de que, en realidad, en el fondo, pero de manera muy sencilla todo eso formaba parte de una actitud caritativa básica. A veces llenamos la prensa, las ondas de radio, las televisiones y las modernas redes de comunicación de palabras grandilocuentes, pero vacías de contenido.