Los pueblos y los peces

Miguel Herrera
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Al contrario de lo que ocurre con otras actividades como la caza o la micología, la pesca está infrautilizada como recurso generador de riqueza

Los pueblos y los peces

El principal problema del mundo rural es la falta de actividad económica. Mucha gente estaría dispuesta a vivir en un pueblo si no hiciera falta desplazarse a la capital o a un núcleo de población grande para trabajar. Por eso cada recurso, por pequeño que sea, debe ser aprovechado allí donde esté, pues puede suponer que una familia se plantee vivir de ello y elija esa pequeña aldea para poner en marcha su proyecto vital, revitalizando así zonas despobladas.

La pesca de interior es uno de esos recursos que podría fijar población en el mundo rural, o al menos generar una interesante actividad económica con diferentes sectores beneficiados gracias a ella (comercios especializados, restauración, alojamientos...), pero se está desaprovechando de manera sistemática e incomprensible. El pescador es, en general, fanático más que aficionado (y lo digo con conocimiento). Es capaz de realizar sacrificios importantes o recorrer grandes distancias por visitar un paraje concreto o tratar de pescar una especie de pez en particular. Y España está llena de rincones espectaculares donde echar la caña y especies que no se encuentran más que en la Península Ibérica.

A pesar de ello, cuando un pescador se plantea hacer un viaje en busca de peces es casi imposible que piense en hacerlo dentro de nuestras fronteras; siempre surgen destinos como Argentina, Chile, Escandinavia, Nueva Zelanda… ¿Por qué? Por que lo propio no se vende bien. Ni mal. Directamente no se vende, se ignora. Los países mencionados (y otros) tienen un potencial piscícola indiscutible (y lo explotan), pero es que España también (y no lo explota). En las cordilleras, sobre todo en la mitad norte peninsular, discurren unos ríos trucheros excepcionales, tanto por su belleza y calidad de agua como por sus peces; el centro y sur cuenta con ríos y embalses maravillosos para la pesca de grandes ejemplares de lucio, barbo (hay varias especies endémicas), carpa, black bass, lucioperca; disponemos de uno de los pocos tramos del mundo en el que se puede capturar el salmón del Danubio…

Todos esos lugares tienen sus fieles, pero habitualmente el pescador se mueve poco de sus zonas habituales y eso es sencillamente porque no conoce otras. Faltan empresas en las zonas rurales que exploten este enorme potencial.

Hace unos años, un proyecto llamado Ninfa, financiado por la Unión Europea, estuvo activo en varias comarcas de Castilla y León. Pretendía promocionar la pesca como atractivo turístico y entre las acciones que se llevaron a cabo se formó a unos cuantos habitantes de esas zonas como guías de pesca, entre los cuales tuve la suerte de estar. La iniciativa no cuajó y al término de la segunda fase de Ninfa todo quedó en nada y los servicios de guía dejaron de prestarse. Sin embargo, en las jornadas en las que acompañé a pescadores de fuera por los espectaculares ríos de la montaña oriental leonesa aprendí varias cosas.

En primer lugar, que los alojamientos de turismo rural no ven en la pesca una posibilidad. Como mucho mencionan el concepto en el apartado de la web ‘Actividades en la naturaleza’, o poco más. Si yo mañana me voy con mi familia a pasar un fin de semana a un lugar cualquiera de Castilla-La Mancha, o La Rioja, o cualquier otra comunidad, es muy posible que la casa que me ofrezca un servicio de guía de pesca tenga mucho ganado y yo aproveche una mañana con mis niños para ir a ese río o ese pantano que no conozco y que, por mi cuenta, casi seguro que no me molestaría en visitar, ya que conocer el lugar es muy importante para tener cierto éxito con esta afición. La casa que ofrece el servicio contaría con un valor añadido y yo estaría dando trabajo a una persona de la zona.

También aprendí que los pescadores actuales cada vez tienden más no a sacar muchos peces, sino a sacarlos bien, entendiendo la pesca como un cúmulo de factores: conocer la zona, disfrutar de los paisajes, experimentar la gastronomía, deleitarse con la biodiversidad… y, si se tercia, clavar en el anzuelo algún lucio o unas cuantas truchas. Los aficionados que sufrieron mis servicios de guía sacaron más o menos peces de agua, pero todos se fueron conociendo un poco el río que habían pisado y la vida que alberga, sabiendo algo más de los pueblos de la zona y habiendo comido bien; muchos de ellos repitieron en años sucesivos independientemente de los resultados meramente piscícolas de su excursión.

Aún así, como digo, esta iniciativa se fue desdibujando, las casas rurales se olvidaron de la pesca y los guías dejaron de trabajar. En algunas páginas de internet se ofrece este tipo de salidas, pero son pocas y abarcan poco territorio. Estoy seguro de que un trabajo conjunto de estas empresas, junto con la administración y el sector del turismo rural tendría resultados sorprendentes. Ayudaría a revitalizar zonas poco pobladas, que son las que habitualmente cuentan con los mejores lugares de pesca. Contribuiría al mantenimiento y limpieza de los ríos, hoy día casi abandonados; lo que no sirve para nada no se cuida, así que no hay como sacarle partido a los cursos de agua para que hosteleros, ayuntamientos y otros colectivos se preocupen por su estado, y no solo los pescadores. Si la caza o la micología movilizan a miles de visitantes y crean riqueza en el medio rural, ¿por qué no va a hacerlo también la pesca?

Los ríos y embalses tocaron fondo en cuanto a calidad del agua a finales del siglo pasado, pero las depuradoras (cuando funcionan) y un mayor control de los vertidos industriales y de otros sectores han dado un respiro a nuestro cursos de agua y hoy en día, en general, se encuentran sensiblemente mejor que hace dos o tres décadas. Con la pandemia mucha gente ha aprendido el valor de los espacios abiertos y la naturaleza. La pesca es un recurso natural, renovable y está al alcance de la mano. Es una irresponsabilidad que esté infrautilizada como lo está pero a la vez nos quejemos de que los pueblos se vacían.

No va a ser la panacea y es muy posible que solo funcione como actividad económica en ciertas zonas, las que tienen más potencial (igual que ocurre con la caza o las setas), pero el mundo rural no se puede permitir perder ni una sola oportunidad y aquí tiene una que además atañe a zonas muy despobladas y olvidadas. Los habitantes de cada comarca tienen la obligación de conocer lo que su territorio puede ofrecer y aprender a venderlo, porque si no lo hacen nadie lo va a hacer por ellos.

El que quiera peces...