El invierno de los vengadores

Nieves Sánchez
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Frío, chinches y hambre, familiares de voluntarios de la Divisón Azul hablan del infierno que vivieron sus padres en Moscú por «defensa de la patria». Una investigación recupera sus nombres e historias.

Mercedes, hija de Félix Martínez, con el uniforme de la guardia de Franco. - Foto: Pablo Lorente

Félix, el de los encajes, fue el primero en levantar la mano, en poner su nombre en la lista de los de Almagro, fue uno de los más dispuestos, el primer voluntario. El más convencido de ir con 18 años a sufrir el peor invierno de su vida para ayudar a derrotar a los rusos y acabar con el comunismo que tanto daño le había producido. Mataron a su hermano de 17 años en la Guerra Civil y en su mente tenía «un motivo» para el resarcimiento, por eso y «por amor a su patria», convencido de sus ideas como estaba. Se marchó guiado por las razones del corazón y la osadía de la juventud que lo empujaba a ponerse el primero en las batallas. Fue también de los primeros en volver de Rusia a los dos años de su marcha, con un «gran pesar» por dejar allí a tantos compatriotas que murieron después en las filas azules de la ofensiva, en el frío de la nieve, en el eterno invierno de Moscú.

Fue aventajado en muchas cosas, pero el último de ellos en morir. Félix Martínez Escobar, natural de Almagro, hijo de encajeros, falleció hace tres meses, el 18 de junio, a la edad de 97 años, y fue el último en irse de los cientos de hombres de esta provincia que lucharon en la llamada División Azul, el grupo de voluntarios falangistas que combatieron en el frente ruso al lado de las tropas de Hitler durante la II Guerra Mundial, entre 1941 y 1943. Fue de los pocos que dejó escritas sus memorias, retazos de una vida que fue componiendo tras su jubilación y tardes de conversaciones con sus hijos.

«Fue un hombre justo, cabal, que vivió sin rencor, que lo dio todo por los demás y que se fue al frente convencido, él tenía tres amores: su familia, su religión y España, era de Falange». En la casa de su hija Mercedes no queda pared por cubrir ni espacio en las estanterías para más reliquias. Hay fotografías antiguas de Félix con su mujer, María Teresa, su debilidad, sus ojos, su luz. «Si mi madre decía hay un burro volando y le decíamos que no, mi padre nos replicaba que si ella lo había visto es que estaba. Era su vida». También hay instantáneas con sus nietos y bisnietos, de las bodas, comuniones y reuniones familiares. Imágenes a color, en sepia o en blanco y negro que reposan al lado, arriba y debajo de un par de retratos en dorado de Francisco Franco y José Antonio, junto a una bandera de España pinchada en un palo que ondea en el mueble de madera. Todas estas imágenes de una vida empapelan el salón de una tercera planta en pleno centro de la capital.

Mercedes es la hija del hombre que con su marcha hace tres meses se llevó la única voz que quedaba de la División Azul. Fue falangista, de la guardia de Franco y trabajó en Auxilio Social a su regreso de Rusia como delegado en Ciudad Real, junto a infinidad de cargos políticos. Murió y se fue envuelto con la bandera de la División Azul, de cuya pertenencia no solía hablar ni presumir. «No porque se arrepintiera, ni mucho menos ni por tabú, sino porque decía que eso de hablar de uno mismo era vanidad de vanidades y él, por encima de todo, fue una persona noble que vivió para dar y ayudar a los demás. Lo peor que llevó allí era ver morir a compañeros suyos».

Investigación. En la provincia cerca de mil hombres lucharon en la División Azul para reforzar el avance de las tropas nazis hacia Moscú. De los alrededor de 45.000 que fueron de toda España, apenas queda medio centenar vivos y en Ciudad Real ya ninguno de ellos. El pasado año se cumplieron precisamente 75 años de la orden dada por Franco para su retirada. La deuda con Alemania ya había sido pagada.

El fotógrafo de Ciudad Real David Céspedes lleva siete años recopilando e investigando los nombres de los ciudadrealeños que acudieron a la llamada del régimen para devolver a Hitler su ayuda al bando nacional en la Guerra Civil Española, con el objetivo de editar un libro sobre la División Azul en la provincia, como se viene haciendo en los últimos años en otras partes del territorio, para arrojar luz sobre este episodio, sin mayor motivación ideológica, salvo contribuir a escribir la historia. «Hay gente que no sabe que sus padres, abuelos o tíos fueron divisionarios y me gustaría poder contactar con ellos para que el libro que estoy escribiendo se enriquezca». Un estudio que los familiares de estos hombres valoran como «un homenaje a la memoria de sus padres».

De momento ha contabilizado, a través de numerosos viajes al Archivo de Ávila a 772 divisionarios manchegos, la mayoría de Infantería. De ellos, 185 resultaron heridos en el frente, 67 fallecidos, seis prisioneros y tres casos de desertores, como Pedro Buendía, convencidos de que la Unión Soviética era un paraíso. No hubo mujeres de la Sección Femenina y sí hubo un capellán de Alcázar, Molina Alcañiz.

Los últimos de la división. Céspedes tuvo la oportunidad de conocer a los tres últimos divisionarios, a Félix Martínez, Joaquín Santacruz, también natural de Almagro que se alistó con su padre, y a Roberto Muñoz Martín Peñasco, un practicante de Valdepeñas. Todos coincidían en las entrevistas que mantuvo con ellos en las duras condiciones que sufrieron en el frente, e inciden en tres aspectos: hambre, chinches y mucho frío. Grados bajo cero jamás vistos y sufridos. A miles de kilómetros de su tierra natal y de sus familias se encontraron vestidos con uniformes nazis reducidos a harapos, bajo unas excesivas condiciones, tuvieron que armarse hasta los dientes con fusiles ligeros contra los tanques soviéticos, inflamados de la retórica anticomunista.

Con todo, la División Azul, con gran acogida entre los integrantes de Falange, fue una de las unidades más reconocidas de la II Guerra Mundial, miles de combatientes españoles en Rusia que pagaron con su vida, su salud o su libertad aquella experiencia, según cálculos citados por el profesor Xavier Moreno Juliá en La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941-1945 (Crítica, 2004).

«Mi padre me contaba que fue muy duro, no comían nada, había una especie de col fermentada que les daban y otras veces agua hervida que tenía de todo hasta piojos, pero que les sabía a gloria, y una vez se comieron hasta un gato porque era lo que había. Me decía que él fue porque tenía que defender a España de alguna manera». Gesta por la que recibió, cuenta Mercedes Martínez orgullosa, «condecoraciones tanto por parte de los alemanes como del caudillo».

Muchos de estos hombres, apunta el investigador, eran estudiantes que no pudieron combatir por su edad en la Guerra Civil e incluso alguno falsificó la firma de sus padres para poder ir de voluntario a la División. La mayoría eran jornaleros, mineros y ferroviarios. Con todo, hubo casos muy especiales como los 16 ‘indeseables’ que ha encontrado en las filas de los divisionarios de esta provincia. Así llamaba la dictadura a los desertores. Fueron hombres que se alistaron para huir de la justicia del régimen porque habían cometido, según el bando ganador, crímenes de guerra y para que no los fusilaran se fueron voluntarios con la División Azul. «Es el caso de José Ortiz Canal, descubierto en el frente y reclamado desde España, pero fue ejecutado directamente en Rusia y figura así en su expediente: ha sido pasado por las armas. Es sobrecogedor leer algo así».

Un invierno de 12 años. A Cándido Zamora Pardo, el invierno de 1941 le duró 14 años. Nació en Cabezarados y con 20, durante su servicio militar en el continente africano, en Larache, se unió voluntario a la División. Fue hecho prisionero el 4 de febrero de 1943, el año que Franco ordenó la retirada, pero a él no le dio tiempo a volver. Los rusos lo apresaron seis días antes de la famosa batalla de Krasny Bor. «Le dieron por desaparecido y así se lo comunicaron a mi abuela, de hecho guardó durante muchos años la esquela mortuoria con la fecha de la publicación de su muerte».

Isabel Zamora es hija de Cándido, el divisionario de Cabezarados que estuvo 12 años en un gulag, los campos de trabajo rusos. Aprendió alemán y ruso, hablaba y entendía hasta el final los dos idiomas y fue liberado tras la muerte de Stalin y repatriado a España en el famoso buque Semíramis con 250 prisiones españoles más. Volvió a Ciudad Real, donde su familia y amigos lo daban por muerto. «No le gustaba sacar el tema con nosotros para que no sufriéramos, él nos contaba que allí padeció disentería y una pleuresía que le trataban con bolsas de agua caliente».

Picaba piedra, malcomía, sobre todo en el segundo gulag en el que estuvo, pero cuenta su hija que nunca habló mal de los rusos. «Eso sí, tampoco cambió de ideas a su vuelta. Se fue falangista y regresó con sus ideas intactas». Isabel hojea el libro de fotografías antiguas donde aparece su padre vestido de soldado, sonríe al recordarlo. «Era muy cariñoso, simpático, amable y muy educado e inteligente, no le daba valor a las cosas banales, imagino que por todas las penalidades que tuvo que pasar allí, pero se marchó convencido de que tenía que ir a ayudar».

Una de las mayores dificultades a las que se está enfrentando David Céspedes a la hora de completar su investigación para publicar el libro, para el que calcula que le quedan unos dos años de labor de documentación y redacción, es la cerrazón de algunas personas a abordar el pasado divisionario de sus familiares. Según Isabel, se han contado «demasiadas falsedades, se les ha tratado como nazis, por eso muchas familias son reacias a hablar».

A su regreso, Cándido Zamora fue tratado «como un héroe». Se puso a trabajar en el Instituto Nacional de la Salud (INS), conoció a su mujer y juntos formaron una familia con una vida acomodada en el centro de Ciudad Real. Durante toda su vida ha llevado en el reverso de su solapa el yugo y las flechas de Falange. «Nosotros con Franco hemos vivido bien, pero entiendo que haya gente que no lo vea igual». Muchos de ellos a su regreso ocuparon cargos relevantes y desempeñaron profesiones muy reconocidas.

Cándido falleció en noviembre de 2012, con la mente clara y la memoria intacta. «Las motivaciones eran las que eran y hay que poner todo en su contexto temporal, a saber por lo que realmente se fue, pero el caso es que cuando regresó, pese a todo no cambió de parecer ni de ideales», argumenta al lado de Isabel, Luis, su pareja.

Se marchó a luchar contra la Unión Soviética convencido como Félix Martínez «de la defensa de la patria». Pero no era oro todo lo que relucía. Los vengadores de Franco, los agradecidos a Alemania, acudieron a la División Azul pensando que la ofensiva duraría unos meses, así se lo transmitieron a Céspedes los últimos divisionarios, como mucho un invierno, pero el que menos estuvo dos años, sin entrenamiento previo, con prisas por avanzar, con un equipamiento inadecuado para andar sobre la nieve y el barro.

Se curtieron a base de golpes y penurias atravesando a pie Polonia y superando el miedo al ruido de los aviones los bombardeaban cada noche en el invierno más largo de sus vidas, en el fragor de la batalla para vengar a la madre patria.