Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


La escopetarra

29/12/2021

Se define la escopetarra como una guitarra hecha a partir de un arma de fuego modificada, utilizada como un símbolo de paz. Normalmente proviene de fusiles o escopetas usadas por paramilitares. Su creador es César López, un músico, compositor y activista colombiano. La idea de convertir un fusil AK-47 en un instrumento se le ocurrió en 2003 y, desde entonces, se han hecho algunas decenas. Una de ellas se encuentra expuesta en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.
En ese mismo año fundó el «batallón de la reacción artística inmediata» con el cual se pretende que, a través de la música, se busquen alternativas a la violencia que asola su país desde hace tanto tiempo.
Una de las canciones que él interpreta con esta peculiar guitarra dice lo siguiente: «Mi canción es para todos, para que el que parte el mundo en dos pida perdón a Dios, para los miles que tratamos de salvarnos, mi canción es de tiempo y camina en contra del viento, es del justo y del buen soñador».
Confesaba el otro día que, en algunos aeropuertos, es retenido un tiempo al considerarse que puede llevar un arma en su equipaje. 
Descubrir a este músico tan especial me ha llevado a reforzarme en la idea de que el arte tiene un poder muy beneficioso para el ser humano. Y puede llevar a salvarnos del horror y a transformarlo. Ojalá que muchos niños y adolescentes colombianos aprendan a usar la escopetarra para hacer canciones en lugar de aprender a disparar y matar con fusiles. Sus vidas serían más largas y, sobre todo, más felices.
En esta misma idea se ahonda en la película El amor en su lugar, dirigida por Rodrigo Cortés y basada en hechos reales. La gran protagonista de la misma es una obra de teatro. Es interpretada por actores judíos que viven en el gueto de Varsovia. En una desgarradora escena queda patente la necesidad que tienen de seguir actuando para salvarse a ellos mismos y al público que les acompaña. Durante ese tiempo podían olvidar, o al menos intentarlo, la tristísima realidad que estaban viviendo.
El poder terapéutico del arte está más que demostrado. Tal vez, también esa sea otra razón por la que muchos creadores siguen trabajando hasta el final. Así recuerdo, por ejemplo, a Pedro Iturralde que actuó en Ciudad Real no hace muchos años. Aunque debían ayudarle a sentarse, su capacidad para tocar el saxofón y emocionar al público era aún maravillosa a sus casi 90 años.
Ojalá que todas las guerras que aún persisten se libraran con escopetarras  y sigamos descubriendo la fuerza del arte.