Afrontar la COVID persistente

Javier Tovar (EFE)
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Los expertos advierten de la importancia de asistir de manera personalizada a los pacientes que presentan evidencias de la enfermedad incluso 12 semanas después la fase aguda

Más de medio de personas en España padecen COVID persistente. Se trata de los pacientes que han superado la enfermedad, pero siguen presentando síntomas tras su fase aguda, pasadas cuatro e incluso 12 semanas, independientemente de cómo haya sido la gravedad de la enfermedad.

«Los pacientes que han padecido COVID-19 pueden presentar síntomas persistentes como fatiga, dificultad respiratoria, palpitaciones, dolores musculares y articulares, cefalea, alteración del sueño y ansiedad, entre otros», señala la doctora María de la Mota Nicolás Correa, directora territorial de Urgencias de Hospitales Privados Quirónsalud en Madrid, quien precisa también que la infección por el SARS-CoV-2 puede afectar a varios órganos y ocasionar secuelas a medio y largo plazo.

Es más, apunta que el 66 por ciento de los pacientes ingresados en hospitales, y hasta el 65 de los que han requerido UCI tiene más de 60 años, «por lo que no es infrecuente que presenten patologías previas que deben ser vigiladas por especialistas junto con las posibles secuelas del virus», sostiene la especialista de Quirónsalud.

En el caso de la COVID-19 persistente resalta, a su vez, que predominan las mujeres de mediana edad, en torno a los 43 años, sin problemas de salud importantes.

La también llamada Long COVID se caracteriza por la frecuente fluctuación de los síntomas, o a modo de brotes, llegando a generar discapacidad a quien lo padece, sin la existencia de una explicación por la enfermedad subyacente alternativa, subraya la doctora.

 

200 síntomas notificados

En cuanto a los síntomas, se han recogido hasta 201, según resalta la experta en Medicina General, siendo la astenia, la incapacidad, la pérdida de calidad de vida y la fluctuación de los síntomas los más frecuentes, al tiempo que en el campo respiratorio puede persistir la disnea, la tos seca o la opresión torácica; a nivel psicológico ansiedad, fobias, apatía, trastornos del sueño o TOC; además de artralgias y mialgias, calambres musculares, odinofagia o disfagia, disfonía, aftas bucales, acúfenos o hipoacusia, diplopía nistagmus o visión borrosa y ojo seco.

Con todo ello, la doctora María de la Mota Nicolás Correa resalta la necesidad de poner en marcha atención personalizada a estos pacientes, dependiendo de las necesidades de cada uno de ellos. A su juicio, un correcto abordaje de esta enfermedad con afectación multiorgánica precisa de un abordaje integral y con una valoración multisistémica.

En primer lugar, indica, deberá realizarse una exploración general en la que se tomarán las constantes del paciente; aparte de la exploración por aparatos o sistemas: auscultación pulmonar y cardíaca, exploración abdominal, de extremidades, neurológicas, oftalmológicas y otorrinolaringológicas básicas. Dependiendo de cada caso, será necesario solicitar una serie de pruebas complementarias, entre las que cabe destacar una analítica general que incluya hemograma, bioquímica, perfil hepático, perfil renal, hormonas tiroideas, ferritina y coagulación.