Órdago a los talibanes

Agencias-SPC
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Profesoras y alumnas desafían el veto del Gobierno a la educación de las niñas con aulas clandestinas en las que continuar su formación

Órdago a los talibanes - Foto: Mohammad Ismail

La llegada de los talibanes al poder en Afganistán supuso un mazazo para los derechos de las mujeres, pero esta vez muchas afganas han decidido no quedarse de brazos cruzados y plantar cara al régimen fundamentalista. Así, una legión de maestras desafía a diario las amenazas de los extremistas impartiendo clases en la clandestinidad para las niñas de Secundaria, en una forma de resistencia al anuncio hace casi tres meses de los islamistas de que estas jóvenes no regresarían a las escuelas hasta nuevo aviso.

En una de esas aulas en un barrio residencial de Kabul, una decena de estudiantes sigue la lección de Karima Kohistani, una profesora que decidió habilitar una habitación de su casa para que estas chicas pudieran continuar con su formación. Fue una decisión arriesgada, pero la docente asegura que no tenía otra opción ante los frecuentes reclamos de las alumnas, incluida su hija de 17 años, que preguntaban por la apertura de las clases.

«Como madre, como maestra, ¿cómo iba a soportar ver a mi hija y a mis estudiantes desilusionadas? Así que decidí empezar con la escuela, sobre todo para aquellas niñas sin recursos cuyas familias no podían permitirse clases privadas o sus padres analfabetos no podían enseñarles», afirma.

La escuela cuenta ya con entre 30 y 40 estudiantes, que acuden a diferentes horas del día según su nivel, atentas, sin importar el frío, al que combaten abrigadas, o la posible visita de los talibanes.

Y es que como explica otra maestra, Dakia, incluso durante estas clases clandestinas en ocasiones no tienen «paz», porque las descubrieron los islamistas y ahora «vienen a veces» y les dicen que no pueden enseñar, que «las chicas no tienen permiso, y si no van a la escuela, tampoco pueden venir a este curso». «Tenemos mucho miedo a los talibanes en esta escuela en casa, pero venimos a escondidas a diferentes horas del día -sonríe-, a veces por la mañana, otras por la tarde, por lo que los talibanes no saben que seguimos viniendo», relata.

Una nueva profesora se acaba de unir al grupo: Feroza. Es su primer día en la escuela clandestina y está decidida a comenzar a dar clases de inglés. Necesitan de su apoyo porque cada vez «menos maestras tienen el coraje de venir debido a los talibanes».

Una de las estudiantes del aula clandestina, Atfa, de 17 años e hija de Kohistani, se muestra combativa como su madre y afirma que no es justo que no puedan estudiar.

«Los talibanes solo permiten a los niños ir a la escuela, pero no a las niñas. Dicen que las niñas simplemente deben quedarse sentadas en casa, mientras los niños pueden ir a trabajar, trabajar e ir a la escuela», denuncia.

Este nuevo régimen islamista mantiene lejos de las escuelas a cerca de 1,1 millones de afganas, a la espera de que redacten una supuesta guía de actuación que se lo permita dentro de los límites de la sharia. Ante esta situación, la ONU denunció que «las mujeres y las niñas en particular han asistido a una erosión de sus derechos».

Algunos cambios

Uno de los líderes talibanes asegura, no obstante, que las niñas ya están yendo a la escuela en varias provincias -algo que rechazan las profesoras-. «Nunca dijimos que no les permitiríamos ir al colegio, ¿acaso lo dijimos alguna vez?», subraya.

Tampoco lo dijeron durante el anterior régimen -entre 1996 y 2001-, prometiendo con frecuencia que «pronto» se reabrirían las escuelas femeninas cuando finalizaran ciertos preparativos, pero durante esos cinco años las niñas se vieron privadas de educación.

Kohistani puntualiza, sin embargo, que estos islamistas no son los mismos que los de entonces, que «tenían unas reglas muy estrictas, e incluso una mujer no podía salir de la casa (sin la compañía de un varón, algo que ahora sí se permite), y a las chicas no se les permitía alzar su voz porque podría ser oída por un hombre, un crimen entonces».

«En aquella época tenía 18 años y una vez al día solía salir de casa a comprar algo. En una ocasión, al ver que no llevaba calcetines y tenía los pies al descubierto, me azotaron. No nos permitían incluso sacar las manos fuera del chador. Si lo hacíamos, nos azotaban», rememora la maestra, esperando que este cambio se note también en otros aspectos.