Pagar por morir

Mohamed Siali (EFE)
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Miles de personas se juegan cada año la vida en el Mediterráneo a bordo de pateras ilegales en su intento de llegar a las costas españolas en busca de un futuro mejor, un sueño que para muchos acaba en el mar

Pagar por morir - Foto: Brais Lorenzo

Un mudo y pálido Saad Kataloni mira, con ojos rojos, la tierra yerma por la ventana del autobús de vuelta a su pueblo, una localidad del centro de Marruecos a 1.800 kilómetros de donde partió, Dajla. En su cabeza, imágenes de agua y muerte de cinco días atrás, cuando intentó, sin éxito, zarpar en una patera rumbo a Canarias desde las costas del Sáhara Occidental.

A sus 19 años, Kataloni ha visto a sus amigos ahogarse ante sus ojos. Se salvó gracias a que llevaba un chaleco cuando la barca naufragó al poco de salir, hundida por el sobrepeso de los pasajeros extra que subieron en el último momento. Ahora, de vuelta a su pueblo en una zona de Marruecos donde muchos sueñan con emigrar, busca modos de trabajar sin abandonar su país. Él, dice, no volverá a intentar cruzar a las islas españolas por la ruta migratoria más peligrosa del mundo, donde según la Organización Internacional de Migraciones fallecieron al menos 785 personas entre enero y octubre, una cifra muy a la baja puesto que muchos acaban engullidos por el agua sin que nunca se sepa.

Es 17 de noviembre, Saad viaja en el autobús de vuelta de Dajla a Sebt ait Rahu, un pueblo a unos 150 kilómetros al sureste de Rabat. Consigo, solo su ropa y una manta, que le da a una mendiga en una parada de carretera. El dinero para el billete se lo envió su familia tras el naufragio. «Subieron más emigrantes de lo que estaba previsto y, después de zarpar, a unos 50 metros de la costa, la barca se partió en dos. Hubo muchos muertos», relata. Entre ellos, amigos suyos que habían pagado 2.500 euros por embarcar y cuyos cuerpos expulsó la marea hasta la playa. «Sus padres vinieron a recuperarlos. Por eso decidí volverme», y añade: «No voy a volver a aventurarme en una patera. Es como si estuvieras pagando por morir». 

Con el recuerdo aún fresco, Saad lo tiene claro: «Voy a volver a mi pueblo para estudiar y encontrar un empleo. Cuando tenga un sueldo será más fácil viajar a Europa con un visado». Casi un mes después de ese viaje en autobús, Saad se ha matriculado en una autoescuela y quiere trabajar de transportista, aunque lamenta que hasta para obtener un trabajo así se necesita «enchufe». Abandonó sus estudios hace dos años, en el último curso de secundaria, tras lo que trabajó de panadero y carpintero.

En Sebt ait Rahu, de unos 9.000 habitantes, como en Mulay Buaza, la localidad vecina donde está la autoescuela, se nota la vulnerabilidad. Las carreteras están en mal estado, los servicios sanitarios son escasos, el alumbrado público casi ausente y la red de internet es muy débil. Las dos poblaciones están conectadas a Rabat por un solo autobús, cuyo conductor jura cada vez que pasa por un socavón: «Que Dios castigue a estos responsables ¡Mira cómo tienen la carretera!». Se ubican en regiones del centro de Marruecos, como Beni Mellal-Jenifra y Marrakech-Safi, convertidas en los últimos años en un foco de éxodo masivo de jóvenes hacia el oeste o el norte para embarcar en pateras rumbo a España a través del Atlántico o el Mediterráneo.

Falta de trabajo

Algunos mueren, otros consiguen llegar a España y un tercer grupo desiste y decide no volver a arriesgar su vida. Es el caso de Saad, pero también de Buaza Ben Anaya, que hace 20 años lo intentó desde Tánger (norte). El organizador del viaje le robó el dinero y no logró su objetivo. A sus 56 años, ahora tiene un pequeño kiosco en el centro donde vende dulces a los estudiantes. «Yo también planeé emigrar en 1992. El traficante nos robó la pasta, eran unos 2.400 euros. Tuve que volver a Jenifra andando», recuerda Buaza, testigo de cómo otros lo intentan hoy. «Los jóvenes emigran por falta de trabajo. Para poder seguir con sus estudios tienen que desplazarse a otra ciudad, lo que les obliga a abandonar la escuela y a ponerse a trabajar en el campo con sus padres. Como el del campo es un trabajo difícil, optan por emigrar», resume.

Para Hanane Serrhini, especialista marroquí en temas migratorios, la salida de personas desde estas regiones tiene que ver con la conducta de las redes de migración, que eligen lugares vulnerables para operar. Lamenta que para algunos sectores estatales la emigración ilegal es «una solución al desempleo en Marruecos» y asegura que entre los factores más profundos del fenómeno están la falta de desarrollo y el abandono escolar.

Saad sigue renegando de intentarlo, a pesar de los mensajes de «éxito» que recibe desde Europa. «He visto a amigos de mi pueblo que emigraron y llegaron. Me dije a mí mismo que yo también podía hacerlo para ayudar a mis padres y devolverles los favores, pero en realidad te la juegas».