Obedecer o no obedecer, esa es la cuestión

M. Sierra
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Eva Zapico sorprende con un 'Tirant' que a veces se convierte en comedia de enredo y que incide en el debate sobre lo que debe y no debe hacer la mujer por su honor

Obedecer o no obedecer, esa es la cuestión - Foto: Pablo Lorente

Mientras Hamlet sigue debatiéndose  entre el «ser» y el «no ser», Carmesina, protagonista de Tirant Lo Blanc, lo hace entre lo que debe y lo que no debe hacer por el simple hecho de ser mujer. Sobre este tema, que a pesar de los siglos sigue formando parte de la vida del género femenino, incide el proyecto Tirant del Institut Valencia de Cultura -en colaboración con la CNTC- que este sábado presentaba su última función sobre el escenario de la Antigua Universidad Renacentista. Eva Zapico dirige esta propuesta fresca y visual que consigue salvar con astucia todos los obstáculos que supone poner en escena una novela de caballerías.

Tirant lo Blanc, de Joan Martorell, le debe mucho al Quijote. No en vano éste es el único libro de caballerías que se salva de la hoguera con la que se pretende curar la locura de Alonso de Quijano. De aquel Tirant, Zapico se queda con una parte, la  historia del caballero y Carmesina, reforzando el papel de la dama, y mostrando al espectador una historia  desconocida de ayer, de la que curiosamente se puede sacar una lectura todavía vigente hoy, que la mujer siempre ha estado supeditada al estrecho corsé del honor. 

Despojada de ropajes obsoletos, pero sin perder de vista que ésta es una historia de otros tiempos, sobre el escenario hay veces que la novela se convierte en una comedia de enredo, entre divertidos personajes que ayudan a sus amos a ser prácticos y dejarse llevar por las pasiones, y otros que ayudan engrosar el enredo a veces sólo por envidia. Y otras en una sucesión de cuadros y coreografías que intentan suplantar el ir y venir de aventuras propias del género caballeresco del Tirant. Embellecen la escena, a veces en detrimento del ritmo de la historia que se está contando, pero bien merecen ser destacadas porque resuelven con acierto la dificultad de poner sobre un escenario un texto tan complicado como éste. El mérito es también de Paula Llorens, que firma la adaptación del texto, y de los actores, que no dudan en seguir paso a paso las directrices de su directora, aunque eso suponga a veces entrar en un juego escénico propio de trapecistas.  

Curiosas sin duda algunas de las propuesta de esta escena, como ese micro abierto creado para darle a los personajes la oportunidad de exponer sus deseos o narrar parte de la historia. Y esa apuesta del Institut Valenciano de Cultura por envolverlo con la banda sonora que sale del sampler que acompaña al montaje incluso antes de que levante el telón. Sin olvidar en este punto esa suerte de flash back que  la directora utiliza para contar esta historia desde su final, la muerte de Tirant.

También sobresaliente la escenografía, centrada especialmente en el color, el que resulta de combinar la neutralidad del vestuario con el rojo de algunas de las capas que utilizan los personajes, que hablan de muerte, de sangre.     

Sobre el escenario siete actores, que se tocan, se sienten y que recuerdan al teatro que había antes del COVID-19. Entre ellos cabría destacar a Lucía Poveda, Carmesina,  prendada de Tirant que se debate entre dejarse llevar por sus sentimientos hacia el caballero o quedar subyugada a ese pesado honor que persigue a las mujeres del medievo y el siglo de Oro y que todavía hoy salpica a la sociedad. Poveda compone una equilibrada Carmesina, frágil ante sus sentimientos y disciplinada, que se va recomponiendo en una nueva mujer capaz de revelarse a todo tras descubrir que lo único importante es que la vida pasa. Y Placerdemivida, la criada que aconseja a Carmesina y Tirant, que fuerza su encuentro , y a la que da vida Raquel Piera.