"En mi casa se hablaba todo el tiempo de la República"

M. Sierra
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Profesor de Ciencias Políticas y Derecho Constitucional mexicano

"En mi casa se hablaba todo el tiempo de la República" - Foto: Pablo Lorente

Hasta 268 barcos, entre 1937 y 1943, transportaron a los millones de exiliados españoles que se vieron obligados a buscar una oportunidad en el nuevo mundo, México, a miles de kilómetros de sus hogares teñidos por los ecos de una guerra civil que dividió el país. En el último de esos barcos «el Nyassa», consiguió cruzar el charco su padre y un par de años después la madre y los hermanos de Fernando Serrano Migallón, uno de los muchos manchegos a los que la historia obligó a nacer en Hispanoamérica, convertida hoy en su tierra. Que su padre llegara «en el último barco del exilio» es uno de los apuntes cargados de melancolía con los que Migallón salpica esta entrevista que surge en el patio del palacio de Valdeparaíso de Almagro.

Abogado de profesión, como lo fue su padre y especialista en derecho internacional, es también un exiliado «porque cuando uno es exiliado nunca deja de serlo», afirma citando a un sobrino del general Miaja. Seguramente ésta será la razón de que su voz, sus ojos y hasta su cara tengan cierto aire de nostalgia cuando se le pregunta por su historia pasada la que confirma que Migallón tiene sangre infanteña por sus venas, la de su madre Ana María Migallón con la que aprendió a amar como suya una tierra que apenas conocía, con la que se sintió manchego a miles de kilómetros de la tierra de don Quijote. Ella es precisamente la razón de que estos días haya regresado a España y haya visitado Almagro. Entre los muchos recuerdos que le dejó, un centenar de recetas manchegas «que ella hacía allí para hablarnos de La Mancha, de Villanueva de los Infantes» y que ahora sus hijos han convertido en un libro.

 

El libro de recetas de su madre es la razón de que le hayan nombrado en estos días miembro de la academia gastronómica de Castilla-la Mancha. ¿Qué supone?

Es un grandísimo honor, además de una invitación a recordar toda mi historia personal y familiar.

La historia de un exilio que comenzó en La Mancha

Sí, toda mi familia es manchega. Mi madre, de muchísimas generaciones, de Villanueva de los Infantes, donde nacieron todos mis hermanos. Mi padre era malagueño e hizo oposiciones para juez y le dieron como primer destinos infantes que es donde conoció a mi madre con la que se casó y tuvo sus cinco primeros hijos, porque hicieron allí prácticamente su vida. Hasta que mi padre tiene un problema con el gobierno de Primo de Rivera, pide la excedencia y se va a ejercer a Ciudad Real como abogado. Le pilla allí la guerra, se pone a las órdenes del gobierno republicano, le hacen fiscal de Valencia y después fiscal general de la República en Cataluña y cuando cae el frente catalán se ven obligados a marchar a Francia y cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, a mi padre lo confinan al norte de la llamada Francia Libre. Allí estuvo del año 1939 a 1942. Para entonces mi madre regresa a España con todos mis hermanos. Mi padre llegó a México en el último barco de exiliados, el Nyassa, en mayo de 1942, y mi madre, junto a mis hermanos, se reencontró con mi padre en 1944. Yo nací un año después, en México, en 1945, me llevaba 19 años con mi hermana mayor, 11 con el más pequeño, que nació cuando empezó la guerra. Soy el único mexicano de toda una familia manchega.

Sus hermanos, mejor que peor, algo podían recordar de esta tierra, pero usted ni la conoció. ¿Cómo aprendió a quererla?

En casa se hablaba permanentemente de España, de Infantes. El exilio es un problema o una situación como decía María Zambrano hablando de Ortega, porque si yo soy yo y mis circunstancias y me cambian todas las circunstancias de pronto dejo de ser yo, por eso cada exiliado maneja su exilio de una manera distinta. Hay quienes quieren olvidarse de lo que han pasado y otros que prefieren recordarlo. En mi casa se hablaba permanente de la república y de Villanueva de los infantes.

¿El contacto entonces con la tierra fue sólo a través de las palabras?

Y de la comida. En mi casa se hacían recetas manchegas, sobre todo cuando había fiesta. Recuerdo incluso que luego, cuando vine por primera vez a España, en los años 70, me di cuenta de que ya no se hacían muchas de esas recetas. Recuerdo especialmente las de cochura, que vienen a ser esos postres fritos que se hacen aquí, los roscos de anís, las torrijas, los nuégados.

 

¿Con cuántos años vino a España?

Tendría yo unos 24 años. Mi hermana se casó con un francés y se vino a vivir a España y yo aproveché para venir a verla y conocer Infantes, donde todavía estaba la casa familiar, la de mi abuelo donde había nacido mi madre.

 

¿Qué le supuso encontrarse de golpe con todos esos recuerdos?

Es una sensación muy extraña, porque es encontrarse por primera vez con algo que conocías como si lo hubieras vivido. Yo conocía perfectamente aquella casa, en la calle General Pérez Ballesteros, por dentro y por fuera antes de verla. Sabía dónde jugaban mis hermanos, qué solían hacer allí...

 

¿Se sintió en casa?

El exiliado es exiliado toda la vida. Cuando estoy aquí, siento el calor de los míos, pero no dejo de ser mexicano. Un sobrino del general Miaja Fernando Rodríguez Miaja, decía: «El que es exiliado lo es para toda la vida, porque si regresa al país de origen, se sienten exiliado del que lo acogió, siempre hay unos sentimientos compartidos».

 

Usted fue el único de la familia que nació en México, pero los recuerdos de su madre le hicieron manchego. ¿Se quedó en medio de los dos mundos?

Sí, y es algo que uno aprende a confrontar, porque al final yo viví como el resto de los exiliados y eso te va marcando. Ser exiliado en México, por ejemplo, suponía hablar a veces un lenguaje diferente porque los refugiados hicieron una especie de idioma sefardí, secreto, que sólo utilizaban cuando hablaba entre ellos.

 

¿Su madre también volvió?

Sí, mi madre sí, mi padre nunca. Creo que si no hubiera sido porque todos sus hijos vivíamos allí, ella se habría vuelto a vivir a Infantes. Adoraba su pueblo.

De aquellos años nace el recetario Recetas manchegas de doña María Ana Migallón.

En mi casa se comía mucha comida manchega, pero también comida mexicana que a medida que pasaron los años fue ganando terreno en la mesa. Al morir mi madre, entre las cosas que dejó estaba su libro de recetas, y cuando lo encontré hacía poco que había leído un artículo de Fernando Sabater que decía que «los emigrados cambian más fácilmente de dioses que de comida». Ahí me surgió la idea de convertir este libro en un recetario. Un libro muy curio porque muestra la historia de su exilio. Las primeras recetas, manchegas. Después empiezan a aparecer pastas, canelones y otros platos que hablan sin saberlo del exilio familiar en Cataluña. Y luego están las que recogió en México. De un lado, las que le contaron sus amigas emigradas. Y por otro, las mexicanas, mexicanas.

¿Con cuál sabor manchego y mexicano se queda?

Manchego, el morteruelo, que recuerdo además que mi madre tenía unas peleas terribles con esta receta sobre si lleva o no caza. Y de México, el mole.