Los misterios de la Virgen María

Javier Villahizán (SPC)
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En el cuadro 'La Inmaculada Concepción de los Venerables', expuesto en el Museo del Prado, Murillo eleva a dogmas de fe la pureza de la madre de Jesús y su ascensión a los Cielos

Los misterios de la Virgen María

Como si de un debate teológico se tratase, Murillo cierra en este cuadro dos de las discusiones doctrinales más destacadas de la época: la tesis inmaculadista y la asunción de la Virgen María. En el primer caso, el pintor hispalense recibe el encargo del hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla de retratar en 1660 una Inmaculada Concepción, un misterio que había sido aceptado 40 años antes por el Vaticano y del que la ciudad andaluza había sido una ferviente seguidora; y en el segundo porque el autor representa una estampa mariana que da la sensación de ascender a los Cielos.

Murillo es considerado como el pintor por antonomasia del tema mariano, es especial el relacionado con el inmaculadismo, aunque ciertamente él no fue el creador de esta iconografía, ya que esta temática se venía empleando en España desde mediados del siglo XVI, como lo demuestran pinceles de la talla de Francisco Pacheco, Juan de Roelas, Herrera el Viejo o Zurbarán. Pero sí es cierto que el sevillano fue uno de sus más notables intérpretes.

 

Belleza absoluta 

El artista creó con La Inmaculada Concepción de los Venerables una fórmula de gran éxito para representar su pureza. Consistía en mostrar a la Virgen vestida de blanco y azul, las manos cruzadas sobre el pecho, pisando la luna y con la mirada dirigida al cielo. Además, María exterioriza cierto gesto ascensional que la sitúa en un lugrar celestial lleno de luz, nubes y ángeles.

De esta forma, el artista aunaba dos tradiciones iconográficas: la de la Inmaculada, que sostiene que la Virgen estuvo libre del pecado original, y la de la Asunción, que fue llevada al Cielo tras terminar sus días en la Tierra.

Durante su carrera, Murillo pintó alrededor de dos docenas de obras con este tema, posiblemente más que ningún pintor español de su época. A menudo elimina lo superfluo, como los símbolos de las letanías y de la pureza de la Virgen, aunque mantiene los ángeles y los símbolos del Apocalipsis como la luna creciente y el color dorado envolvente, que simboliza que la Virgen está vestida del sol. 

La de los Venerables se distingue de la mayoría de las Inmaculadas de Murillo por su actitud triunfante y el acusado movimiento de ascensión y por carecer absolutamente de sus atributos tradicionales. 

El espacio está presidido por la apoteósica figura de la Virgen, que aparece dotada de un vigoroso movimiento que se inicia en la peana de pequeños ángeles que revolotean a sus pies. Desde este punto el volumen de la Virgen va disminuyendo progresivamente de forma armoniosa hasta culminar en su cabeza descrita con hermosas facciones y con sus ojos vueltos hacia lo alto. 

El refinado juego de los tonos cromáticos, compuesto por matices áureos, azules y blancos, armoniza a la perfección el conjunto de la obra.

La Inmaculada de los Venerables es uno de los mejores ejemplos de intensa belleza a la vez que de doctrina eclesiástica. Con un perfil ondulado, una Virgen flotando, unos tonos suaves y refinados y una orla de gráciles ángeles, Murillo transmite a la perfección aquello que reclaman los fieles de la época: pureza y santidad.